Apenas hubo llegado el monstruo a su morada, acudieron a darle la bienvenida los diferentes diablillos.
Fue, sin embargo, la perca la que se atrevió a preguntarle:
“¿Hasta dónde has ido persiguiendo a esos monjes?”
Explicó el monstruo del pez:
“Tenían a otro apostado en la orilla y trató de golpearme con una enorme barra de hierro. ¡Sólo el cielo sabe lo pesada que es esa barra! Mi mazo de bronce no podía nada contra ella y, aunque resistí tres embates, al final hube de admitir la derrota.”
“¿Recuerdas cómo era ese tercer monje?” preguntó la perca.
Contestó el monstruo:
“Tenía la cara cubierta totalmente de pelo, su voz recordaba la de un dios del trueno, y poseía unas orejas muy picudas. Era, además, sus ojos parecían emitir fuego.”
Comentó la carpa:
“Hace cierto tiempo, cuando habitaba en el Océano Oriental, oí hablar al Rey Dragón de su fama. Ese monje no es otro que el Gran Sabio, Sosia del Cielo, el Hermoso Rey de los Monos. Hace quinientos años aproximadamente sumió el cielo en un desorden total, poniendo en peligro la existencia misma del Palacio Celeste. Últimamente, sin embargo, ha abrazado el budismo y se ha comprometido a acompañar al monje Tang hasta el Paraíso Occidental, con el fin de obtener las escrituras sagradas. Posee unos poderes mágicos extraordinarios y domina muchas formas metamórficas. Te aseguro que no habrías podido resistirle un solo ataque más. Lo mejor que puedes hacer, por tanto, es renunciar a enfrentarte de nuevo con él.”
No había acabado de decirlo, cuando se presentó un diablillo e informó:
“Ahí están otra vez esos dos monjes, tildándoos de cobarde y retándoos a un nuevo combate.”
Ordenó el Gran Rey a sus subordinados:
“Cerrad las puertas. Me importa poco que se queden esperando dos o tres días. Ya se marcharán, cuando se cansen. Entonces podremos disfrutar a nuestras anchas de la carne de ese monje Tang.”
Sin pérdida de tiempo los diablillos sellaron el acceso a la mansión con rocas y barro.
Al verlo, Bajie y Bonzo Sha intensificaron sus insultos, pero no obtuvieron la menor respuesta. Bajie comenzó vano a golpear con el tridente las puertas del palacio de agua. Tras ellas se alzaba, sin embargo, un altísimo muro de piedra, contra el que nada pudo su ingenio.
Comentó el Bonzo Sha:
“Es claro que ese monstruo está muerto de miedo. De ahí que se haya encerrado en su mansión y se niegue a salir. Creo que deberíamos discutir con Wukong el plan que debemos seguir.”
Bajie aceptó la sugerencia y regresaron a toda prisa a la orilla oriental.
“¿Cómo no os ha seguido esta vez ese monstruo?” les preguntó el Rey Mono.
Respondió el Bonzo Sha:
“Ha cerrado su palacio a cal y canto y se niega a salir. Tras ellas había una sólida muralla de piedras y barro, que impedía cualquier intento de entrar. “
Contestó el Rey Mono:
“Si actúa como acabáis de contarme, veo muy difícil poder reducirle. Quedaos aquí y procurad que no se escape. Creo que ha llegado el momento de hacer un pequeño viaje.”
“¿Se puede saber adónde piensas ir?” le preguntó Bajie.
Respondió el Rey Mono:
“A la Montaña Potalaka, a pedir la colaboración de la Bodhisattva Guanyin.”
No había acabado de decirlo, cuando montó en una nube y, abandonando la orilla del río, se dirigió directamente hacia los Mares del Sur. No había transcurrido media hora, cuando avistó la Montaña Potalaka y voló en línea recta hacia su cumbre.
Al verla, Wukong no pudo evitar decir en voz alta:
“Bodhisattva. Con todo respeto os saluda vuestro humilde discípulo Sun Wukong.”
“Me espera fuera.” dijo la Bodhisattva, enfadada.
Contestó el Rey Mono, echándose rostro en tierra:
“Sí, señora. Pero la vida de mi maestro corre un grave peligro y he tenido que venir a solicitar vuestra ayuda, para librarle de las garras del monstruo del Río-que-llega-hasta-el-cielo.”
“Sal de la gruta y espérame fuera” repitió la Bodhisattva.
La Bodhisattva no tardó en salir de la gruta con una cesta de color rojizo entre las manos.
“Vamos a rescatar al monje Tang, Wukong” ordenó sin ninguna explicación.
Su velocidad era tan extraordinaria que no tardaron en llegar al Río-que-llega-hasta-el-cielo.
La Bodhisattva se desató la faja y colgó la cesta de ella, manteniéndose suspendida a media altura en el aire. La fue bajando después hasta tocar el agua y recitó el siguiente conjuro:
“Los muertos se marchan, mientras que los vivos permanecen.”
Siete veces lo repitió y volvió a subir la cesta. En su interior había un pequeño pez de colores, que se retorcía desesperado. La Bodhisattva se volvió hacia Wukong y le ordenó:
“Salta inmediatamente al agua y libera a tu maestro.”
“¿Cómo voy a liberarle, si todavía no hemos capturado al monstruo?” replicó el Rey Mono.
Contestó la Bodhisattva:
“¿Cómo que no? ¿No le ves, acaso, metido en esta cesta?”
“¿Cómo puede ser tan poderoso un pez tan pequeño como ese?” se aventuraron a preguntar Bajie y Bonzo Sha.
Explicó la Bodhisattva:
“Este es uno de los peces de mi estanque de loto. Cada día subía hasta la superficie y escuchaba con atención mis enseñanzas. Eso explica que sea tan fuerte, porque su estado de perfección es, ciertamente, muy alto. Desconozco la fecha en la que la marea alta le arrastró hasta aquí.”
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