Episodio 64. El hombre en la canoa

El maestro y sus discípulos salieron de la Cueva de la Nube de Fuego, encontraron el camino principal y siguieron hacia el oeste.

Al cabo de un mes de camino oyeron un ruido de aguas caudalosas y Tripitaka exclamó, sorprendido:

“¿De dónde viene ese ruido?”

No tardaron en toparse con una enorme masa de agua negra, que impedía al caballo continuar adelante.

“¿Por qué tiene el agua negra?” preguntó el monje Tang a sus discípulos, desmontando del caballo.

Sus olas eran tan oscuras que parecían estar hechas de aceite negruzco o de una extraña savia oscura. Nada se reflejaba en aquella agua.

Mientras discutían cómo cruzarlo, vieron acercarse a un hombre montado en un bote pequeño. El monje Tang dio un salto de alegría y dijo:

“Ahí viene la solución a todos nuestros problemas. Pedidle a ese hombre que nos lleve en su barca a la otra orilla.”

Gritó el Bonzo Sha con todas sus fuerzas:

“¡Eh, tú, barquero! ¡Pásanos a la otra parte del río!”

El hombre remó entonces hacia la orilla y, cogiendo el remo en una mano, dijo:

“Mi barca es muy pequeña y vosotros sois muchos. ¿Cómo voy a transportaros a todos a la otra orilla?”

Preguntó Tripitaka, un tanto desalentado:

“¿Qué podemos hacer?”

“Tendremos que hacer dos viajes” comentó el Bonzo Sha.

Sugirió al punto Bajie:

“Wujing y hermano mayor, quedaos aquí con el caballo y el equipaje, mientras acompaño al maestro a la otra orilla. Después cruzará el Bonzo Sha con el caballo y todas nuestras cosas. Nuestro hermano mayor puede hacerlo por el aire.”

Mientras el hombre hablaba, el Rey Mono lo observó atentamente. Algo en el hombre no parecía del todo correcto. Wukong quería decir algo, pero no sabía qué decir.

“Me parece perfecto” comentó el Rey Mono, sacudiendo la cabeza.

Bajie ayudó al monje Tang a montar en el barco y el barquero se dispuso a cruzar la corriente de agua. Cuando llegaron justamente al centro del río, se levantó un viento tan huracanado que el agua saltó por los aires, oscureciendo el cielo y sumiendo el sol en una profunda oscuridad.

Tan formidable viento fue levantado por el barquero, que, en realidad, era un monstruo que moraba en aquel extraño Río Negro. Impotentes el Rey Mono y el Bonzo Sha vieron cómo Bajie y el monje Tang se hundían en el agua, junto con la canoa y el hombre que la gobernaba. Al poco rato no quedaba de ellos el menor rastro.

“¿Qué podemos hacer?” exclamaron con dolor, clavados literalmente en la orilla.

Sugirió el Bonzo Sha:

“Tal vez el barco volcó. Es posible que un poco más abajo encontremos rastros del naufragio.”

Wukong contestó:

“No lo creo. Bajie es un excelente nadador y, si la canoa se hubiera simplemente hundido, habría salvado al maestro, trayéndole a la orilla. Creo haber descubierto en ese barquero algo realmente malvado. No me cabe la menor duda de que fue él el que levantó ese viento con el único propósito de arrastrar al maestro hasta su guarida.”

“Si tan seguro estabas de ello, ¿por qué no lo dijiste?” comentó el Bonzo Sha.

“Quédate tú cuidando del equipaje y el caballo mientras me lanzo al agua a ver lo que ha ocurrido realmente.”

Bonzo Sha se lanzó valientemente a la corriente. No le costó abrirse camino por el agua. Al poco rato, descubrió una construcción, en cuya puerta podía leerse escrito en grandes caracteres: Garganta de Heng Yang, morada del Dios del Río Negro.

Bonzo Sha no pudo controlarse y, echando mano de báculo, empezó a aporrear la puerta, sin dejar de gritar:

“¡Maldito monstruo! ¡Deja en libertad inmediatamente a mi maestro y a mi hermano!”

La bestia salió por la puerta y bramó:

“¿Quién osa apalear de esa forma mi puerta?”

Replicó el Bonzo Sha:

“¡Maldito monstruo! ¿Cómo te has atrevido a secuestrar a mi maestro, haciéndote pasar con ayuda de la magia por un simple barquero? Si quieres seguir con vida, te aconsejo que le dejes inmediatamente en libertad.”

Contestó el monstruo, soltando una sonora carcajada:

“¡Tú eres el que debieras preocuparte por la tuya!. No niego que he capturado a tu maestro. Al contrario, pongo en tu conocimiento que voy a cocinarle al vapor y voy a servirle después a mis invitados. Te propongo un trato: si resistes tres ataques, accederé a tus deseos y pondré en libertad a tu maestro. Si no lo logras, también tú terminarás sobre mi mesa.”

Enfurecido, el Bonzo Sha levantó el báculo y lo dejó caer con todas sus fuerzas sobre la cabeza del monstruo, que logró detener a tiempo el golpe con su fusta de acero. Dio comienzo así una terrible batalla en el fondo de aquel extraño río. 

Más de treinta veces cruzaron sus armas y, al final, el Bonzo Sha se dijo:

“Es increíble la fuerza de este monstruo. Jamás me había hecho frente nadie con tanta efectividad dentro del agua. Creo que lo mejor será que le haga salir del agua, para que el Rey Mono acabe con él de un golpe.”

No había acabado de pensarlo, cuando se dio media vuelta, aparentando estar al límite de sus fuerzas. El monstruo, sin embargo, renuncio a perseguirle, gritando, satisfecho:

“¡Márchate, si quieres! Estoy demasiado ocupado con las invitaciones para perder el tiempo contigo.”


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