SuaveG – The Gentle Path

Episodio 151. Los niños en jaulas para gansos

Después de hacer cuanto estaba de su mano para liberar al monje Tang, consiguió la ayuda de Tathagata y, de esa forma, Sun Wukong logró finalmente derrotar a los demonios.

Cuando todo hubo concluido, Tripitaka y sus discípulos abandonaron el Reino del Camello-León y prosiguieron su viaje en dirección oeste. Después de varios meses volvió a hacerse presente el invierno.

Sin hacer caso de los vientos helados continuaron adelante. Comieron y durmieron en el desierto a pesar del viento y la lluvia.

Pronto avistaron otra ciudad y, volviéndose hacia Wukong, Tripitaka preguntó:

“¿Qué clase de lugar es aquél?”

Contestó Wukong:

“Lo sabremos cuando lleguemos a él. Si se trata de uno de los reinos del Oeste, tendremos que sellar nuestros documentos de viaje. Si, por el contrario, no es más que un distrito o una prefectura, seguiremos adelante sin necesidad de detenernos.”

No había acabado de decirlo, cuando se encontraron a las mismas puertas de la ciudad.

El Reino de Bhiksu - Viaje al Oeste
El Reino de Bhiksu – Viaje al Oeste

Tripitaka desmontó del caballo y traspusieron la muralla exterior. No tardaron en encontrar a un viejo soldado acurrucado contra una pared para defenderse mejor del viento y durmiendo sin otro techo que el mismo sol.

Wukong se acercó a él y le sacudió ligeramente el hombro. El anciano se desperezó pesadamente. Al verle, pestañeó como si no diera crédito a lo que veían sus ojos y, echándose rostro en tierra, empezó a golpear el suelo con la frente, al tiempo que decía:

“Honorable señor, sed bienvenido.”

Preguntó Wukong:

“¿A qué viene tanto alboroto? Yo no soy ningún espíritu. ¿Se puede saber por qué me llamas honorable señor?”

Redoblando sus golpes de frente contra el suelo, el anciano soldado inquirió:

“¿Es que no sois un dios del trueno?”

Respondió Wukong:

“Por supuesto que no. No soy más que un monje procedente de las Tierras del Este que se dirige hacia el Paraíso Occidental en busca de escrituras. Si te he despertado, ha sido para que me digas cómo se llama esta comarca.”

Sólo entonces pareció tranquilizarse un poco el soldado. Bostezó como pudiera hacerlo un caballo y, después de desperezarse una vez más, contestó:

“¡Oh!, perdonadme. Este lugar se llamaba antes el Reino de Bhiksu, pero ahora se le conoce por el nombre de la Ciudad de los Niños.”

Volvió a preguntar Wukong:

“¿Habita un rey en esta ciudad?”

“Por supuesto que sí.” confirmó el viejo soldado.

Exclamó el monje Tang, sorprendido:

“¡Qué raro! Entre Bhiksu y Niños no existe la menor relación.”

Opinó Bajie:

“Probablemente sea debido a que el anterior soberano se llamaba Bhiksu y, al morir, dejó el trono a un príncipe más joven que él.”

“¡Tonterías!” exclamó Tripitaka.

“Entremos, de una vez, en la ciudad y veamos qué es lo que podemos averiguar al respecto.”

El maestro y los discípulos recorrieron, una tras otra, infinidad de calles. En todas se apreciaban los mismos signos de riqueza y prosperidad, que parecían, en realidad, no tener fin. Pronto empezaron a notar, igualmente, que delante de cada casa había una jaula para gansos.

Preguntó Tripitaka:

“¿Habéis visto? ¿Para qué pondrán jaulas para gansos delante de cada casa?

Bajie miró a su alrededor y vio que todas ellas estaban tapadas con cortinas de cinco colores. Eso le hizo exclamar, sonriendo:

“Hoy debe de ser un día propicio para celebrar matrimonios o dar la bienvenida a los amigos. No hace falta más que ver esas cortinas.”

Contestó Wukong:

“¡Tonterías! ¿Cómo va a celebrarlo todo el mundo el mismo día? Por fuerza tiene que existir otra razón. Voy a echar un vistazo a ver de qué se trata.”

Le aconsejó Tripitaka, tirando de él:

“Es mejor que no lo hagas. En cuanto vean la cara que tienes, todo el mundo se echará a correr.”

Concluyó Wukong:

“En ese caso, me metamorfosearé.”

Sacudiendo ligeramente el cuerpo, se convirtió en una pequeña abeja.

No le resultó difícil llegarse hasta una de las jaulas y escabullirse entre sus cortinas.

Dentro había un niño sentado. Desconcertado, se dirigió hacia otra jaula y descubrió a otra criatura en la misma posición.

El niñó en la jaula - Viaje al Oeste
El niñó en la jaula

De hecho, había niños sentados en las ocho o nueve que inspeccionó. Lo que más le extrañó, de todas formas, es que no hubiera ninguna niña. Algunos estaban jugando, otros lloraban en silencio y otros, finalmente, comían fruta o dormían plácidamente.

El Rey Mono recobró la forma que le era habitual y, regresando junto al monje Tang, dijo:

“Dentro de esas jaulas únicamente hay niños. Los mayores deben de tener alrededor de siete años, mientras que los más pequeños apenas sí llegan a cinco. No comprendo qué pueden estar haciendo ahí.”

Tripitaka pareció más desconcertado que antes.

Al dar la vuelta a una calle se toparon con un edificio de corte oficial en el que podía leerse: Pabellón del Departamento de Envíos.

Los funcionarios del pabellón anunciaron su llegada al encargado del departamento, que salió inmediatamente a darles la bienvenida. Después de intercambiar los saludos de rigor y de tomar asiento, el funcionario les preguntó:

“¿De qué tierras sois originarios?”

Contestó Tripitaka:

“Este humilde servidor vuestro es un enviado del Gran Emperador de los Tang, cuyo reino se encuentra enclavado en las Tierras del Este. Por deseo expreso suyo me dirijo hacia el Paraíso Occidental en busca de escrituras sagradas. Deseamos, por tanto, que vuestro soberano nos selle los documentos de viaje, para que podamos seguir nuestro camino, después de disfrutar de vuestra hospitalidad durante una noche.”

El responsable del pabellón hizo traer el té y ordenó a sus subalternos que prepararan algo de comer.

En cuanto todo estuvo listo, pidió a los invitados que se sentaran a la mesa. Mientras daban cuenta de una cena vegetariana, un grupo de criados limpiaba las habitaciones reservadas a los huéspedes.

Tripitaka volvió a darle efusivamente las gracias y dijo:

“Hay algo que quisiera saber. ¿Tendríais algún inconveniente en explicarme cómo criáis las gentes de por aquí a los niños?”

Contestó el funcionario:

“No quiero ofenderte. Pero, ¿cómo puede un monje preocuparse por este problema?”

Respondió el Monje Tang:

“Las gentes de por aquí no se diferencian gran cosa de las del país del que procedo. Sin embargo, al entrar en la ciudad, he visto que delante de cada casa había una especie de jaula para gansos con un niño dentro. Eso es precisamente algo que no acabo de entender. ¿Tendríais la amabilidad de explicármelo?”

Contestó el funcionario, bajando la voz de tal manera que, más bien, parecía un susurro:

“Os aconsejo que no os preocupéis por eso. No preguntéis nada al respecto. Es más, no habléis ni siquiera de ello. Lo que tenéis que hacer ahora es descansar, para poder proseguir mañana vuestro camino.”

Monje Tang no se dio por vencido e insistió para que el funcionario le diera una explicación plausible, pero él se negó a hacerlo, sacudiendo la cabeza y agitando significativamente el dedo. Lo único que decía era:

“Poned especial cuidado en no hablar de eso, por favor.”

Tripitaka le agarró, entonces, del brazo y se negó a dejarle marchar, preguntando una y otra vez sobre el motivo de tan extraña costumbre. El funcionario no tuvo más remedio que despedir a sus subordinados. Cuando se hubo encontrado solo, hizo la siguiente confidencia en voz muy baja:

“Ese asunto de las jaulas para gansos que acabáis de mencionar está directamente relacionado con la crueldad de la que constantemente suele dar muestras nuestro soberano. ¿Por qué insistís en preguntar sobre ello?”

Inquirió Tripitaka:

“¿Qué queréis decir con eso? Es preciso que me ayudéis a comprender todo este asunto, antes de que me retire a descansar.”

El funcionario le cuenta al Monje Tang el secreto del Reino de los Niños - Viaje al Oeste
El funcionario le cuenta al Monje Tang el secreto del Reino de los Niños

Explicó finalmente el funcionario:

“Antes este lugar era conocido como el Reino de Bhiksu, pero últimamente las canciones que suele cantar la gente han conseguido cambiar ese nombre por el de la Ciudad de los Niños. Hace aproximadamente tres años llegó a este lugar un anciano disfrazado de taoísta y acompañado por una muchacha de unos dieciséis años con el rostro tan hermoso como el de la Bodhisattva Guanyin. Sin que nadie sepa por qué, se la regaló a nuestro soberano, que, loco de contento, le concedió inmediatamente el título de Reina de la Belleza. Está tan obsesionado con su hermosura, que en todo este tiempo no ha vuelto ni siquiera a mirar a ninguna de las concubinas que habitan en las seis cámaras de los tres palacios. Día y noche se entrega con ella a los juegos del amor, debilitando cada vez más su cuerpo y abandonando totalmente los asuntos de gobierno. Su debilidad ha llegado a tales extremos, que ni fuerzas tiene ya para comer o beber, renunciando prácticamente a todo deseo de seguir viviendo. Los médicos imperiales han tratado, una y otra vez, de hallar un remedio para su mal, pero hasta la fecha no lo han conseguido. Mientras tanto, el taoísta, que se hace llamar a sí mismo el suegro del príncipe reinante, afirma poseer una fórmula secreta capaz de alargar la vida del soberano. El único problema es que tan extraordinario remedio se halla al otro lado del gran océano. Es posible que haya en eso algo de verdad, pues él mismo realizó un viaje, hace ya cierto tiempo, a las Tres Islas y a los Diez Islotes, con el fin de recoger ciertas hierbas. A su vuelta preparó unas cuantas medicinas, pero el muy ladino afirma que, para que surtan su efecto, es preciso tomarlas con un caldo hecho con los corazones de mil ciento once niños. Cuando lo tome, nuestro soberano no sólo sanará, sino que no envejecerá jamás y sus días alcanzarán los mil años. Esos chiquillos que habéis visto dentro de las cercas para gansos son los seleccionados para la matanza. Para eso precisamente se los cuida y se los alimenta. Lo peor del caso es que sus padres ni siquiera se atreven a llorar, para no levantar las iras del rey. La única forma que tienen de airear su frustración es llamando a este lugar la Ciudad de los Niños. Cuando os dirijáis mañana a la corte, limitaos a solicitar que os sellen el documento de viaje, sin mencionar para nada este asunto. Recordadlo bien.”

Y se retiró a toda prisa.

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