Episodio 66. La batalla entre los dos primos

Tras despedirse del viejo dragón, el Rey Mono se dirigió hacia Río Negro, acompañado de Mo Ang, llegando en un abrir y cerrar ojos a sus orillas.

El príncipe Mo Ang envió un soldado al palacio del monstruo a decirle:

“Acaba de llegar el príncipe Mo Ang por encargo del respetable Rey Dragón del Océano Occidental.”

En cuanto abrieron las puertas del palacio, la iguana comprobó que, en efecto, a la derecha del mismo había acampado un ejército de bravos soldados marinos.

Dijo la iguana, inclinando la cabeza:

“Esta mañana envié a vuestro padre una invitación y doy por supuesto que, al ser muchas sus obligaciones, os ha enviado a vos en su lugar. Sin embargo, ¿por qué habéis traído a vuestras tropas, si se trata simplemente de un banquete? Perdonadme, pero no acabo de entender por qué, en vez de entrar en mi humilde palacio, acampáis delante de él. Es más, salís a mi encuentro con la armadura ceñida y un arma mortal en vuestras manos. ¿A qué obedece semejante despliegue de fuerza?”

Preguntó el príncipe:

“¿Quieres decirme qué te indujo a invitar a venir a tu tío?”

Respondió la iguana:

“Por supuesto que sí. A él le debo cuanto soy y eso es algo que no olvidaré jamás. Además, hace muchísimo tiempo que no le veo y quería expresarle todo el cariño que por él siento, invitándole a participar de lo único valioso que poseo. El caso es que ayer cayó en mi poder un monje procedente de las Tierras del Este, que, según tengo entendido, se ha dedicado a la práctica de la virtud durante diez reencarnaciones seguidas. Es tan especial que, si alguien prueba su carne, verá alargada considerablemente su vida. Ese es el motivo por el que deseaba ofrecérsele a mi respetable tío con motivo de su cumpleaños.”

Le echó en cara el príncipe:

“¡Eres demasiado ignorante! ¿Sabes quién es ese monje?”

Admitió la iguana:

“Sí. Proviene de la corte de los Tang y se dirige hacia el Paraíso Occidental en busca de escrituras sagrada.”

Comentó el príncipe

“Ya veo que conoces algo de él. Pero ¿qué me dices de sus discípulos?”

Contestó el monstruo:

“Uno se llama Zhu Bajie. Ha caído también en mí poder y tenía pensado servirle al mismo tiempo que al monje Tang. Otro responde al nombre de Bonzo Sha. Precisamente vino a exigirme ayer liberación de su maestro. Me bastaron unos cuantos golpes de esta fusta para hacerle huir como un cobarde. ¿Quieres explicarme qué tienen de especial esos dos tipos?”

Exclamó, despectivo, el príncipe:

“¡Qué mal informado estás! El monje Tang tiene otro discípulo; el Gran Sabio, Sosia del Cielo, un inmortal de la Gran Mónada, que hace aproximadamente quinientos años sumió el Palacio Celeste en una gran confusión. Ahora se ha convertido en el guardián del monje Tang en su intento de llegar al Paraíso Occidental y hacerse con las escrituras sagradas. Fue convertido personalmente por la misericordiosa bodhisattva Guanyig, que habita en la Montaña Potalaka. Te aconsejo, por tanto, que dejes marchar a Bajie y al monje Tang, para que la paz pueda seguir reinando en estas aguas. Si quieres seguir con vida, bastará con que le pidas disculpas. Te aseguro que, si te niegas a hacerlo, serás arrojado del lugar que ahora habitas y caerás en poder de la muerte.”

Bramó el monstruo, enfurecido:

“¿Cómo te atreves a decirme eso tú, que perteneces a mi misma familia? ¡Es increíble que te pongas de parte de alguien totalmente ajeno a nosotros! ¡Estás loco, si crees que voy a dejar marchar al monje Tang así como así! ¿Cuándo se ha visto en el mundo semejante cosa? Es posible que ese tan Sun Wukong te produzca un miedo terrible, pero ¿quién te ha dicho que yo sea tan cobarde como tú? Si posee tantos poderes como afirmas, que venga aquí y lo demuestre. Te prometo que, si me resiste tres ataques, pondré inmediatamente en libertad a su maestro. Pero, si falla, que se vaya despidiendo de esta vida, porque le echaré también el guante y le cocinaré después al vapor.”

Exclamó el príncipe:

“¡Monstruo ignorante! Jamás he visto a nadie más inconsciente que tú. ¿Sin mencionar enfrentarte cara a cara con Sun Wukong, ¿te atreves a pelear conmigo?”

“¿Piensas que iba a ponerme a temblar?” replicó el monstruo. Se volvió después a sus subordinados y les ordenó:

“¡Traedme la armadura!”

Viendo que todo era inútil, los dos primos empezaron a pelearse.

El príncipe había hecho un falso amago de huida y el monstruo se había lanzado inmediatamente en su persecución. Pero el príncipe se había dado la vuelta al poco y había descargado sobre el brazo derecho de la bestia un golpe que le había derribado de inmediato al suelo. No contento con eso, le había propinado un segundo golpe que le había hecho rodar como una fruta madura. Los guerreros marinos no tuvieron más que atarle las manos a la espalda, agujerearle el esternón y cargarle de cadenas. De esta forma fue conducido hasta la orilla.

Gritó, satisfecho, el Príncipe Dragón:

“Gran Sabio, como os había prometido, acabo de capturar a la iguana. Decidid ahora lo que ha de hacerse con ella.”

El Rey Mono dirigiéndose al monstruo, afirmó con voz solemne:

“No hiciste caso a lo que se te ordenó. Cuando tu respetable tío te dio permiso para vivir en este lugar, lo hizo con la intención de que te dedicaras a la práctica de la virtud y pudiera después confiarte un puesto de mayor responsabilidad. ¿Por qué expulsaste al dios del río de su palacio, maltratando a cuantos se opusieron a tus pretensiones? Merecías que te apaleara con esta barra de hierro. Es tan pesada que bastaría un simple golpecito para acabar con tu vida.”

En cuanto Bajie vio al monstruo cargado de cadenas, levantó el tridente, gritando furioso, con ánimo de acabar con él:

“¡Maldita bestia! ¿Todavía quieres devorarme?”

Afortunadamente el Rey Mono se lo impidió, diciendo:

“No le mates. Hazlo por Ao Shun y su hijo.”

Dijo el príncipe Mo Ang, después de darle las gracias:

“Me temo que no puedo quedarme más tiempo a vuestro lado. Vuestro maestro ha sido felizmente liberado y debo volver junto a mi padre con el prisionero. Aunque vos os habéis mostrado misericordioso con él, no dudo que mi padre le dará un castigo ejemplar. Os mantendremos informados al respecto, Gran Sabio. No podéis figuraros cuánto nos ha afectado este incidente.”

Concluyó Sun Wukong:

“Está bien. Puedes marcharte cuando quieras. Saluda en mi nombre a tu padre y dale las gracias por su inestimable cooperación.”

El Dios del Río Negro se volvió hacia el Peregrino y le dio las gracias, diciendo:

“Estoy en deuda con vos, Gran Sabio, por haberme devuelto mi reino de agua.”

El dios del río hizo un gesto mágico y al instante el agua se detuvo, formando una gran muralla y permitiendo a los viajeros atravesar el cauce a pie enjuto. De esta forma, lograron llegar sanos y salvos a la orilla occidental.


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