Hay un dicho que dice: “El mayor enemigo del ser humano es uno mismo”. Es fácil ser tentados por diversos factores externos, cayendo en deseos sensoriales y placeres de los que no podemos liberarnos.
Los cinco colores ciegan al hombre.
Los cinco sonidos ensordecen al hombre.
Los cinco sabores embotan al hombre.
La carrera y la caza ofuscan al hombre.
Los tesoros corrompen al hombre.
Por eso, el sabio atiende al vientre y no al ojo.
Por eso, rechaza esto y prefiere aquello.
La civilización moderna nos sumerge en un laberinto de estímulos externos —deseos visuales, apetitos materiales, placeres efímeros— que corrompen nuestra naturaleza esencial, tal como Laozi describe: “Los cinco colores ciegan al hombre. Los cinco sonidos ensordecen al hombre. Los cinco sabores embotan al hombre.”
Los sabios se enfocan en cultivar su interior y se distancian de las seducciones externas.
“El Sabio actúa desde el centro vacío, no desde los sentidos engañosos”, máxima que sintetiza la enseñanza: la verdadera soberanía consiste en dominar las propias percepciones antes que intentar dominar el mundo exterior.
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