Mitología china, novelas, clásicos literarios

Episodio 106. La Montaña de Fuego

Tripitaka y el Bonzo Sha esperaban impacientes el regreso de Wukong, ora sentados junto al camino, ora dando vueltas como animales enjaulados.

No se explicaban cómo podía tardar tanto en volver. De pronto, vieron aparecer en el cielo una legión de nubes brillantes, que emitían una luz cegadora. El maestro se volvió hacia Bonzo Sha y le preguntó, preocupado:

“Wujing, ¿por qué vienen hacia nosotros esos guerreros celestes?”

Reconociéndolos al instante, Bonzo Sha contestó:

“No os preocupéis, maestro. Son los Cuatro Protectores Diamantinos, el Guardián de la Cabeza de Oro, los Seis Dioses de la Luz, los Seis Dioses de las Tinieblas, los Protectores de los Monasterios y otros dioses más. El que viene al frente de ellos es el Príncipe Nata y ese otro que lleva un espejo es el Devaraja Li, el Portador-de-la-Pagoda. También viene nuestro hermano mayor con el abanico de plátano. Un poco más allá veo a nuestro segundo hermano y al espíritu de la montaña. Todos los demás son guerreros del ejército celeste.”

Al oír eso, Tripitaka se puso su túnica sacerdotal y su sombrero Vairocana y dio la bienvenida a tan inesperados huéspedes, inclinando la cabeza y diciendo, respetuoso:

“¿A qué se debe el honor de que sabios tan respetables vengan a visitar a un ser tan insignificante como yo?”

Respondieron a coro los Cuatro Protectores Diamantinos:

“Santo monje, felicitaciones, porque estáis a punto de poner término a vuestra alta misión. Hemos venido por orden de Buda a prestaros cuanta ayuda preciséis y a deciros que es preciso que continuéis con ahínco por la senda de la perfección y que no desfallezcáis en ningún momento.”

En señal de respeto y acatamiento, Tripitaka golpeó, una vez más, el suelo con la frente.

Wukong, el Rey Mono apaga la Montaña de Fuego con el abanico de plátano - Viaje al Oeste
Wukong, el Rey Mono apaga la Montaña de Fuego con el abanico de plátano

Sun Wukong cogió el abanico y se adentró en la Montaña de Fuego. Lo agitó con fuerza una sola vez y al punto se extinguieron las llamas, quedando sólo unos cuantos rescoldos. Lo sacudió por segunda vez y se extendió por toda la región una brisa muy suave cargada de una agradable frescura. Cuando volvió a hacerlo por tercera vez, el cielo se llenó de nubes grisáceas, que dejaron caer un aluvión de agua.

Dijo el espíritu de la montaña:

“Es bueno que seas tú quien apague el fuego, Wukong.”

Wukong estaba confundido y preguntó:

“¿Por qué?”

“Porque tú eres quien causó el incendio.” Respondió el dios.

“¡No digas estupideces, por favor!” exclamó, furioso, el Rey Mono

“¡Yo jamás he estado en este lugar! Además, ¿crees que soy un pirómano?”

Añadió el espíritu de la montaña:

“Ya veo que no me reconocéis. Antes aquí no había ninguna montaña. Todo empezó hace aproximadamente quinientos años, cuando sumisteis el Palacio Celeste en un caos total y fuisteis entregado a Lao Tse por el sabio ilustre que os capturó. Como recordaréis, el Patriarca Taoísta os metió en el Brasero de los Ocho Triagramas, para que sufrierais un proceso de refinamiento total. Sin embargo, al levantar la tapa, saltasteis del horno del elixir y lo tirasteis por el suelo. Algunas ascuas vinieron a caer precisamente a este lugar y se convirtieron en la Montaña de Fuego que ahora veis. En aquel entonces yo era el encargado del brasero del Palacio Tushita. Lao Tse me acusó de ser poco responsable y me expulsó de su lado. No teniendo sitio mejor adónde ir, me convertí en el espíritu local de esta montaña.”

Wukong sonrió. Él había hecho cosas malas hace mucho tiempo. Ahora él los estaba arreglando.

“Devolvedme el abanico, por favor” suplicó la Diablesa por toda respuesta, postrándose de hinojos.

El Rey Mono devuelve el Abanico de Plátanos a la Princesa de Abanico de Hierro - Viaje al Oeste
El Rey Mono devuelve el Abanico de Plátanos a la Princesa de Abanico de Hierro

Bajie gritó, enfurecido:

“¡Maldita puta! ¡Se ve que no tienes sentido de la medida! ¿No es suficiente que te hayamos perdonado la vida? ¿Crees que vamos a renunciar, así como así, a ese abanico después de lo que nos ha costado hacernos con él? Es posible que lo cambiemos más adelante por algo de comida. Lo mejor que puedes hacer es marcharte. Ya no tienes nada que hacer aquí.”

La Princesa del Abanico de Hierro protestó:

“Gran Sabio, vos dijisteis que ibais a devolvérmelo, tan pronto como hubierais apagado el fuego. Aunque ahora reconozco que es un poco tarde para lamentarse de lo ocurrido después de las terribles batallas que aquí se han dado. De todas formas, quisiera que comprendierais que, aunque aún no he alcanzado la rectitud, tampoco he abandonado el cultivo. Os suplico, pues, que me devolváis el abanico. De ahora en adelante, no me atreveré a actuar presuntuosamente, sino que comenzaré una nueva vida y continuaré mi cultivo.”

Entonces, el espíritu de la montaña dijo:

“Creo, Gran Sabio, que, puesto que esta mujer conoce el secreto de cómo apagar para siempre el fuego de esta cordillera, deberíais exigirle que lo hiciera antes de devolverle el abanico. De esa forma, nos haríais a todos un inmenso favor.”

Preguntó Wukong:

“¿Crees que es posible apagar este fuego para siempre? Cuando hablé con las gentes de por aquí, me dijeron que, cuando el fuego se apagaba, sólo podían cultivar alimentos durante un año, después de lo cual volverá el fuego.”

Contestó la Diablesa:

“Si deseáis apagar para siempre estas llamas deberéis abanicar la montaña cuarenta y nueve veces seguidas. De esa forma, jamás volverá a brotar el fuego.”

Sin pérdida de tiempo, Wukong cogió el abanico y lo sacudió con todas sus fuerzas cuarenta y nueve veces seguidas. Al punto se produjo una lluvia torrencial que anegó toda la montaña. El fenómeno fue más extraordinario de lo que a primera vista pudiera creerse, porque el agua sólo caía donde había fuego. Donde no quedaba ningún rescoldo, seguía tan seco. Los discípulos y el maestro permanecieron en aquel lugar, pasaron la noche hasta que el fuego quedó totalmente extinguido la mañana siguiente.

Wukong entregó el abanico a la Diablesa, diciendo:

“Si no te lo devolviera, empezaría a decirse por ahí que el Mono no es un hombre de palabra. Regresa a tu morada y no vuelvas a hacer nada malo. Te perdono la vida, porque, como tú misma dijiste, has empezado a hollar ya el camino del bien.”

La Princesa del Abanico de Hierro cogió el abanico y se despidió de los peregrinos, inclinando, agradecida, la cabeza y se retiró a meditar y continuar su práctica religiosa a un lugar apartado.

Comments

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *