Bonzo Sha saltó del agua del Río Negro furiosamente.
Preguntó el Rey Mono:
“Llevas ahí tanto tiempo, ¿qué clase de demonios hay ahí abajo? ¿Has conseguido ver al maestro?”
Explicó el Bonzo Sha:
“Ahí abajo hay una extraña construcción, en cuya puerta puede leerse escrito en grandes caracteres: Garganta Heng Yang, morada del Dios del Río Negro. ” El Rey de los demonios tenía tanta fuerza que no pude vencerlo. Parece una tortuga o algo por el estilo. Aunque, pensándolo bien, debe de ser una iguana. “
No había acabado de decirlo, apareció un hombre, que se arrodilló a considerable distancia, al tiempo que gritaba:
“¡Gran Sabio! El Dios del Río Negro os saluda respetuosamente.”
Exclamó el Rey Mono:
“¿Cómo es eso? No me digas que ese monstruo ha decidido venir a burlarse otra vez de nosotros.”
El anciano se inclinó y lloró, diciendo:
“No, no, Gran Sabio. Yo no soy ningún monstruo, sino el auténtico dios de este río. El mes quinto del año pasado, aprovechándose de la marea alta, llegó hasta aquí procedente del Océano Occidental y me retó con insultos y amenazas. Como podéis apreciar, soy una persona débil y entrada ya en años, y me venció con suma facilidad. Tras mi derrota no le costó apoderarse de mi residencia oficial, la Garganta de Heng Yang, matando a infinidad de criaturas acuáticas. No me quedó más remedio, pues, que presentar una querella contra él. Sin embargo, el Rey Dragón del Océano Occidental fuera su tío. No es extraño, por tanto, que no quisiera prestar oídos a mi querella, y aconsejándome que dejara el camino libre a su sobrino.”
Concluyó el Rey Mono:
“Quédate aquí vigilando con el Bonzo Sha, mientras voy en busca del Rey Dragón. Espero que no se niegue a poner orden; de lo contrario, puede salir él mismo bastante malparado. “
Exclamó, emocionado, el Dios del Río:
“No sabéis cuánto os lo agradezco, Gran Sabio.”
Sun Wukong montó en una nube y se dirigió directamente al Océano Occidental. No tardó en llegar a su destino y, tras hacer el signo para separar las aguas, se adentró en ellas con la misma facilidad que si se encontrara en tierra firme.
No tardó en ser avistado por un yaksa que se hallaba patrullando las aguas. A toda prisa regresó al Palacio de Cristal de Agua a informar al señor:
“Acaba de llegar el Gran Sabio, Sosia del Cielo.”
El Dragón Ao Shun se levantó al punto del trono y salió, seguido de todos los suyos, a dar la bienvenida a tan distinguido visitante.
Wukong le contó al Rey Dragón en detalle lo que sucedió en el Río Negro.
Al lo oír, el dragón sintió cómo le abandonaban las fuerzas. En el culmen de su abatimiento se dejó caer de rodillas y empezó a golpear el suelo con la frente, al tiempo que decía:
“¡Perdonadme, Gran Sabio! Es el noveno hijo de mi hermana. Su padre cometió un error, por lo que fue condenado por los jueces celestes a morir. Como no tenía ningún feudo, aconsejé que fuera al Río Negro y allí se dedicara a la práctica de la virtud, para que pudiera convertirse en un auténtico inmortal. Jamás sospeché que pudiera cometer crímenes tan espantosos como los que aquí se mencionan. Ahora mismo voy a enviar a alguien a arrestarle.”
Dijo el Rey Mono:
“Ahora veo que la culpa no es vuestra, de ese jovenzuelo, que se ha negado abiertamente a obedecer vuestras órdenes. Por esta vez os perdono, habida cuenta de la amistad que me une a vos y a vuestros hermanos y considerando, además, que ese dragón es joven y, por lo que se ve, bastante irreflexivo. Sin embargo, es preciso que enviéis cuanto antes a alguien a arrestarle y a liberar a mi maestro. “
Ao Shun mandó venir al príncipe Mo Ang y le ordenó:
“Coge a quinientos de nuestros mejores soldados y parte inmediatamente a arrestar a la iguana. Mientras lo haces, que alguien prepare un banquete para el Gran Sabio. No en balde le debemos una disculpa.”
Replicó el Rey Mono:
“No necesitáis ser tan cortés conmigo. Ya os he dicho que no siento hacia vos la menor animadversión. No es preciso, por tanto, que os molestéis. Creo que lo mejor será que acompañe a vuestro hijo, pues estoy muy intranquilo por la suerte de mi maestro. Eso sin contar con que uno de mis hermanos me está esperando.”
El dragón insistió en lo del banquete, pero, al comprender que Wukong estaba dispuesto a marcharse, ordenó a una de sus hijas que trajera un poco de té.
Esta vez el Rey Mono no se negó. Inmediatamente, bebió una taza de té y luego abandonó el Océano Occidental.
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