Mitología china, novelas, clásicos literarios

Episodio 129. Las Campanas hembra y macho

No tardó en llegar a la puerta delantera. En cuanto la hubo traspuesto, recuperó la forma que le era habitual y levantó la voz y dijo en tono autoritario:

“¡Competidor del Señor de los Dioses, deja inmediatamente en libertad a la Sabiduría de Oro!”

Volvió a gritarlo con tal fuerza, que no tardaron en despertarse todos los diablillos.

Wukong, el Rey Mono, llega a la entrada de la Caverna de Xie Zhi - Viaje al Oeste
Wukong, el Rey Mono, llega a la entrada de la Caverna de Xie Zhi

El monstruo, tras despedirse de la dama, se dirigió al Pabellón de Descuartizar.

Inmediatamente se puso la armadura y, convocando a todas sus huestes de diablillos, marchó con paso marcial hacia la puerta principal, llevando en las manos un hacha con forma de flor recién abierta.

Preguntó el monstruo con voz autoritaria.

“¿Dónde está el hombre que dice provenir del Reino Morado? ¡Dime, de una vez, tu nombre y tu apellido auténticos, así como el tipo de artes marciales que dominas! A juzgar por el desparpajo con el que te diriges a mí, deben ser, en verdad, inigualables.”

Al oír el nombre del Sun Wukong, el monstruo exclamó:

“¡Así que tú eres el tipo que sumió el Palacio Celeste en una confusión total! Si es verdad que se te liberó con la condición de que acompañaras al monje Tang en su largo peregrinaje hacia el Oeste, ¿quieres explicarme qué es lo que te ha apartado de tus propósitos? ¿No te parece que, en vez de convertirte en un simple esclavo del Reino Morado y venir aquí en busca de la muerte, sería más conveniente que te dedicaras a tus propios asuntos?”

Replicó el Rey Mono:

“¡Por tus palabras se ve que eres tan ignorante como malvado! Si he venido hasta tu caverna, ha sido porque así me lo ha pedido el Señor del Reino Morado y yo he aceptado en prueba de agradecimiento por la hospitalidad que nos ha dispensado. Has de saber, además, que allí se me respeta más que al mismo rey, que, por otra parte, me considera como a un dios. Ante tales muestras de agradecimiento, ¿cómo te atreves a mencionar la palabra esclavo? ¡Tú eres el que te burlas de los principios del cielo, no yo! ¡No huyas y prueba el sabor de mi barra!”

Más de cincuenta veces seguidas midieron sus armas, pero ninguno consiguió una diferencia apreciable. Al ver la fuerza desplegada por el Rey Mono, el monstruo comprendió que no iba a poder derrotarle y, parando con su hacha uno de los golpes de la barra de hierro, dijo:

“Creo que deberíamos detener la lucha un momento, Peregrino Sun. Todavía no he desayunado y es preciso que, antes de continuar, tome un poco de carne. En cuanto lo haya hecho. Volveré y acabaré contigo.”

El Rey Mono comprendió que quería ir a por las campanas y, poniendo a un lado la barra de hierro, contestó:

“Un buen cazador nunca persigue a una liebre cansada. Vete y come todo lo que quieras. Cuanto antes regreses, antes te daré muerte.”

El monstruo regresó al interior de la caverna y ordenó a la mujer:

“Saca inmediatamente los objetos que te confié.”

La mujer no tuvo más remedio que abrir el baúl y entregárselos a la bestia, que corrió, satisfecha, al exterior de la caverna.

La mujer se sintió tan abatida, que se dejó caer sobre un asiento y lloró desconsoladamente, preguntándose, desesperada, si el Rey Mono iba a ser capaz de escapar con vida.

Ni ella ni el monstruo sabían que las campanas que acababa de darle eran falsas.

En cuanto se encontró en campo abierto, el monstruo se colocó de cara al viento y gritó:

“¡No huyas, Sun Wukong, y mira cómo sacudo un poco las campanas!”

Las falsas campanas del monstruo, Competidor del Señor de los Dioses - Viaje al Oeste
Las falsas campanas del monstruo, Competidor del Señor de los Dioses

Replicó el Rey Mono, soltando la carcajada:

“¿Crees que yo no tengo otras iguales? ¿Qué te hace pensar que, si tú las agitas, no voy a hacer lo mismo con las mías?”

Preguntó el monstruo:

“¿Qué clase de campanas tienes tú? ¿Por qué no las sacas, para que pueda echarles un vistazo?”

El Rey Mono sacudió ligeramente la barra de hierro y, tras reducirla al tamaño de una pequeña aguja de bordar, se la metió tranquilamente en la oreja. Se desató a continuación las tres campanas de la cintura y dijo al monstruo:

“Míralas bien, ¿no son estas tres campanas de oro morado?”

Pensó el monstruo, visiblemente sorprendido:

“¡Qué raro! ¿Cómo pueden ser esas campanas exactamente iguales que las mías? Aunque hubieran empleado el mismo molde para hacerlas, deberían tener algo distinto. ¿Qué sé yo? Una marquita aquí…, una imperfección allá… ¿Cómo es posible que sean iguales? ¿Te importaría decirme de dónde las has sacado? —añadió, levantando la voz.”

“¿Tendrías inconveniente en contarme de dónde han salido las tuyas?” repitió el Rey Mono.

Confesó el monstruo con una ingenuidad sorprendente:

“Fueron refinados por Lao Tzu, el ser más versado en el Tao de cuantos existen, en su Brasero de los Ocho Triagramas.”

“Bueno, las mías proceden también del mismo brasero. Aunque no quieras creerlo, mis campanas son hembra y las tuyas, macho. De ahí que sean tan iguales.” explicó el Rey Mono, soltando la carcajada.

Replicó el monstruo:

“¿Cómo puedes hablar de su sexo, si fueron fundidas en el proceso mismo del que surgió el elixir y no pertenecen al mundo de los animales? En todo caso, estoy dispuesto a admitir que las tuyas sean auténticas, si son capaces de arrojar algo estremecedor, al sacudirlas.”

Reconoció el Rey Mono:

“Tienes razón. Todo lo demás son palabras huecas. Para que veas que no te tengo miedo, te voy a dejar hacerlo a ti primero.”

Ni corto ni perezoso, el monstruo sacudió la primera campana tres veces seguidas, pero no salió por su boca fuego alguno. Lo mismo hizo con la segunda, pero no vomitó tampoco nada de humo. La tercera siguió el ejemplo de las otras dos y no dejó escapar ni una sola motita de ceniza.

Desconcertado, el monstruo exclamó:

“¡Qué cosa más rara! Está visto que el mundo se ha vuelto del revés. ¡Estas campanas son tan inútiles como una piedra para cruzar un río! Estoy convencido de que, como son macho, al ver a la hembra se han trastornado por completo.”

Se burló el Rey Mono:

“Deja de sacudirlas, y déjame hacerlo a mí con las mías a ver qué pasa.”

El Rey Mono derrota al demonio con la campana de oro púrpura - Viaje al Oeste
El Rey Mono derrota al demonio con la campana de oro púrpura

No había acabado de decirlo, cuando cogió las tres campanas con una mano y las sacudió al mismo tiempo. Al instante salió de ellas una gran masa de fuego rojizo, humo verdoso y ceniza amarilla, que envolvió toda la montaña y los árboles que crecían sobre ella.

Por si eso fuera poco, Sun Wukong recitó un conjuro y, volviéndose hacia el sudoeste, gritó con fuerte voz:

“¡Que se levante el viento!”

El huracán avivó el fuego, que pareció tomar prestada toda la incontenible fuerza del aire. De entre las llamas rojizas surgió una masa de humo negro que oscureció totalmente los cielos, al tiempo que la tierra se veía cubierta por una espesa lluvia de cenizas amarillas.

Sobrecogido ante semejante espectáculo, el Competidor del Señor de los Dioses trató de huir, pero no halló camino por donde hacerlo.

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