Tripitaka continuó su viaje agarrando las riendas del caballo.
Caminó durante medio día y en todo ese tiempo no se topó con un solo hombre o lugar habitado. El monje continuó su penosa ascensión por la cordillera, que se hacía más escabrosa con cada paso que daba. La punzada del hambre se hacía cada vez más intensa y las fuerzas le iban fallando.
Para colmo de males, se encontró con que dos tigres terribles le cortaban el paso, mientras a sus espaldas serpenteaban varias culebras enormes y a su derecha e izquierda se movían, amenazantes, infinidad de bestias de la más variada procedencia. El caballo estaba tan débil que dobló las patas delanteras y se quedó tumbado en el suelo. A Tripitaka no le quedó más remedio que encomendarse a la decisión protectora de los Cielos.
Cuando ya no podía más, algo hizo huir a las bestias, a los tigres dispersarse y a las serpientes esconderse. Tripitaka levantó la vista, desconcertado, y vio venir a un hombre con un tridente de acero en las manos y un arco sujeto a la cintura. No podía negarse que se trataba de un héroe.
Tripitaka gritó:
“¡Tened compasión de mí! ¡Os lo suplico!“
El hombre dijo:
“No tengáis miedo. No te haré daño. Soy Liu Boqin, un cazador en esta montaña. Todo el mundo me conoce por el nombre Guardián de la Montaña. “
Boqin se detuviera de pronto y dijera:
“Sentaos aquí y no os mováis. Algo me dice que anda cerca un leopardo. Voy a ver si lo cazo y así podré ofreceros algo de comer.”
El Guardián de la Montaña tomó el tridente y avanzó hacia delante. Se topó de frente con un enorme tigre de piel estriada, que se dio a la fuga en cuanto le vio. Boqin gritando con su potente voz:
“¡Maldita bestia! ¿Se puede saber adónde intentas huir?”
El encuentro duró aproximadamente dos horas. Para entonces las garras del tigre comenzaron a hacerse cada vez más lentas y su cuerpo empezó a perder elasticidad. Eso terminó perdiéndole, porque al poco rato el Guardián de la Montaña acertó, por fin, a clavarle el tridente en el pecho. El acero destrozó el corazón de la bestia y al punto se llenó de sangre todo el suelo. El Guardián de la Montaña lo agarró entonces por una oreja y lo arrastró ladera arriba.
El cazador llevó a Xuanzang a su casa y le presentó a su madre y a su esposa. Mientras discutían los detalles, empezó a oscurecer. La madre y la esposa cocinaron comida vegetariana para el monje Tang.
“Tomad esto, maestro, y no os preocupéis” dijo a Tripitaka.
“Os aseguro que ésta es la comida más pura y carente de inmundicias que mi nuera y yo hemos preparado en toda nuestra vida.”
Al día siguiente era el aniversario de la muerte del padre del cazador, por lo que su madre le pidió al Maestro de la Rey Tripitaka que recitara las Escrituras por él.
A la mañana siguiente madrugaron todos mucho. Tras preparar un banquete vegetariano para el Maestro, le pidieron recitar las escrituras. Después de lavarse las manos, el monje se dirigió al salón de los antepasados, donde quemó incienso en compañía del Guardián de la Montaña. Se inclinó a continuación ante el altar familiar y, tras golpear su pez de madera, recitó las Sutras para la Salvación de los Muertos. La ceremonia budista no terminó hasta el anochecer.
Las oraciones de Tripitaka resultaron tan efectivas que aquella noche el padre de Boqin se apareció en sueños a todos los miembros de su familia y les dijo:
“Durante mucho tiempo me he visto sometido a terribles tormentos en la Región de las Sombras, sin poder conseguir la salvación. Afortunadamente las súplicas de ese monje han contribuido eficazmente a la remisión de todas mis culpas y el Rey Yama ha decidido reencarnarme en una noble y rica familia de la respetable nación china. Deberíais, por tanto, agradecerle cuanto ha hecho por mí, mostrándoos generosos con él.”
Llamaron a cuantas personas habitaban en la casa y acudieron a los aposentos del monje a darle las gracias.
“Nunca os recompensaremos lo suficiente por haber librado a nuestro padre de los tormentos del infierno.”
Liu Boqin le contó entonces el sueño que habían tenido los tres y Tripitaka se sintió complacido.
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