En un enfrentamiento reciente, el demonio búfalo utilizó su banda para despojar de nuevo a todos los dioses de sus armas.
“Los poderes de este monstruo son más fuertes que cualquiera que haya visto antes”. Se dijo Wukong a sí mismo.
“Pero conozco a una persona que definitivamente puede derrotarlo.”
Dando un salto tremendo, el Rey Mono se montó en una nube y se dirigió a toda prisa hacia la Montaña del Espíritu.
Tathagata ordenó que fuera conducido a su presencia y los Guardianes del Diamante no tuvieron ningún inconveniente en dejarle pasar. El Rey Mono se echó rostro en tierra y Tathagata le dijo:
“Sé por qué están aquí y también sé quién es el demo. Desafortunadamente debes ir a Laozi por ayuda.”
Concluyó el Rey Mono:
“En ese caso, no hay más que hablar.”
Y, montando en su nube, se dirigió al Palacio Tushita del Cielo Impasible, que se encontraba más allá, incluso, del Trigesimotercer Paraíso.
Tras inclinarse a toda prisa ante Lao Tse, preguntó Wukong:
“¿Puedo hablar con vos un momento?”
Preguntó Lao Tse:
“¿Quieres explicarme qué estás haciendo aquí? ¿Por qué has renunciado a tu compromiso de ir en busca de las escrituras?”
Contestó Wukong:
“Esa es una empresa que parece que nunca vaya a tener fin. Ahora mismo, sin ir más lejos, se encuentra detenida. Por eso, precisamente, he decidido acudir a vos.”
Preguntó Lao Tse:
“¿Cómo puedo ayudarte?”
Volvió a responder el Rey Mono:
“Estoy tratando de encontrar una pista que me deje expedito el camino que conduce al Paraíso Occidental. “
“¿Qué pista piensas encontrar en mi palacio?” inquirió, una vez más, Lao Tse.
Wukong se adentró en la mansión, mirando nerviosamente a derecha e izquierda. Tras recorrer un auténtico dédalo de pasillos, descubrió junto a los establos a un muchacho que estaba profundamente dormido. Tenía en las manos un ronzal, pero no había ni rastro del búfalo.
“¡Se os ha escapado el búfalo!” gritó el Rey Mono.
“¿Dónde se encuentra ahora esa maldita bestia?” preguntó Lao Tse.
Contestó Sun Wukong:
“En la Caverna del Yelmo de Oro, que, como sabéis, se encuentra enclavada en la montaña del mismo nombre. Atrapó primero al monje Tang y se hizo después con mi barra de los extremos de oro.”
Lao Tse tomó, entonces, su abanico de plátano y montó en una nube, seguido por el Rey Mono. Se dirigieron a toda prisa hacia la Montaña del Yelmo de Oro.
Dijo Lao Tse a Wukong:
“Creo que debes bajar a retarle, una vez más. Eso facilitará mucho mi tarea.”
De un salto, el Rey Mono volvió a situarse delante mismo de la caverna y, alzando la voz, dijo:
“¡Sal, de una vez, de tu escondite, bestia llorosa, y prepárate para morir!”
Los diablillos corrieron al interior de la caverna a informar al monstruo de su llegada.
Exclamó el monstruo con fastidio:
“¡Qué pesado es ese dichoso mono! Me pregunto a quién habrá traído esta vez.”
Cogiendo su lanza, se dirigió con paso seguro hacia la entrada de la caverna.
Gritó el Rey Mono, al verle:
“¡Ten la certeza de que no vas a volver a trasponer esa puerta con vida, bestia inmunda! ¡No huyas y prueba el sabor de mis puños!”
Antes de que el monstruo pudiera reaccionar, Wukong de repente saltó frente al monstruo, le dio una bofetada y huyó a toda prisa. El demonio se repuso en seguida y corrió tras él con la lanza en ristre. Fue entonces cuando oyó que alguien decía desde lo alto de la montaña:
“¿A qué espera ese carabao para regresar a casa?”
El demonio levantó la cabeza y, al ver que se trataba de Lao Tse, el corazón le dio un vuelco y se puso a temblar.
Se dijo con rabia:
“¡Ese mono es el ser más malvado de toda la tierra! ¿Cómo se las habrá arreglado para dar con mi maestro?”
Lao Tse, por su parte, recitó un conjuro y empezó a dar aire con su abanico. El monstruo arrojó, entonces, la banda contra él, pero maestro la atrapó sin ninguna dificultad. Sacudió por segunda vez el abanico y el demonio perdió toda su fuerza. Los músculos se le agarrotaron y al poco tiempo se convirtió en un carabao de color verdoso.
Después de despedirse de los otros dioses, Lao Tse se montó en el carabao y se elevó hacia lo alto, camino del Palacio Tushita.
Sun Wukong y los otros dioses entraron, entonces, a saco en la caverna y acabaron con todos los diablillos que quedaban, poco más de un centenar. Una vez recuperadas sus armas, el Devaraja Li y su hijo regresaron a los Cielos, los señores del trueno retornaron a sus mansiones, la Estrella de Fuego volvió a su palacio, el Señor Acuático se zambulló en las aguas de un río. Los monjes iniciaron su camino de vuelta hacia el Oeste.
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