El Rey Mono escondió la calabaza y se escabulló.
Adoptó la forma que le era habitual y gritó:
“¡Abrid la puerta, monstruos!”
“¿Se puede saber quién eres tú para osar venir a romper la paz que aquí reina?” preguntó un diablillo.
El Rey Mono contestó:
“Corre a informar a tus señores de que acaba de llegar el Wukong Sun.”
El diablillo informó a sus amos:
“Ahí fuera hay un tipo que dice llamarse Wukong Sun.”
Exclamó, sobrecogido, el monstruo primero:
“¡Qué mala fortuna la nuestra! Las abejas nos persiguen, como si hubiéramos apuñalado el panal. Sun Wukong ahora está atado con una cuerda dorada; Kongwu Sun está atrapado en una calabaza. ¿Cómo es que ahora aparece el Wukong Sun, de repente? Deben ser todos sus hermanos los que están aquí.”
Trató de tranquilizarle el monstruo segundo:
“No te preocupes por eso. Nuestra calabaza es capaz de contener a más de mil personas y hasta la fecha en su interior no hay más que una. ¿Para qué preocuparse por este nuevo e inesperado Wukong Sun? Ahora mismo voy a salir a echar un vistazo, y atraparlo juntos.”
“Ten mucho cuidado” le aconsejó el monstruo primero.
El monstruo joven no le hizo caso. Cogió la calabaza falsa, salió al exterior de la caverna y, levantando la voz, preguntó:
“¿Quién eres tú para atreverte a venir aquí a montar todo este alboroto?”
El Rey Mono replicó:
“¿Qué, no me reconoces? Te aconsejo, por tanto, que me devuelvas al monje Tang, para que podamos proseguir nuestro camino. Si así lo haces, daré por terminada nuestra enemistad y cada cual podrá seguir gozando de una vida tranquila. Si, por el contrario, te niegas a avenirte a mis pretensiones, terminarás sucumbiendo a mi fuerza. “
Replicó el monstruo:
“Se nota que has venido hasta aquí con ánimos guerreros, pero no voy a darte la satisfacción de luchar contra ti. Si pronuncio tu nombre, ¿te atreves a responderme?
Respondió el Peregrino, sonriendo:
“En caso de que grites mi nombre, ten por seguro que no permaneceré callado. Sin embargo, me gustaría saber si tú harías lo mismo si fuera yo el que te llamara a ti.”
Confundido, el monstruo preguntó:
“¿Quieres explicarme por qué deseas haces lo mismo?”
Contestó el Rey Mono:
“Muy sencillo. Porque también yo soy dueño de una calabaza como la tuya.”
Replicó el monstruo:
“Me parece poco probable. De todas formas, me gustaría echarle un vistazo a ver si es verdad lo que dices.”
Wukong sacó la calabaza de la manga y dijo:
“¡Mírala bien, monstruo sin escrúpulos!”
Tras sacudirla delante de sus mismas narices, la volvió a esconder entre las mangas. Era claro que temía que el monstruo pudiera quitársela de las manos.
La bestia preguntó, sorprendida:
“¿De dónde has sacado esa calabaza? ¿Cómo es que son tan parecidas? En el caso improbable de que hubieran surgido de la misma mata, no deben ser exactamente iguales en forma y tamaño.”
El Rey Mono respondió:
“Mi calabaza procede del mismo lugar que la tuya. Originalmente eran frutos de la misma mata.”
“¿Cómo es posible eso?” preguntó el monstruo, incrédulo.
Explicó el Rey Mono:
“Ambas calabazas proceden de una enredadera sagrada al pie del Monte Kunlun. Esta mía es macho, y la tuya es hembra.”
Protestó el monstruo:
“No hay necesidad de hacer esas distinciones. Si también ella es capaz de absorber a la gente, hay que concluir que se trata de un buen tesoro.”
Contestó el Rey Mono:
“Tienes razón. Te voy a dejar probar primero a ti la tuya.”
Complacido, el monstruo se elevó por los aires, puso la calabaza boca abajo y gritó:
“¡Wukong Sun!”
Cuando Wukong oyolo, respondió ocho o nueve veces seguidas sin descanso. Pero nada le ocurrió esta vez.
Desconcertado, el monstruo se dejó caer desde lo alto y, sin dejar de golpearse el pecho, gritó, presa de la desesperación:
“¡Santo cielo! ¡Y después decimos que en este mundo ha habido muchos cambios! Un tesoro como este también tiene miedo del marido.”
“¿Por qué no tiras esa calabaza?” exclamó el Rey Mono, soltando la carcajada.
“Ahora me toca a mí probar la mía.”
De un salto se elevó por los aires y, poniéndose justamente encima del demonio, gritó:
“¡Gran Rey del Cuerno de Plata!”
El monstruo no pudo sustraerse a contestar y la calabaza le absorbió al instante. Wukong le dio a continuación la vuelta y la tapó con la cinta.
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