Mitología china, novelas, clásicos literarios

Episodio 126. El recuerdo de la reina

Sun Wukong hizo levantar inmediatamente al rey y preguntó:

“¿Ha regresado otra vez ese monstruo después de secuestrar al Palacio de la Sabiduría de Oro?”

Contestó el rey:

“Regresó el décimo mes de hace tres años exigiendo la entrega de dos doncellas que pudieran servir a la reina. Volvió a pedir otras dos doncellas el mes tercero del año pasado, operación que repitió, una vez más, el séptimo mes de ese mismo año y el segundo del actual. No tengo ni idea de cuándo volverá a presentarse por aquí.”

“¿No tenéis miedo de él después de tantas visitas?” inquirió el Rey Mono.

“Por supuesto que nos ha sumido en el terror.” reconoció el rey.

No había acabado de decirlo, cuando, procedente del sur, se levantó un viento tan huracanado, que el aire se hacía irrespirable de tanto polvo como arrastraba. Los funcionarios se abandonaron en seguida al pánico y exclamaron, aterrados:

“¡Está visto que este monje trae mala suerte! Apenas ha terminado de hablar de ese monstruo, cuando se presenta aquí con toda su fanfarria de viento.”

Llega la vanguardia del Competidor del Señor de los Dioses - Viaje al Oeste
Llega la vanguardia del Competidor del Señor de los Dioses

El mismo rey parecía tan asustando, que, dejando al Rey Mono a su suerte, se metió en el agujero que había abierto en el suelo, seguido del monje Tang y el resto de los funcionarios.

Hasta Bajie y el Bonzo Sha trataron de buscar refugio en él. Afortunadamente, el Rey Mono los detuvo a tiempo, diciendo:

“¿Se puede saber a qué tenéis miedo? Es preciso que me ayudéis a descubrir qué clase de monstruo es ese.”

Valiéndose de sus extraordinarios poderes, el Rey Mono se elevó hacia lo alto, blandiendo con fuerza la barra de hierro. Con increíble valentía se dirigió de frente hacia el monstruo y le preguntó:

“¿De dónde vienes y adónde vas, bestia maldita?”

Contestó el monstruo con una voz sorprendentemente sonora:

“Yo no soy otro que un servidor del Competidor del Señor de los Dioses, dueño de la Caverna de Xie Zhi, que se halla ubicada en la Montaña del Qi Lin (Unicornio). Por orden suya he venido hasta aquí con la intención de llevarme a dos doncellas, que puedan servir a la Sabiduría de Oro. ¿Quién eres tú para atreverte a interrogarme de esta manera?”

Contestó el Rey Mono:

“Sun Wukong, el Gran Sabio, Sosia del Cielo. Si me encuentro ahora en este reino, es porque voy de camino hacia el Paraíso Occidental, acompañando al monje Tang, de las Tierras del Este. Al enterarme de que tipos malvados como tú estáis sumiendo este lugar en una confusión total y absoluta, decidí poner a prueba mis poderes para librarle de vuestras fechorías y devolverle su antiguo esplendor. Por cierto, estaba preguntándome dónde podría encontrarte, cuando tú mismo te presentas a ofrecerme tu vida.”

A pesar de lo contundente de tales palabras, al monstruo no se le ocurrió nada mejor que embestir con su lanza al Rey Mono, que desvió oportunamente el golpe con su barra de hierro.

El Rey Mono golpeó con la barra de hierro y la lanza del monstruo terminó saltando por los aires, partida en dos. Presa del pánico, el monstruo cambió la dirección del viento y huyó, despavorido, hacia el oeste.

Wukong, el Rey Mono, derrota a la vanguardia del Competidor del Señor de los Dioses - Viaje al Oeste
Wukong, el Rey Mono, derrota a la vanguardia del Competidor del Señor de los Dioses

Wukong renunció por el momento a darle caza y, descendiendo de la nube, se dirigió hacia la puerta del refugio y gritó con voz victoriosa:

“¡Ya podéis salir! ¡El monstruo acaba de abandonar el campo!”

No tardaron en aparecer en la boca del agujero el monje Tang, el rey y todos sus cortesanos.

Dijo Sun Wukong, sonriendo:

“Ese monstruo no era más que un enviado del Competidor del Señor de los Dioses, que había venido en busca de dos doncellas más. Lo más seguro es que haya corrido a informar a su señor de tan vergonzosa derrota y que éste no dejará las cosas como están. Al contrario, tratará de enfrentarse conmigo, por lo que me temo que no tardará en regresar al frente de todas sus tropas. Cuando lo haga, será inevitable que tanto vos como vuestros súbditos caigáis presa del pánico. Para evitarlo, desearía enfrentarme a ellos en el aire, y rescatar a vuestra esposa lo antes posible. ¿Tu esposa os dejó algún recuerdo o alguna cosa de la que fuera especialmente aficionada en el palacio? De ser así, desearía que me la mostrarais.”

“¿Para qué la queréis?” preguntó el rey.

Contestó Sun Wukong:

“Lo más seguro es que vuestra esposa se niegue a seguirme, pues, en medio de todo, no tiene noticia ni de mi existencia. Únicamente confiará en mí, si ve que llevo conmigo algo que ella apreciaba sobremanera, cuando aún vivía en este palacio. Ese es el motivo por el que os he pedido que me entregarais una cosa tan personal como esa.”

Dijo entonces el rey:

“En una de las alcobas del Palacio del Sol Brillante hay un par de pulseras de oro, que en su día pertenecieron a la Sabiduría de Oro. Tratándose de una de las cosas que más le gustaban.”

El rey se volvió hacia el Palacio de la Sabiduría de Jade y le pidió que fuera a por las joyas.

El Rey le da a Sun Wukong el recuerdo de la Reina, Palacio de la Sabiduría de Oro - Viaje al Oeste
El Rey le da a Sun Wukong el recuerdo de la Reina, Palacio de la Sabiduría de Oro

Volvió a preguntar Wukong al rey:

“¿Os importaría decirme qué distancia hay entre esta ciudad y su montaña?”

Respondió el rey:

“En cierta ocasión, enviamos allí a un grupo de exploradores y tardaron más de cincuenta días en volver, por lo que calculo que se encuentra a unos más de tres mil millas al sur de aquí.”

Dijo Wukong, volviéndose hacia Bajie y Bonzo Sha:

“No os mováis de este lugar, mientras voy a echar un vistazo a esa caverna.”

Exclamó el rey, tirándole de la manga:

“¡¿Por qué no esperáis un día más?! Es preciso que, antes de que partáis, os preparemos algo de comida seca, un poco de dinero y los caballos más veloces que podamos encontrar. Sólo entonces os permitiremos partir.”

Replicó el Rey Mono, riendo:

“Estás hablando de caminar, que generalmente no es mi forma de viajar. Si he de seros sincero, puedo recorrer esas tres mil millas antes de que llenéis esa copa de vino y se haya enfriado un poquito.”

Se disculpó el rey:

“No toméis a mal lo que voy a deciros, pero la verdad es que, más que un hombre, parecéis un mono. ¿Cómo es posible que dominéis una magia capaz de haceros viajar a tanta velocidad?”

Tras despedirse de todos los presentes, el Rey Mono desapareció a gran velocidad, dejando tras él un penetrante silbido. Asombró al rey y a sus cortesanos.

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