Bajie y el Bonzo Sha se las arreglaron para recobrar el equipaje.
Lo colocaron encima del caballo y, abriendo un sendero en las gélidas aguas, lograron llegar sin mayores dificultades a la superficie. Al verlos desde lo alto, el Rey Mono les preguntó con cierto nerviosismo:
“¿Y el maestro?”
Respondió Bajie
“La verdad es que no sabemos dónde empezar a buscarle.”
El Bonzo Sha hendió las aguas y los tres se lanzaron al Río-que-llega-hasta-el-cielo. Cuando llevaban recorridos más de cien kilómetros, se toparon con un edificio muy alto, en el que podía leerse, escrito en enormes caracteres: Mansión de la Tortuga Marina.
“Esta debe de ser la residencia del monstruo” dijo el Bonzo Sha.
El Rey Mono respondió:
“Voy a echar un vistazo.”
Sacudiendo el cuerpo, Wukong se convirtió en una gamba de largas patas. De dos o tres saltos, se coló por la puerta. Miró a su alrededor y vio al monstruo sentado en un lugar prominente, mientras sus más directos colaboradores permanecían de pie ante él en dos filas. De entre ellos destacaba una perca, que ocupaba también un sitio de honor. Todos los presentes estaban enfrascados en una discusión que versaba sobre la forma de devorar al monje Tang. El Rey Mono lanzó miradas inquisitivas hacia todos los lados, pero no halló ni rastro del maestro. Lo único que logró ver fue una gamba con una barriga muy grande, que parecía guardar la entrada de un corredor que se abría hacia el oeste. El Rey Mono se llegó hasta ella y la saludó, diciendo:
“El Gran Rey está discutiendo con los demás cuál es la mejor forma de comerse a ese tal monje Tang, pero lo que yo quisiera saber es dónde se encuentra tan singular personaje.”
Contestó la gamba:
“El Gran Rey en persona lo capturó ayer, tras producir una fenomenal nevada y hacer que todo se cubriera de hielo. Ahora está metido en una enorme caja de piedra que hay en la parte de atrás del palacio. Si sus discípulos no dan mañana señales de vida, le devoraremos entre todos en un banquete tan espléndido que no faltará ni la música.”
El Rey Mono continuó charlando con ella un rato y se retiró a continuación a la parte del palacio. No tardó en encontrar la caja de piedra. Puso su cara cerca de la caja y oyó los sollozos de Tripitaka.
Al oír los lamentos, Wukong no pudo aguantar más y dijo:
“No os preocupéis, maestro. Aquí está Wukong para ayudaros.”
“¡Sácame de aquí!” suplicó Tripitaka.
Le aconsejó el Rey Mono:
“Procurad tranquilizaos. Antes de poneos en libertad, debo acabar con ese monstruo.”
Insistió Tripitaka:
“¡Date prisa, por favor! Un día más aquí y muero asfixiado.”
Trató de apaciguarle el Rey Mono:
“Os aseguro que no sucederá eso. Ahora debo marcharme.”
Dándose la vuelta, se llegó de un salto hasta la puerta y, tras recobrar que le era habitual.
“¿Has averiguado algo?” preguntaron Bajie y Bonzo Sha.
Contestó el Rey Mono:
“Fue el monstruo ese el que atrapó al maestro. Todavía no ha sufrido daño alguno, pero se encuentra metido en una caja de piedra. Opino que deberíais retarle, mientras yo me llego a la superficie. Si sois capaces de vencerle, no dudéis en hacerlo. Pero si no podéis con él, fingid que os abandonan las fuerzas y obligadle a salir fuera del agua. Ya me encargaré yo de darle su merecido.”
Convino Bonzo Sha:
“De acuerdo. Puedes irte tranquilo. Nosotros nos encargaremos de todo.”
Llegándose hasta la puerta, Bajie bramó con voz potente:
“¡Pon inmediatamente en libertad a mi maestro, bestia maldita!”
Los diablillos que hacían guardia corrieron al interior a informar a su Señor:
“Hay fuera hay alguien que exige la inmediata liberación de su maestro.”
Comentó el monstruo:
“Deben de ser los monjes que me atacaron. Traedme la armadura.”
El monstruo cogió el arma y salió a la puerta.
Sin dudarlo, el monstruo se lanzó contra los dos monjes.
Más de dos horas estuvieron guerreando bajo las aguas sin que se destacara un claro vencedor. Comprendiendo que todos sus esfuerzos eran inútiles, Bajie hizo un gesto al Bonzo Sha y los dos fingieron estar al límite sus fuerzas. Sin ninguna vergüenza se dieron la vuelta y huyeron, arrastrando sus armas.
El monstruo se lanzó tras ellos camino de la superficie.
Apostado en la orilla oriental, Wukong miraba fijamente las aguas, sin pestañear una sola vez. De pronto se agitaron las aguas y se oyeron bramidos y gritos. Bajie apareció el primero, voceando, muy nervioso:
“¡Que viene! ¡Que viene!”
Bonzo Sha le seguía muy de cerca, repitiendo en el mismo estado de excitación:
“¡Aquí está ya!”
“¿Adónde creéis que vais?” bramaba, a su vez, el monstruo.
Pero, en cuanto hubo salido del agua, se topó con el Rey Mono, que le increpó, diciendo:
“¡Prueba el sabor de mi barra, bestia inmunda!”
El monstruo se hizo a un lado con inesperada agilidad, parando diestramente el golpe con ayuda de su mazo. Al cabo de tres asaltos comenzaron a flaquearle las fuerzas al monstruo y se lanzó de nuevo a las aguas, perdiéndose entre una maraña de remolinos y olas.
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