Episodio 84. Los tres magníficos chalecos

El monje Tang se mostraba cada vez más impaciente por la tardanza del Rey Mono.

Preguntó monje Tang:
“¿Dónde habrá ido a mendigar arroz ese mono?”

Exclamó Bajie:
“¿Quién puede saberlo? Seguro que se lo está pasando en grande en el lugar al que ha ido a mendigar la comida, mientras que nosotros tenemos que estar aquí encerrados, como si fuéramos vulgares prisioneros.”

“¿Qué quieres decir?” le increpó Tripitaka.

Contestó Bajie:
“Como podéis apreciar, este lugar es incapaz de protegernos contra el viento o el frío. ¿De qué forma nos va a proteger este círculo, cuando se presenten por aquí los tigres y las bestias que habitan en esta montaña? Les serviremos de comida y asunto concluido.”

“¿Qué sugieres que hagamos, Wuneng?” preguntó Tripitaka.

Contestó Bajie:
“Si seguimos aquí sentados, se nos congelarán los pies. Si os parece bien, podríamos reanudar nuestro viaje y seguir adelante por el camino del Oeste. Caso de que Wukong logre encontrar algo de comida, regresará a toda prisa a lomos de una nube, alcanzándonos en un abrir y cerrar de ojos. Entonces nos detendremos y comeremos lo que le hayan dado.”

Abandonaron el círculo. Siguiendo el camino, llegaron a la torre.

Comentó Bajie, dirigiéndose al maestro:

“Esta tiene que ser, por fuerza, la mansión de algún general o de algún noble. Quedaos aquí, mientras yo voy a echar un vistazo.”

“Ten cuidado y pórtate con cortesía” le aconsejó el monje Tang.

“Podéis estar tranquilo. Después de mi conversión y de haber abrazado el Zen me he vuelto bastante educado. “ contestó Bajie.

Bajie entró en la torre con andares distinguidos en extremo. Ante él se abrían tres salones amplísimos con las cortinas levantadas. Todo estaba sumido en un silencio total y no se veía ningún rastro de presencia humana.

Se adentró por un largo pasillo, que conducía a una construcción de dos pisos. Las ventanas del de arriba estaban medio abiertas y permitían entrever unas cortinas de seda amarilla. Creyó ver detrás de las cortinas el tímido palpitar de una luz.

Se dirigió a toda prisa hacia las cortinas y descubrió que los rayos de luz provenían, en realidad, de detrás de unos biombos que había en una habitación adyacente. Tras los biombos se escondía una mesa lacada, sobre la que descansaban varios chalecos de seda profusamente bordados.

Bajie los cogió uno a uno y vio que en total habían tres. Sin encomendarse a nadie, los cogió y los bajó al piso de abajo. Recorrió con rápidos pasos los salones y volvió a salir al aire libre, donde informó a su maestro:

Bajie trajo tres chalecos - Viaje al Oeste
Bajie trajo tres magníficos chalecos

“Ahí dentro no hay ni rastro de alguien vivo. En una habitación he hallado estos tres magníficos chalecos de seda y los he cogido para que los veáis. Por lo menos, nos servirán para abrigarnos. Quitaos, maestro, ese abrigo raído que tenéis y poneos uno de estos chalecos, así no pasaréis tanto frío.”

Exclamó Tripitaka:
“No, no. Si alguien descubriera lo que acabas de hacer, podríamos muy bien ser denunciados a las autoridades como bandidos. Así que coge esos chalecos y vuelve a colocarlos donde los encontraste. “

Insistió Bajie:
“Os prometo que por aquí cerca no hay ni una sola persona. Hasta los perros y las gallinas desconocen que estamos aquí. ¿Quién va a atreverse a acusarnos de nada, si sólo nosotros estamos al tanto de lo que acabamos de hacer? “

Sentenció Tripitaka:
“¡Qué estúpida es tu manera de razonar! Aunque los hombres no estén al tanto de tus actos, ¿crees que van a pasar desapercibidos para el cielo? ¡Devuelve inmediatamente esos chalecos!”

Soltó la carcajada y se dijo Bajie:

“Me he puesto muchos vestidos, pero ninguno de tanto valor como estos. Si vos no queréis probároslos, dejádmelo hacer, por lo menos, a mí. Voy a probarme este a ver si me calienta un poco la espalda. Cuando llegue Wukong, me lo quitaré y lo devolveré a su sitio, antes de reanudar la marcha.”

Concluyó el Bonzo Sha:
“Vistas así las cosas, creo que también yo voy a probarme uno.”

Los dos se quitaron las túnicas y se pusieron los chalecos preciosos. De pronto, los chalecos se habían convertido en una una fuerza irresistible les retorcía hacia atrás los brazos, atándoselos fuertemente a la espalda.

Tripitaka los regañó con dureza, pero, comprendiendo que estaban en peligro, se acercó a ayudarlos. De nada sirvieron sus esfuerzos.

El Monje Tang, Bajie y Monje Sha fueron capturados por los demonios
El Monje Tang, Bajie y Monje Sha fueron capturados por los demonios

La torre era, en realidad, un invento suyo para atraer y atrapar gente. Un monstruo salió a ver lo que pasaba y comprobó, satisfecho, que había atrapado a dos nuevas víctimas. Entonces llamó a los diablillos para que le ayudaran.

También el monje Tang, el caballo y el equipaje fueron atrapados y conducidos al interior de la caverna, en compañía de Bajie y Bonzo Sha.

El monstruo les preguntó:

“¿De dónde eres?¿Cómo te atreves a robar mi ropa durante el día?”

Confesó el monje Tang, sollozando:

“Este humilde monje es un enviado del Gran Emperador de los Tang, de las Tierras del Este, para hacerse con las escrituras del Paraíso Occidental. Estos dos discípulos míos cedieron a la avaricia y trataron de quedarse con vuestras prendas. De nada sirvieron mis consejos instándoles a volver a ponerlas en el lugar del que las habían tomado. Os suplico que tengáis compasión de nosotros y nos permitáis proseguir nuestro camino, de forma que podamos obtener las escrituras. Si accedéis a mi ruego, os estaremos eternamente agradecidos y hablaremos a nuestro señor de vuestra amabilidad, en cuanto hayamos regresado a las Tierras del Este.”

Comentó el monstruo, sonriendo con picardía:
“He oído decir que, si alguien toma un pequeño trocito de carne del monje Tang, las canas se le tornarán negras y le saldrán todos los dientes que haya perdido. Me ha cabido hoy la enorme fortuna de recibiros en mi casa, sin haberos invitado de antemano. ¿Cómo queréis que os perdone la vida?”

Respondió Bajie, en tono altanero:
“Nuestro hermano mayor está fuera en busca de un poco de comida y volverá pronto. No es otro que Sun Wukong, el Gran Sabio, Sosia del Cielo, que sumió las alturas, hace aproximadamente quinientos años, en una terrible confusión.”

Aunque el monstruo no replicó ni una sola palabra, se sintió sacudido por el miedo.

Levantó la voz y ordenó a sus subalternos:

“Llevadlos a la parte de atrás. En cuanto nos hayamos apoderado de ese otro discípulo que dicen, los coceremos a todos y nos los comeremos.”

Los diablillos obedecieron al instante, los llevaron a la parte posterior de la caverna. Después todos los moradores de la caverna afilaron sus armas y se dispusieron a esperar la aparición del Sun Wukong.


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