Episodio 103. El abanico falso

El Rey Mono hizo todo lo posible por escapar de aquella potentísima corriente de aire, pero ni siquiera consiguió rozar el suelo.

El viento jugaba con él como si fuera una mota de polvo. Le hacía perder el equilibrio con la misma facilidad con que los tifones desnudan a los árboles de sus hojas o las corrientes de agua arrastran las flores marchitas.

Una noche entera estuvo dando tumbos, hasta que finalmente, a eso del amanecer, logró escapar a la tiranía de aquel huracán, agarrándose con fuerza a la cumbre de una montaña. Cuando la fuerza del viento amainó, se tumbó a descansar. Fue así como descubrió que se encontraba en la Montaña del Pequeño Sumeru.

Wukong, el Rey Mono, pide ayuda al bodhisattva Lingji - Viaje al Oeste
Wukong, el Rey Mono, pide ayuda al bodhisattva Lingji

Dando un profundo suspiro, Wukong exclamó:

“¡Qué mujer más extraordinaria! No comprendo cómo ha conseguido traerme hasta aquí. Recuerdo que hace algunos años pedí en este mismo lugar ayuda al bodhisattva Lingji para capturar al Monstruo del Viento Amarillo, que había capturado a mi maestro. La cordillera del mismo nombre se encuentra a unos más de tres mil millas al norte de aquí. Eso quiere decir que he sido arrastrado yo qué sé la de decenas de miles de kilómetros en dirección sudeste. En fin, creo que lo mejor que puedo hacer es ir a visitar al bodhisattva Lingji, a ver si me indica la forma más rápida de volver junto a mi maestro.”

Comprendiendo que se trataba de Wukong, el Bodhisattva se levantó a toda prisa de su estrado y salió a dar la bienvenida a tan ilustre huésped, exclamando, emocionado:

“¡Enhorabuena por vuestra hazaña! Me figuro que habréis conseguido ya las escrituras, ¿no es así?”

Respondió Wukong:

“No exactamente. Todavía es un poco pronto para eso.”

Preguntó el Bodhisattva:

“¿Se puede saber qué os ha hecho regresar a esta humilde mansión, si aún no habéis alcanzado el Monasterio del Trueno?”

Wukong contestó:

“Hemos pasado muchas penas y calamidades, después de que vos nos ayudarais a capturar al Monstruo del Viento Amarillo. Ahora mismo, sin ir más lejos, nos hallamos detenidos en las cercanías de la Montaña de Fuego. Las gentes de allí nos han contado que únicamente puede apagar sus llamas el Inmortal del Abanico de Hierro. Porque su hijo entró al servicio de la Bodhisattva Guanyin por causa mía, me considera el mayor de sus enemigos. Se haya negado a prestarme el abanico y enzarzado conmigo en una batalla. Al ver que no podía nada contra mi barra, sacó su preciado tesoro y, tras sacudirlo una sola vez, se levantó un viento huracanado, que me ha traído arrastrando hasta aquí. Eso me ha movido a venir a visitaros y a pediros que me indiquéis cuál es la manera más rápida de regresar junto a mi maestro. ¿Sabéis cuál es la distancia que nos separa de la Montaña de Fuego?”

“Esa mujer de la que habláis se llama Diablesa, aunque también es conocida como la Princesa del Abanico de Hierro.” dijo el bodhisattva Lingji, soltando la carcajada.

“El hombre que tenga la mala fortuna de abanicarse con él recorrerá más de ochenta y cuatro mil millas en el seno de ese viento destructor que produce. Solo hay más de cincuenta mil millas desde mi montaña hasta la Montaña de Fuego. Es porque sabéis cabalgar a lomos de las nubes. Cualquier otra persona no hubiera salido con bien de una aventura así.”

“¡Extraordinario!” exclamó el Rey Mono.

“¿Existe alguna manera de contrarrestar sus efectos? Es preciso que mi maestro reanude la marcha cuanto antes.”

“Tranquilizaos, Gran Sabio” le aconsejó Lingji.

“Hace algunos años, Tathagata me entregó el báculo del dragón volador y el elixir para detener el viento. Como recordaréis, el primero lo usamos para capturar al monstruo. Te doy el elixir ahora. Creo que os será de cierta utilidad para contrarrestar los efectos de ese abanico.”

El Bodhisattva Lingji le dio a Wukong el elixir para detener el viento - Viaje al Oeste
El Bodhisattva Lingji le dio a Wukong el elixir para detener el viento

Wukong agradeció al Bodhisattva su generosidad, inclinando respetuosamente la cabeza.

Wukong dio uno de sus formidables saltos y no tardó en regresar a la Montaña de la Nube de Jade. Inmediatamente se llegó a la puerta de la caverna y comenzó a golpearla con la barra de hierro, al tiempo que gritaba:

“¡Abrid, de una vez! ¡He venido a pediros prestado el abanico!”

La muchacha encargada de abrir y cerrar la puerta corrió a informar a su señora, diciendo:

“Otra vez está ahí fuera ese monje que desea que le prestéis el abanico.”

Exclamó la Diablesa, admirada:

“¡Qué maravillosos poderes los de ese maldito mono! Quien recibe la acción directa de mi abanico es arrastrado hasta una distancia que supera ochenta y cuatro mil millas. ¿Cómo se las habrá arreglado para regresar tan pronto? Esta vez voy a abanicarle dos o tres veces seguidas a ver qué pasa. Seguro que tardará un poco más en volver.”

Se levantó inmediatamente del trono y se dirigió hacia la puerta.

La Diablesa gritó con sorna:

“¿Es que no tienes miedo a la muerte, Sun Wukong?”

Respondió el Rey Mono, sonriendo:

“No seas tan puntillosa y préstame tu abanico. ¿A qué tienes miedo? Yo soy un hombre de palabra, que siempre devuelve lo que se le presta.”

La Diablesa exclamó, enfurecida:

“¡Tú lo que eres es un mandril sin principios ni ideas! ¿Cómo piensas que voy a prestarte el abanico, si aún no he vengado a mi hijo? ¡No huyas y prueba el sabor de mis espadas!”

Wukong, por supuesto, no retrocedió ni un paso. Levantó la barra de hierro y consiguió desviar los golpes terribles de las espadas. Sin embargo, tras siete u ocho encuentros, los brazos de la Diablesa comenzaron a acusar el esfuerzo, mientras que los del Rey Momo no daban ninguna muestra de cansancio. Comprendiendo que la suerte se estaba volviendo en su contra, sacó el abanico y lo sacudió con fuerza en la dirección en la que se encontraba su adversario.

El Rey Mono contra Inmortal del Abanico de Hierro - el abanico ha perdido su efecto - Viaje al Oeste
El Rey Mono contra Inmortal del Abanico de Hierro – el abanico ha perdido su efecto

El Rey Momo, sin embargo, no se movió del sitio. Parecía tan seguro de sí mismo, que dejó a un lado la barra de hierro y dijo, sin dejar de sonreír:

“No pienses que va a repetirse lo de la última vez. Puedes abanicarme todo lo que quieras, pero te advierto que no vas a conseguir moverme ni un solo milímetro.”

Desconcertada, la Diablesa sacudió el abanico dos veces más, pero él permaneció tan firme como la roca que estaba pisando. La Diablesa guardó a toda prisa el abanico y corrió a refugiarse en la caverna, cerrando firmemente todas las puertas.

Wukong sacudió después ligeramente el cuerpo y se convirtió en un grillo tan diminuto, que no tuvo ninguna dificultad en meterse por una pequeña rendija que había en la puerta. La Diablesa parecía estar muy cansada y ordenó a una de sus sirvientas:

“Tráeme un poco de té, anda. Me estoy muriendo de sed.”

La muchacha trajo en seguida una tetera llena de infusiones aromáticas y las vertió con tal rapidez en una taza. Con una agilidad increíble, el Rey Momo se metió dentro la taza. Como tenía una sed devoradora, la Diablesa se tomó la taza de dos sorbos.

El Rey Mono se metió en el estómago del Inmortal del Abanico de Hierro - Viaje al Oeste
El Rey Mono se metió en el estómago del Inmortal del Abanico de Hierro

En cuanto hubo llegado al estómago, Wukong gritó con todas sus fuerzas:

“¿Es que no piensas dejarme nunca el abanico?”

“¿Habéis cerrado bien todas las puertas?” preguntó, asustada, la Diablesa a sus criadas.

“Sí, señora” respondieron las muchachas, tan desconcertadas como ella.

“Si es verdad lo que decís, ¿cómo es que suena dentro de la casa la voz del Rey Mono?” repuso la Diablesa.

“A mí me parece que sale de vuestro cuerpo” dijo una de las muchachas, asustada.

“¡A mí no me vengas con trucos, Sun Wukong!” exclamó la Diablesa, poniéndose blanca como la cera.

Wukong contestó:

“Yo jamás hago trucos. ¿Para qué, si todos mis poderes son auténticos? Ahora mismo, sin ir más lejos, me estoy divirtiendo de lo lindo en tu estómago. Puede decirse, como afirma el proverbio, que veo a través de tus ojos. Desde aquí dentro me es posible apreciar la sed devoradora que tienes, así que te voy a dar un vasito de algo que yo sé, para aliviártela.”

Y Wukong dio un pisotón dentro de su estómago. La Diablesa comenzó a sentir un dolor tan insoportable en el vientre, que se retorció, dando alaridos, por el suelo, como si fuera un gusano.

“Veo que también estás hambrienta. Espero que te guste este pastelito.” añadió el Rey Mono en el mismo tono burlón de antes.

Y dando un salto, golpeó con la cabeza el techo del estómago de su víctima.

La Diablesa sintió tal sacudida en el corazón, que la cara se le puso amarilla y los labios blancos.

“¡Perdóname la vida, por lo que más quieras!” gritó la Diablesa, revolviéndose entre el polvo.

Wukong exclamó, complacido:

“Está bien, te perdonaré la vida en recuerdo de mi hermano el Rey Toro. De todas formas, deberás entregarme el abanico que he venido a buscar.”

“¡Aquí lo tienes! Sal y cógelo.” respondió en seguida la Diablesa.

Wukong, el Rey Mono, consigue el abanico - Viaje al Oeste
Wukong, el Rey Mono, consigue el abanico

La Diablesa abrió la boca y Wukong, convirtiéndose de nuevo en un grillo diminuto, dio un salto tremendo y salió volando.

Recobrando la forma que le era habitual, Wukong contestó:

“Te agradezco que me hayas prestado el abanico.”

Y se dirigió hacia la puerta de la caverna.

Satisfecho, Wukong montó en una nube y se dirigió hacia el este. En un abrir y cerrar de ojos, llegó a la aldea. Al verle aparecer, Bajie gritó, entusiasmado:

“¡Maestro, acaba de llegar Sun Wukong!”

Tripitaka salió en seguida a darle la bienvenida, seguido del anciano y Bonzo Sha.

Wukong sacó el abanico y preguntó al anciano:

“¿Es éste el abanico del que hablabais?”

“Exactamente” confirmó el anciano, admirado.

Se despidieron a continuación del anciano y continuaron caminando en dirección al oeste.

Al cabo de cuarenta millas de marcha comenzaron a sentir que el calor se hacía insoportable por segundos.

“¡Me estoy quemando los pies!” exclamó Bonzo Sha, asustado.

“¡No puedo aguantarlo!” dijo Bajie.

Wukong dijo, entonces, al maestro:

“Desmontad y no os mováis. Voy a apagar el fuego con el abanico. El viento y la lluvia enfriarán la tierra y así podremos cruzar, de una vez, esta montaña.”

Wukong cogió el abanico y lo sacudió con todas sus fuerzas. Al instante se levantó un viento huracanado, que avivó aún más las llamas. Volvió a agitarlo por segunda vez y el fuego cobró una intensidad por lo menos cien veces mayor y trataron de envolver al Rey Mono.

Wukong escapa del fuego con el abanico falso - Viaje al Oeste
Wukong escapa del fuego con el abanico falso

Desesperado, corrió hacia donde se encontraba el monje Tang, gritando:

“¡Retroceded! ¡El fuego viene hacia acá!”

El maestro se montó a toda prisa en el caballo y se dirigió en dirección oeste, seguido de Bajie y Bonzo Sha. La carrera duró cerca de veinte millas.

“¿Qué ha pasado, Wukong?” preguntó el maestro, cuando pudo, por fin, sentarse a descansar.

Tirando el abanico con rabia, Rey Mono exclamó:

“¡Qué fracaso! ¡Esa mujer me ha engañado! ¡Este abanico es falso!”