A pesar de haber capturado a Bonzo Sha, la preocupación del Monstruo de la Túnica Amarilla no se disipó.
Es difícil imaginar cuándo el enemigo volverá a atacar. En lugar de esperar pasivamente, es mejor tomar la iniciativa. Así que el Monstruo de la Túnica Amarilla ideó un plan brillante.
Para congraciarse con la princesa y apaciguar todos sus temores, el monstruo pidió que les sirvieran vino y algo de comer. Cuando estaban medio borrachos, la bestia dijo a la princesa:
“Tú quédate en casa bebiendo un poco más. Cuida de nuestros dos hijos y no dejes escapar al Bonzo Sha. Voy a visitar a tu padre.”
“¿Qué?” dijo asombrada la Princesa Cien Flores.
Contestó el monstruo:
“Mirándolo bien, soy su yerno, y él, suegro mío. Voy a decirle lo buen tipo que soy. Todos podemos ser una familia feliz”, dijo el monstruo.
Explicó la princesa:
“Mi padre no tiene a su cargo hombres de aspecto tan terrible y fiero como el tuyo. Si te entrevistas con él, lo único que conseguirás será asustarle y eso no te traerá provecho alguno.”
Concluyó el monstruo:
“Si es eso lo que te preocupa, me transformaré en un tipo guapo y asunto concluido.”
El monstruo sacudió allí mismo el cuerpo y se convirtió en una persona de aspecto gentil.
El monstruo soltó la carcajada y preguntó:
“¿Te parece bien así?”
Contestó la princesa:
“Por supuesto. Es francamente maravilloso. Pero debes tener siempre esto presente: puesto que mi padre es un hombre que nunca rechaza a sus parientes, todos los funcionarios de la corte, tanto civiles como militares, te invitarán a infinidad de banquetes. Debes tratar de ser comedido y no beber más de la cuenta. De lo contrario, puedes mostrar sin darte cuenta la forma que te es habitual y todo el mundo huirá despavorido.”
Respondió el monstruo:
“Ya sé yo lo que tengo que hacer.”
Montó en una nube y no tardó en llegar al Reino del Elefante Sagrado. Anunció al oficial que guarda la puerta:
“El tercer yerno del emperador solicita ser recibido por su augusto suegro. Os ruego tengáis la bondad de anunciarme.”
El Guardián corrió e informó a su señor, diciendo:
“El tercer yerno de vuestra majestad solicita ser recibido por vos. Se encuentra ahí fuera a la espera de vuestra decisión.”
Al oír que se trataba de su tercer yerno, el Rey se volvió hacia sus ministros y les comentó, sorprendido:
“Sólo tengo dos yernos. ¿De dónde ha podido salir ese otro?”
Explicaron varios ministros:
“No nos cabe la menor duda de que se trata del monstruo que raptó a vuestra hija.”
“¿Pensáis que es prudente hacerle entrar?” volvió a preguntar el rey.
Explicó el monje Tang:
“¡Se trata de un monstruo, majestad! Es capaz de viajar a lomos de las nubes y de predecir el futuro. Estoy seguro de que se presentará ante vos de todas las maneras, estés de acuerdo o no. Opino, por tanto, que lo mejor es que otorguéis vuestro consentimiento.”
Así lo hizo el rey.
La bestia presentó sus respetos al monarca de una forma tan elegante que todos quedaron gratamente impresionados. Es más, al ver los funcionarios lo guapo que era, no se atrevieron a considerarle un monstruo. Le tomaron por un hombre de bien.
El rey le preguntó:
“¿De qué región eres? ¿Cuándo te casaste con la princesa y por qué no has venido antes a conocer a tu familia?”
Contestó el monstruo, rostro en tierra:
“Vuestro humilde servidor es oriundo de una región situada al este de esta ciudad, concretamente en la Caverna de la Corriente Lunar, la cual se halla enclavada en la Montaña de la Cacerola.”
“¿A qué distancia se encuentra de nuestro palacio?” volvió a preguntar el rey.
Respondió el monstruo:
“No muy lejos, señor. Alrededor de trescientos kilómetros.”
“¿Trescientos kilómetros?” exclamó el rey, asombrado.
“¿Cómo se desplazó la princesa hasta allí para desposarse contigo?”
El monstruo era sumamente inteligente y trató de confundir a su locutor, diciendo:
“Hace trece años, cuando salí de caza con docenas de sirvientes, vi a un enorme tigre que llevaba a una muchacha. Así que abatí a la bestia con una sola flecha y salvé a la muchacha. Al preguntarle sobre su procedencia, ni siquiera una sola vez mencionó la palabra princesa. Ella me hizo creer que era la hija de unos campesinos y eso me animó a suplicarle que se quedara para siempre a mi lado. Parecíamos estar hechos el uno para el otro y los dos deseábamos compartir nuestras vidas. Quise dar muerte al tigre, pero la princesa pidió que no lo hiciera. Entonces liberé al tigre. Poco sospechaba yo entonces que unos años más iba a convertirse en un espíritu de montaña con ayuda de la meditación. Lejos de dominar su fiero natural, eso le avivó aún más, atrayendo gente incauta a su guarida y devorándola después. Entre ellos había monjes desde el Gran Imperio de los Tang. Creo que es mi deber informaros, señor, que ese que está sentado junto a vos no es otro que el tigre que arrancó la princesa de vuestro lado hace exactamente trece años. De monje sólo tiene la apariencia. Nada más.”
El rey no fueron incapaces de reconocer al monstruo, sino que, aceptaron como verdadero cuanto decía. Le preguntó:
“¿Qué razones tienes para afirmar que este monje es el tigre?”
Contestó el monstruo:
“Vuestro siervo se pasa la vida entre tigres. ¿Cómo no voy a reconocerlos, en cuanto los veo?”
Concluyó el rey:
“En ese caso, haz que adquiera la forma que le es habitual.”
Para ello, el monstruo tomó en sus manos un poco de agua y recitó un conjuro, escupió sobre el monje Tripitaka un poco de agua y gritó:
“¡Transfórmate!”
El cuerpo del monje se hizo totalmente invisible, apareciendo en su lugar la figura feroz de un tigre.
El rey sintió que le abandonaba el espíritu, y muchos de sus subalternos huyó en busca de cobijo. Sólo unos cuantos oficiales se armaron del valor suficiente para agarrar las armas y acosar al tigre.
Finalmente, el tigre fue encadenado y encerrado en una jaula de hierro que fue colocada en la cámara más segura de todo el palacio.
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