El cerdo Bajie se dispuso a patrullar de nuevo.
La mala fortuna de Bajie quiso que no tardara en toparse con los diablillos. Cuando más descuidado estaba, se vio rodeado por un grupo de demonios. Al darse cuenta de que se trataba de Bajie, el monstruo sacó su espada mágica y lanzó contra él un tajo terrible.
Al darse cuenta de que le superaban en número, Bajie se dio la vuelta y trató de huir a toda prisa. Los demonios cayeron sobre él como un enjambre, agarrándole de las piernas y tirándole del rabo, las orejas y los pelos. De esta forma, cargaron con él y le llevaron a la caverna.
Al llegar a la caverna, el demonio menor levantó la voz, gritando satisfechos:
“¡Hemos logrado cazar a uno, señor!”
El demonio mayor comentó:
“Me temo que has cazado al que no debías. Este monje no vale para nada.”
Al oír eso, Bajie pensó que no podía dejar escapar esa oportunidad, exclamó con indecible ansiedad:
“Es un crimen capturar algo que no tiene valor alguno, ¿no os parece? Lo mejor que podéis hacer, gran señor, es dejarlo otra vez en libertad.”
El demonio menor dijo:
“No le hagas caso. Aunque no sirva para nada, es uno de los acompañantes del monje Tang. Opino, por tanto, que lo mejor que podemos hacer es meterle en el estanque. Podemos cubrirle de sal y dejarle secar al sol. Nos servirá de aperitivo más adelante. Tiene que estar exquisito con vino.”
El monstruo de más edad comentaba con el más joven:
“Si has capturado a Bajie, quiere decir que el monje Tang no debe de andar muy lejos. Sal a patrullar otra vez la montaña y asegúrate de echarle mano.”
“Así lo haré” contestó el segundo monstruo y se adentró en la montaña, seguido de unos cincuenta diablillos.
Mientras caminaban, vieron un grupo de nubes luminosas y el monstruo exclamó, regocijado:
“¡Ahí está el monje Tang!”
“¿Dónde? Nosotros no vemos a nadie.” preguntaron los diablillos, mirando en todas direcciones.”
Les explicó el monstruo:
“Como bien sabéis, la luz propicia se posa sobre la cabeza de un hombre virtuoso, mientras que la de uno malvado emite una especie de éter negro. “
El monstruo les ordenó:
“Podéis regresar al campamento. Puedo aseguraros que yo solo me sirvo y me basto para echarle mano.”
Los diablillos se inclinaron ante él e iniciaron el camino de vuelta. El monstruo dio entonces un salto y, sacudiendo ligeramente el cuerpo, se transformó en un anciano taoísta.
El monstruo se dejó caer junto al camino, simulando tener la pierna rota. No dejaba de lamentarse con voz plañidera, diciendo:
“¡Salvadme, por favor!”
Tripitaka seguía tranquilamente su camino, pero, al oír esos gritos tan angustiosos, detuvo la cabalgadura y exclamó:
“¡Santo cielo! No hay ni un solo pueblo en esta montaña. ¿Cómo es posible que alguien se esté quejando de esa forma? Seguro que alguno ha caído en las garras de un tigre o un leopardo.”
Tripitaka preguntó, levantando la voz, :
“¿Quién sufre de esa manera? ¿Por qué no se deja ver?”
El monstruo salió arrastrándose entre unos arbustos y comenzó a golpear el suelo con la frente. Al ver Tripitaka que se trataba de un taoísta anciano, se apiado de él y volvió a preguntarle:
“¿De dónde venís y cómo os habéis hecho esa herida?”
Explicó el monstruo:
“Al oeste de esta montaña se levanta un templo taoísta, del que vengo. A la vuelta, mi discípulo y yo nos topamos con un tigre. La bestia se apoderó de mi acompañante y le llevó arrastrando monte arriba. Yo estaba tan aterrorizado que traté de huir por entre los peñascos, rompiéndome la pierna al caer sobre un grupo de rocas.”
Tripitaka tomó esas palabras al pie de la letra, y concluyó:
“Montad en mi caballo. Ya me lo devolveréis, cuando lleguemos a vuestro templo.”
El monstruo dijo:
“No sabéis cuánto os agradezco vuestra amabilidad. Sin embargo, me duele muchísimo la parte inferior del muslo y me temo que no podré cabalgar.”
Tripitaka contestó, comprensivo:
“Ya veo.”
Se volvió después al Rey Mono y añadió:
“Carga con este anciano.”
Respondió a toda prisa el Rey Mono:
“Con mucho gusto. Yo le llevaré a mis espaldas.”
Mientras Wukong se disponía a cargar con el monstruo a sus espaldas, empezó a murmurar:
“¡Malditos demonios! ¿Cómo te atreves a venir a provocarme de esta forma? Antes de hacerlo, deberías haberte informado de los años que llevo dominando monstruos. Es posible que logres engañar al monje Tang, pero conmigo no tienes nada que hacer. ¿De dónde has sacado que podrías burlarte de mí con tanta facilidad? Sé bien que eres uno de los monstruos que viven en esta montaña y que tu único propósito es devorar a mi maestro. ¿Por qué quieres dar cuenta de él, si no es más que una persona vulgar y corriente? En fin, eso es cosa tuya. De todas formas, deberías haber considerado que yo no iba a dejártelo hacer con tanta facilidad.”
No tardaron en llegar a un punto en que el sendero se hizo, de pronto, pedregoso y extremadamente sinuoso. Wukong tomó entonces la precaución de aminorar el ritmo de la marcha, haciendo que el monje Tang fuera el primero. A los cuatro o cinco kilómetros, el Rey Mono se dijo:
“Debería arrojarle al suelo y rematarle aquí mismo. ¿Para qué seguir adelante con él?”
Cuando estaba el Rey Mono a punto de llevar adelante este plan, el monstruo se percató de sus intenciones y resolvió hacer uso de la magia de mover montañas.
Hizo un gesto con los dedos y recitó el correspondiente conjuro. Al punto se levantó por los aires el Monte Sumeru y fue a caer directamente sobre la cabeza del Rey Mono.
Se dijo el monstruo:
“Así que una montaña es incapaz de aplastarle, ¿en? Pues ahora va a ver.”
Volvió a recitar el conjuro y acto seguido la Montaña E Mei se elevó por los aires y cayó entonces sobre la cabeza del Rey Mono. Sin embargo, esto no le impidió seguir adelante.
Se dijo el monstruo:
“¡Este hombre es increíble! Jamás hubiera pensado que fuera capaz de transportar montañas con tanta facilidad.”
Sin embargo, no se dio por vencido y una vez más recitó el conjuro. El Monte Tai cayó entonces sobre la cabeza de Wukong.
Wukong empezó a sentir que le flaqueaban las fuerzas y sus músculos perdían elasticidad. Ya no pudo moverse.
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