Estaba tan furiosa la Bodhisattva Guanyin que lanzó contra las olas el jarrón de porcelana que sostenía en sus manos.

En unos momentos, el jarrón surgió de entre un revoltijo de olas gigantescas. Lo llevaba en su lomo una extraña criatura, a la que el Rey Mono se quedó mirando con desconcertada atención. Tan extraordinaria criatura no es otra que la terrible tortuga negra que ayuda a los vientos a sacudir las olas. ¿No es ésta la tortuga divina que transportó la tabla de piedra del Señor Buda?
La tortuga se llegó, con el jarro sobre la espalda, hasta donde estaba la Bodhisattva e inclinó veinticuatro veces seguidas la cabeza.
Le ordenó al Rey Mono la Bodhisattva:
“Baja a por el jarrón.”
El Rey Mono obedeció sin rechistar, pero, por mucho que lo intentó, fue incapaz de moverlo del sitio. Era como si una libélula hubiera tratado de menear un pilar de piedra.

Desconcertado, el Peregrino regresó junto a la Bodhisattva y le informó, diciendo:
“Lo lamento, señora, pero no puedo moverlo.”
Le regañó la Bodhisattva:
“¿Cómo vas a capturar monstruos y derrotar bestias, si eres incapaz de sostener en tus manos un simple jarrón?”
Respondió Wukong:
“Normalmente, esto no me resulta difícil. Es claro que el castigo que me ha infligido ese monstruo me ha restado considerablemente las fuerzas.”
Confesó la Bodhisattva:
“Todo esto tiene su explicación. Normalmente este jarrón es muy liviano, pero, al ser arrojado a las aguas, se ha desplazado a través de los Tres Ríos, los Cinco Lagos, los Ocho Mares y los Cuatro Grandes Océanos, acumulando en su interior un océano. Dentro del jarrón se hubiera concentrado un océano inmenso. De ahí que hayas sido incapaz de mover el jarrón.”
El Rey Mono dijo, juntando respetuosamente las manos:
“Por favor, perdóname, señora. No lo sabía.”
La Bodhisattva extendió su mano derecha y agarró el jarrón sin el menor esfuerzo, pasándoselo después a su palma izquierda. La tortuga sacudió ligeramente la cabeza y se retiró pesadamente a las aguas.
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