SuaveG – The Gentle Path

Episodio 142. Someter al león monstruoso de la melena verdosa

Elevándose por encima de las nubes, Wukong se dirigió hacia el lugar donde había dejado al monje Tang.

“Acabo de llegar, maestro.” Dijo Wukong.

“¡Qué mal has tenido que pasarlo, Wukong!” contestó el maestro, tomándole, aliviado, de la mano.

“No he dejado de preocuparme desde el momento en que te vi adentrarte en la montaña. Dime qué peligros nos aguardan camino adelante.”

Contó a continuación cómo se había hecho pasar por un Pequeño Cortador de Viento, cómo había sido encerrado en el interior del jarrón y cómo había conseguido escapar.

Terminó diciendo Sun Wukong:

“Ahora que puedo volver a contemplar, una vez más, vuestro rostro, me siento como si hubiera concluido una reencarnación más.”

Sentenció el monje Tang:

“Lo menos nunca puede acabar con lo más. Comprendo que tú solo no puedes enfrentarte con tantos, pero Bajie y Bonzo Sha pueden echarte una mano. Les voy a decir que te acompañen, así podrás librar de monstruos toda la región y no nos encontraremos con sorpresas desagradables.”

Reconoció Wukong, pensativo:

“Eso es verdad. De todas formas, Bonzo Sha debería quedarse aquí para protegeros. Si quiere, Bajie puede venir conmigo.”

Se apresuró a decir Bajie, visiblemente preocupado:

“Ahora eres tú el que no te muestras muy observador que digamos. Mis poderes no son muchos y mi manera de comportarme no puede ser más tosca. Poseo, además, un cuerpo tan gordo, que, hasta cuando ando, el viento me impide desenvolverme con rapidez. Opino, por tanto, que, más que de ayuda, voy a servirte de estorbo.”

Replicó el Rey Mono:

“Por lo menos puedes darme ánimos, ¿no?”

Concluyó Bajie:

“Está bien. Lo único que espero es que te preocupes por mí, cuando las cosas se pongan difíciles, y no me dejes en ridículo con tus bromas.”

Le aconsejó Monje Tang:

“No tomes riesgos innecesarios, Bajie. Bonzo Sha y yo nos quedaremos aquí.”

Bajie se animó en seguida y, remontándose por encima del viento, se internó en la montaña a lomos de una nube, acompañado por el Rey Mono.

No tardaron en llegar a la puerta de la caverna. Estaba firmemente cerrada y no se veía a nadie por sus inmediaciones. El Rey Mono se acercó a ella con su temible barra de hierro en las manos y gritó con voz potente:

“¡Abrid la puerta, de una vez, y salid a luchar conmigo!”

Los diablillos corrieron a informar de lo ocurrido a los demonios, el más viejo de los cuales comentó, desalentado:

“Hoy hemos sabido que los rumores que circulaban sobre ese Sun Wukong se confirmaron. Este mono es realmente un tipo duro. Ahora está ahí fuera retándonos a un combate. ¿Quién puede desear enfrentarse a un guerrero tan formidable?”

Ninguno de los presentes se atrevió a contestar. El demonio volvió a repetir la pregunta, pero nadie osó responderla. Todos los moradores de la caverna parecían haberse vuelto mudos y sordos. Eso enfureció de tal manera al demonio, que, poniéndose de pie, exclamó:

“¡Estamos perdiendo el honor! ¿Es que no comprendéis que vamos a ser la irrisión de cuantos transitan por el camino que conduce al Oeste? Por muy poderoso que sea el Sun Wukong, nuestro deber es enfrentarnos a él y tratar de lavar la afrenta que nos ha infligido esta mañana. Si vosotros no os atrevéis, seré yo quien mida mis armas con las suyas.

Bastará con tres asaltos. Si puedo vencerlo en tres asaltos, podremos saborear la carne del monje Tang. De lo contrario, les abriremos los brazos y les permitiremos proseguir tranquilamente su camino.”

Sin pérdida de tiempo se puso la armadura y, abriendo de par en par las puertas, salió de su refugio.

Exclamó el demonio, soltando la carcajada:

“¡Maldito mono! ¿Cómo te atreves a venir a retarme, cuando yo no he movido ni un solo dedo contra ti?”

Respondió el Rey Mono:

“Como muy bien afirma el proverbio: las olas sólo se embravecen, cuando soplan los vientos, y las aguas se amansan, cuando la marea está baja. ¿Crees que, si realmente no me hubieras provocado, habría venido a medir mis armas con las tuyas? Si me he decidido a hacerlo, ha sido porque ha llegado a mis oídos que habéis planeado devorar a mi maestro.”

Se burló el demonio:

“¿A qué vienen tantas amenazas? ¿Quieres decir con tanta palabrería que estás dispuesto a luchar?”

“Así es.” confirmó el Rey Mono.

Bramó el demonio:

“¡Deja de actuar con tanta insolencia! Sabes muy bien que no tendría más que dar una orden para que salieran mis legiones de diablillos con sus tambores, sus banderas y sus estandartes. Pero no quiero abusar de ti y comportarme como el tigre que conoce su terreno. Sólo lucharé contigo uno a uno, nadie más puede ayudar.”

Dijo el Rey Mono, volviéndose hacia Bajie:

“Quédate a un lado y no te metas para nada. Vamos a ver qué tal se defiende ese vejestorio.”

Bajie asintió con la cabeza y se apartó de su hermano.

Gritó el demonio en tono de burla:

“Acércate, que voy a afilar mi espada en tu cabeza. Si es capaz de resistir tres golpes de mi cimitarra, dejaré pasar al monje Tang; de lo contrario, ya puedes entregármelo, para que me lo coma.”

El Rey Mono sonrió cuando escuchó las palabras y dijo:

“¡Maldito monstruo! Si tienes papel y tinta en tu caverna, ya puedes ir firmando lo que acabas de decir. Te aseguro que, aunque te tires un año entero golpeándome la calva con tu acero, no vas a conseguir hacerme ni un solo rasguño.”

El demonio asentó firmemente los pies sobre el suelo, levantó la cimitarra con las dos manos por encima de su cabeza y la dejó caer con fuerza sobre el Rey Mono. Para demostrar que no temía sus golpes, el Rey Mono no se encogió, sino que estiró el cuello cuanto pudo. Se oyó un golpe tremendo, pero la piel de su cabeza ni siquiera enrojeció.

Asombrado, el demonio exclamó:

“¡Qué cabeza más duro tiene este mono!”

Replicó el Rey Mono, sonriendo con malicia:

“¿No comprendes que ni en el Cielo ni en la Tierra existe una sola criatura con la cabeza de bronce y la coronilla de acero, como las mías?”

Le urgió el monstruo:

“¡Déjate de decir bravuconadas y prepárate para recibir el segundo golpe! Ten por seguro que esta vez no vas a salir con vida.”

Se burló el Rey Mono:

“¿Qué forma de hablar es ésa? Me conformo con que no te des por vencido.”

El demonio volvió a levantar la cimitarra y el Rey Mono se aprestó a recibir el castigo.

El Demonio León partió al Rey Mono por la mitad con su espada - Viaje al Oeste
El Demonio León partió al Rey Mono por la mitad con su espada

El ruido del encontronazo fue terrible, pero esta vez la cabeza se multiplicó por dos y apareció una copia exacta de Sun Wukong, dando vueltas por el suelo, como si la hubiera afectado el golpe. Aterrado, el demonio dio un paso hacia atrás.

Comentó Bajie, soltando la carcajada:

“Lo que debía hacer esa bestia era descargar un nuevo golpe, a ver si conseguía multiplicarle por cuatro.”

Objetó el demonio:

“Dudo que puedas recuperar todas esas porciones y volver a ser, simplemente, uno. Si lo haces, prometo dejarte darme un golpe con tu barra.”

El Rey Mono se abrazó, entonces, a su otro yo y al instante se convirtió en una única persona. Como quien no quiere la cosa, cogió la barra de hierro y la dejó caer con fuerza sobre el viejo demonio, que desvió el golpe, levantando a tiempo la cimitarra.

Rey Mono contra Demonio León - Viaje al Oeste
Rey Mono contra Demonio León

Más de treinta asaltos disputaron el demonio y el Rey Mono, sin que ninguno de los dos obtuviera una ventaja apreciable.

Al ver Bajie desde abajo que la batalla se encontraba tan igualada, se negó a seguir con los brazos cruzados y, montándose en el viento, se elevó hacia lo alto. Cuando llegó a la altura del demonio, levantó el rastrillo con las dos manos y lo dejó caer con una fuerza tremenda sobre su rostro. El diablo cayó presa del pánico. De hecho, no sabía si Bajie era un oportunista o un luchador de auténtica talla, pero, al ver el desmesurado tamaño de sus orejas y su morro, pensó que se trataba de alguien con una fuerza descomunal y huyó, despavorido.

Gritó el Rey Mono, viendo que se había desprendido de su cimitarra:

“¡Persíguele! ¡No le dejes escapar!”

Envalentonado por esos gritos, Bajie levantó en alto el rastrillo y corrió detrás del demonio. La pendiente no tardó en hacerse más pronunciada y la huida se tornó mucho más penosa. El demonio se volvió entonces cara al viento y, recobrando la forma que le era habitual, abrió de par en par sus enormes fauces con el ánimo de tragar a Bajie.

Bajie sintió tal terror, al verlo, que se lanzó de cabeza sobre unos arbustos que había junto al camino, sin importarle que estuvieran totalmente cubiertos de espinas ni que pudieran hacerle unos terribles arañazos en la cara. Sin atreverse a levantar la cabeza, se acurrucó contra el suelo y se quedó tan quieto como si estuviera muerto, a la espera de lo que pudiera ocurrir.

Wukong no tardó en aparecer. Al verle, el monstruo volvió a abrir su gigantesca boca, sin sospechar siquiera que eso era precisamente lo que andaba buscando el Rey Mono.

El Demonio León devora al Rey Mono - Viaje al Oeste
El Demonio León devora al Rey Mono

Guardando a toda prisa la barra de hierro, el Rey Mono se metió, gustoso, en las fauces del monstruo, que le tragó con una facilidad pasmosa. Bajie se quedó tan aterrado, que sólo pudo murmurar:

“¡Qué estúpido has sido! ¿Por qué no te diste la vuelta, cuando viste que esa bestia quería devorarte? ¡No comprendo cómo has podido seguir corriendo! Es posible que dures un día entero dentro de su estómago, pero nadie te libra de que mañana mismo seas un montón de excremento.”

El demonio de mayor edad consideró como una gran hazaña el haberse tragado, sin más, al Rey Mono.

Al llegar a la caverna, todos los diablillos acudieron a darle la bienvenida, preguntándole qué tal había resultado el combate.

Contestó él, ufano:

“No ha podido irme mejor. He atrapado, incluso, a uno de esos monjes.”

“¿A cuál de ellos has capturado?” inquirió, fuera de sí de contento, el segundo demonio.

Explicó el demonio de mayor edad:

“He logrado tragarme ni más ni menos que a Sun Wukong.”

Repitió, horrorizado, el tercer demonio:

“¿Que te has tragado al Sun Wukong? ¿Acaso no sabes que es indigerible?”

Confirmó el Rey Mono desde dentro:

“Efectivamente. No hay estómago que pueda digerirme. Pero no te preocupes. Conmigo aquí dentro, no volverás a tener hambre jamás.”

Los diablillos se pusieron a temblar de miedo.

Exclamó el más atrevido:

“¡Es terrible! ¡Sun Wukong ha empezado a hablar en el interior de vuestro estómago!”

Replicó el demonio de mayor edad:

“¿A quién puede importarle semejante cosa? ¿Creéis que, después de devorarle, no voy a saber cómo acabar con él? Id a hervir inmediatamente un cántaro de agua salada. En cuanto haya llegado a mi estómago, saldrá disparado como una flecha y, después de freírle a fuego lento, nos lo comeremos con vino.”

Los diablillos no tardaron en aparecer con media cazuela de agua salada, recién apartada del fuego.

El demonio se la bebió sin pestañear. Después abrió la boca, esperando que el Rey Mono saliera dando gritos de un momento a otro, pero el Rey Mono parecía haber echado raíces en su estómago. Ni siguiera se quejó de la temperatura del agua.

Rey Mono tortura a Demonio León en su estómago - Viaje al Oeste
Rey Mono tortura a Demonio León en su estómago

Extrañado, el demonio se metió la mano por la garganta y empezó a vomitar, hasta que la vista comenzó a nublársele y se sintió tan mareado como un borracho. ¡Hasta bilis echó por la boca, pero el Rey Mono siguió sin dar señales de vida!

Después de descansar un poco, el demonio preguntó, resollando como un carabao en pleno esfuerzo:

“¿Vas a salir o no, Sun Wukong?”

Contestó el Rey Mono:

“Me temo que aún es un poco pronto. Lo siento mucho, pero no pienso salir.”

“¿Puede saberse por qué?” insistió el monstruo.

Respondió el Rey Mono:

“Se nota que no eres un demonio muy inteligente que digamos. Desde que decidí hacerme monje, he llevado una vida muy penosa y llena de privaciones. Como habrás podido comprobar, mi camisa está un poco raída y empieza a hacer frío por ahí fuera. Tu barriga, por el contrario, está muy calentita y no carece de nada. Es el sitio ideal para pasar el invierno.”

Exclamaron, alarmados, los diablillos:

“¡Habéis oído! ¡El Sun Wukong se ha propuesto pasar en vuestra barriga todo el invierno!”

Replicó el demonio de mayor edad:

“¡Allá él! Si es eso lo que desea, me entregaré de lleno a la meditación y, valiéndome de la magia de la hibernación, no probaré ni un solo bocado en todo el invierno. Así se morirá de hambre ese maldito caballerizo de los cielos.”

Se burló el Rey Mono:

“Se nota que no te distingues precisamente por tu inteligencia, hijito. Al principio de nuestro viaje en busca de las escrituras sagradas pasamos por Cantón y allí compre una pequeña sartén, ideal para hacer despojos. Creo que me voy a divertir bastante cortándote trocitos de hígado, de tripas, de estómago y de pulmones. Eso me ayudará a mantenerme bien alimentadito hasta la primavera.”

Exclamó, horrorizado, el segundo demonio:

“¡Ese maldito mono es capaz de hacerlo! ¡Deberías tomar en serio sus palabras!”

Comentó el tercer demonio:

“Comprendo que le encante el despojos, pero no me imagino dónde va a hacer el fuego, para poner la sartén.

Replicó el Rey Mono:

“¿Cómo que no? En la punta de su esternón, por supuesto.”

Exclamó el tercer demonio, volviéndose hacia su hermano mayor:

“¡Eso es horroroso! Cuando el humo te llegue a las narices, no podrás dejar de estornudar.”

Contestó el Rey Mono, soltando una carcajada:

“Por eso no te preocupes. Le haré un agujero en el cráneo con la barra de los extremos de oro y así dispondré a la vez de claraboya y de chimenea.”

Al oír eso, el demonio de más edad se puso a temblar de miedo, pero siguió dándoselas de valiente y trató de tranquilizar a sus dos hermanos, diciendo:

“No os preocupéis. Unas cuantas copas de vino medicinal acabarán con ese dichoso mono. ¿Dónde habéis metido la botella?”

Los diablillos no tardaron en regresar con dos pellejos de vino. Llenaron una copa hasta el borde y se la entregaron al demonio. Su aroma era tan intenso, que, a pesar de estar encerrado en el vientre de la bestia, el Rey Mono lo percibió.

Pensó el Rey Mono:

“Es mejor que no se lo deje probar.”

Girando levemente la cabeza, transformó la boca en un embudo, que colocó justamente debajo de la garganta del demonio. De esa forma, cuando éste se llevó la copa a los labios, el Rey Mono no tuvo ninguna dificultad en beberse su contenido. Lo mismo ocurrió con la segunda copa: el demonio la saboreó, pero fue el Rey Mono el que disfrutó de ella.

Después de repetir la operación siete u ocho veces seguidas, el diablo se dio finalmente por vencido y, poniendo la copa sobre la mesa, exclamó:

“¡Qué cosa más rara! Antes me bastaba con dos copas para sentir el estómago ardiendo. Acabo de tomarme siete u ocho y ¡ni siquiera tengo la cara colorada! Creo que lo mejor será que no beba más.”

Desgraciadamente el Rey Mono no era muy buen bebedor y, en cuanto hubo tomado las siete u ocho copas, se sintió tan animado, que empezó a dar saltos y cabriolas dentro de la barriga del monstruo. No se limitó, sin embargo, sólo a eso, sino que, agarrándose del hígado, comenzó a columpiarse y a dar patadas, como si se hallara subido a un árbol. El dolor era tan insoportable, que el demonio se dejó caer al suelo y se puso a revolcarse, como si hubiera perdido la razón.

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