Todo el pueblo se dirigió hacia el Templo del Poder Milagroso, llevando al Rey Mono, a Bajie y un gran número de ovejas y otros animales.
El muchacho y la muchacha fueron colocados en lo alto de las ofrendas. En el altar no había ninguna imagen, sino una simple lápida en la que habían escrito con letras de oro: El dios y Gran Rey del Poder Milagroso.
Cuando hubieron colocado cada cosa en su sitio, los aldeanos se echaron rostro en tierra y, golpeando sin cesar el suelo con la frente. Concluida esa invocación, quemaron unos caballos de papel y una fortuna de dinero para los espíritus, y regresaron a sus casas.
Al poco rato, oyeron en el exterior el bramido de un viento fortísimo.
“¡Santo cielo! Un viento así sólo puede ser la prueba de que acaba de llegar quien estábamos esperando.” exclamó Bajie, asustado.
“Cállate y déjame hablar a mí” le urgió el Rey Mono.
El monstruo no tardó en llegar a la puerta del templo.
“¿A qué familia le ha correspondido este año proveer de todo lo necesario para el sacrificio?” preguntó el monstruo, quedándose de pie en el vano de la puerta.
Contestó el Rey Mono, sonriendo candorosamente:
“Gracias por preguntarlo. Este año ese honor ha recaído sobre los señores Chen Cheng y Chen Qing.”
Se dijo el monstruo, vivamente sorprendido:
“Este muchacho no sólo es valiente, sino que también posee una educación esmerada. Los otros chicos eran incapaces de responder a una sola a preguntas. El miedo les atenazaba la garganta y se olvidaban de hablar. Cuando caían en mis manos, estaban ya prácticamente muertos. ¿Cómo es posible que este se exprese de una forma tan inteligente?”
El monstruo no se atrevió a acabar de inmediato con sus víctimas y volvió a preguntar:
“¿Cómo os llamáis?”
Contestó Sun Wukong, sin dejar de sonreír:
“Yo, Chen Guan Bao, y esta, Carga de Oro.”
Explicó el monstruo:
“Como sabéis, este sacrificio se produce todos los años por estas fechas. Lamento que os haya tocado a vosotros, pero la verdad es que ahora mismo voy a devoraros.”
Respondió Wukong:
“No os preocupéis. No tenemos pensado oponeros la menor resistencia. Podéis comernos cuando deseéis.”
Al oír eso, el monstruo no se atrevió a moverse del sitio. Sin apartarse del vano de la puerta, exclamó:
“No seas tan descarado, por favor. Otros años solía comerme primero al niño, pero creo que este voy a empezar por la niña.”
Gritó Bajie, aterrado:
“¡Hacedlo como todos los años, por favor, Gran Rey! ¿Para qué renunciar a una tradición como esa?”
El monstruo se negó a escucharle, alargando los brazos con el ánimo de agarrarle. Pero en ese mismo momento Bajie saltó de la mesa y recobró la forma que le era habitual.
Echó mano del tridente y descargó sobre los brazos de la bestia un golpe terrible. El monstruo retrocedió a toda prisa, tratando de huir, pero Bajie volvió a la carga, logrando desprenderle de algo, que cayó al suelo produciendo un sonido muy raro.
“¡Creo que le he atravesado la coraza!” gritó Bajie.
El Rey Mono se desprendió del disfraz y corrió a ver de qué se trataba, comprobando que no eran más que dos escamas de pez del tamaño de un plato.
“¡No le dejes escapar!” gritó, y los dos se elevaron casi al mismo tiempo por los aires.
El monstruo tenía pensado asistir a un banquete y no trajo ningún arma consigo. Se quedó, pues, de pie entre una franja de nubes y preguntó a sus perseguidores:
“¿De dónde sois, para atreveros a venir a disputarme mis ofrendas y poner en solfa mi bien conseguida fama?”
Replicó el Rey Mono:
“Se que sois un monstruo ignorante. Nosotros somos discípulos del monje Tripitaka, un sabio procedente del Gran Imperio de los Tang, en las Tierras del Este, y hemos sido comisionados por el emperador en persona para ir a por escrituras al Paraíso Occidental. ”
Por toda respuesta, el monstruo se dio media vuelta y huyó a toda prisa. Bajie trató de alcanzarle con el tridente, pero falló el golpe, cosa nada extraña, teniendo en cuenta que se había convertido en un viento huracanado, que se perdió entre las aguas del Río-que-llega-hasta-el-cielo.
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