Este capítulo puede entenderse desde dos perspectivas.
Primera: su contenido directo, que señala cómo la pérdida de virtud en los gobernantes y el abandono del gran Dao generan la necesidad de promover la benevolencia y justicia para contrarrestar la decadencia social. Laozi describe así los fenómenos patológicos de su época, exponiendo las grietas de un sistema corrupto.
Cuando se abandona el Tao
aparecen la bondad y la justicia.
Con la inteligencia y la astucia
surgen los grandes hipócritas.
Cuando no existe armonía entre los seis parientes,
se necesita la piedad filial y el amor paternal.
Cuando hay revueltas en el reino,
se inventa la fidelidad del buen súbdito.
Segunda: revela la dialéctica de interdependencia entre opuestos. Al aplicar este pensamiento a la sociedad, Laozi analiza relaciones de unidad y contradicción, como la sabiduría versus la falsedad, la piedad filial versus los conflictos familiares, y los funcionarios leales versus el caos nacional.
Por ejemplo, en un Estado bien gobernado con armonía familiar, no se destacan la lealtad ni la piedad filial; estas virtudes solo emergen cuando hay desorden familiar o caos político, demostrando así su dependencia mutua.
En esencia, Laozi subraya que la exaltación de ciertos valores morales por parte de la sociedad es precisamente porque esta carece de ellos. La demanda de virtud nace de su ausencia, una paradoja que refleja la profundidad de su análisis dialéctico.
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