La vida humana es como el ajedrez. Es una metáfora que sugiere que la vida es un juego estratégico, donde cada movimiento y decisión tiene consecuencias, al igual que en una partida de ajedrez.
El tablero de ajedrez es la tierra, y el cielo las piezas. En los colores blanco y negro está simbolizado todo el universo.
Según el Clásico del Ajedrez:
El ajedrez ayuda a desarrollar la disciplina y la prudencia. En este sentido, las piezas más fuertes deberán colocarse en el centro, las más débiles a los lados, y las menos poderosas en los extremos. Existe una regla de oro, muy conocida por todo buen jugador que dice: Es preferible perder una pieza que una ventaja ya adquirida. Cuando se ataca por el lado izquierdo, es preciso mantener bien protegido el derecho. Sólo podrá hablarse de retaguardia cuando se tenga una vanguardia realmente fuerte, para lo cual es necesario poseer, a su vez, una retaguardia segura. Los dos extremos están íntimamente unidos, pero se debe ser flexible en sus movimientos y, ante todo, se ha de tratar de evitar que ambos se estorben. Una formación desplegada no tiene por qué estar fuera de control, mientras que una concentración de filas no debe ser causa de una ausencia total de flexibilidad. Antes que concentrarse en la defensa de una pieza, es aconsejable, si se quiere ganar, renunciar a ella. De la misma manera, es preferible quedarse quieto a moverse sin propósito alguno. Cuando te halles en inferioridad numérica con respecto a tu contrincante, debes tratar, ante todo, de sobrevivir. Cuando, por el contrario, eres tú el que te encuentras en esa situación ventajosa, has de esforzarte por sacar el mejor partido que puedas de ella. Quien tenga a mano la victoria no prolongará inútilmente la lucha, de la misma forma que el que domine una posición evitará la confrontación directa, el que sepa luchar no sufrirá la derrota, y el que conozca que va a perder no se rendirá al pánico. No es raro que en el ajedrez se empiece obteniendo una ventaja considerable, para terminar totalmente derrotado. Si el enemigo reagrupa sus fuerzas, sin ser atacado, es señal clara de que tiene intención de lanzarse a la ofensiva; si abandona, por otra parte, la defensa de una pequeña porción de su territorio, es muy posible que esté buscando la anexión de otro mayor. Si hace sus movimientos sin pensar, con ello demuestra que es una persona irreflexiva; no hay mejor manera, pues, de buscar la derrota que ceder a su propio modo de obrar. Con razón afirma el Libro de las Odas: “Aproxímate con la máxima precaución, como si estuvieras acercándote a un barranco profundo”.
— Viaje al Oeste
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