En el capítulo anterior, Laozi mencionó que el Dao es invisible y que nuestros sentidos comunes no pueden percibirlo. Para ayudar a las personas a comprenderlo, en este capítulo continúa describiendo el Dao. A lo largo de la historia, cultivar el Dao se ha considerado sutil, misterioso e inescrutable. Sus características pueden describirse de manera aproximada como: precaución, vacilación, solemnidad, aliviado, sencillo, amplitud y fusión.
Los sabios perfectos de la antigüedad
eran tan sutiles, agudos y profundos
que no podían ser conocidos.
Puesto que no podían ser conocidos,
sólo se puede intentar describirlos:
Eran prudentes, como quien cruza un arroyo en invierno;
cautos, como quien teme a sus vecinos por todos lados;
reservados, como un huésped;
inconstantes, como el hielo que se funde;
compactos, como un tronco de madera;
amplios, como un valle;
confusos, como el agua turbia.
¿Quién puede, en la quietud, pasar lentamente de lo
turbio a la claridad?
¿Quién puede, en el movimiento, pasar lentamente
de la calma a la acción?
Quien sigue este Tao
no desea ser pleno.
No siendo pleno
puede quedar en lo viejo
sin renovarse.
Cada etapa del cultivo del Dao posee rasgos específicos que avanzan progresivamente. La práctica espiritual se fundamenta en el refinamiento del corazón. Quienes dominan este camino logran:
- Calmar la mente en momentos de confusión, recuperando la pureza y ausencia de pensamientos perturbadores.
- Actuar con determinación cuando hay estabilidad interna, permitiendo que nuevos impulsos vitales se manifiesten gradualmente.
Para alcanzar esto, es esencial mantener la mente vacía y libre de apegos. Solo así se logra la interacción dinámica entre quietud y movimiento, un ciclo continuo de refinamiento constante que impulsa el avance espiritual.
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