El Bonzo Sha se adentraba en el bosque en busca de Bajie. Aunque caminó más de diez kilómetros, no pudo ver ningún caserío.
De repente, oyó que alguien hablaba entre los arbustos. Apartó con cuidado unas ramas y vio que era el cerdo, que estaba hablando en sueños.
“¡Idiota! El maestro te envió a por comida y tú aquí durmiendo. ¿Cuándo te dio permiso para descansar a tus anchas?”
Preguntó Bajie:
“¿Qué… qué hora es?”
Le urgió el Bonzo Sha:
“Levántate en seguida. El maestro ha dicho que le trae ya sin cuidado que encontremos o no comida. Lo que ahora quiere es que busquemos un lugar en el que pasar la noche.”
Cuando llegaron al punto en el que habían dejado a su maestro, no pudieron dar con él.
Cogieron el equipaje, agarraron de las riendas al caballo y comenzaron la búsqueda. Más preocupados a medida que el tiempo iba pasando, miraron por todos los rincones del bosque, sin que pudieran dar con él.
Por fin llegaron también a la pagoda.
Cerdo Bajie dijo al Bonzo Sha:
“Seguro que el maestro ha encontrado acomodo en ella y se le han preparado una comida vegetariana.”
Aconsejó el Bonzo Sha:
“No debemos precipitarnos. Aún no sabemos si se trata de un lugar seguro. Opino que deberíamos echar antes un vistazo.”
Se llegaron hasta la puerta y se extrañaron de encontrarla cerrada. Encima del dintel había una placa de jade blanco, en la que había sido escrito lo siguiente: Montaña de la Cacerola, Caverna de la Corriente Lunar.
Exclamó el Bonzo Sha:
“Esto no es un monasterio, sino la morada de un monstruo.”
“No seas tan pesimista” le aconsejó Bajie.
“Ata el caballo y cuida del equipaje. Voy a preguntar unas cuantas cosas a los de ahí dentro.”
Con el tridente en las manos se acercó aún más y comenzó a gritar:
“¡Abrid la puerta! ¡Abrid la puerta!”
Al verles, los diablillos corrieron a informar a su señor, diciendo:
“Acaban de llegar.”
Exclamó el monstruo, muy excitado:
“Traedme en seguida la armadura.”
Después el Monstruo de la Túnica Amarilla cogió la cimitarra y salió de su mansión.
“¿De dónde venís y por qué osáis llegaros hasta mi puerta a romper la paz que aquí se respira?” preguntó el monstruo, desafiante.
Bajie replicó con ironía:
“¿No me reconoces? Me dirijo hacia el Paraíso Occidental por deseo expreso del Gran Emperador de los Tang, cuyo hermano no es otro que mi maestro, el respetable Tripitaka. Si se hospeda en tu casa, le permitas salir al instante. De lo contrario, arrasaré tu mansión.”
Respondió el monstruo soltando la carcajada:
“Dices bien. Soy anfitrión del monje Tang, al que no he podido negar las mieles de mi hospitalidad. Por cierto, acabo de prepararle unos bollos rellenos de carne humana. Si queréis probarlos vosotros también, no dudéis en entrar en mi humilde casa. ¿Qué os parece?”
Bajie habría aceptado de inmediato su invitación, si no le hubiera detenido el Bonzo Sha, diciendo:
“¿No comprendes que te está engañando? ¿Desde cuándo has empezado a comer carne humana?”
El cerdo comprendió entonces sus intenciones y se aprestó para la lucha. Levantó el tridente y lo dejó caer con todas sus fuerzas sobre el rostro del monstruo, pero el monstruo se hizo a un lado y levantó oportunamente la cimitarra. Valiéndose de sus poderes mágicos, los dos contendientes montaron en una nube y continuaron luchando por el aire. El Bonzo Sha dejó el equipaje y el caballo y se unió a la refriega.
Mientras se desarrolló el combate, el Monje Tang lloraba amargamente en la cueva. Justo a esta hora, vio salir del interior de la caverna a una mujer, que le preguntó:
“¿De dónde sois y por qué os han amarrado aquí?”
Contestó Tripitaka, hondamente apenado:
“No es necesario que me preguntéis nada más, bodhisattva. En cuanto entré por esa puerta, el destino determinó que no había de abandonarla jamás. Si deseáis devorarme, podéis hacerlo con toda tranquilidad. ¿Para qué molestaros en interrogarme?”
La mujer respondió:
“Yo no acostumbro comer a la gente. Mi hogar se encuentra a trescientos kilómetros al oeste de aquí, en una ciudad conocida por el nombre de Reino del Elefante Sagrado. Soy la hija tercera del Rey y desde niña todos me han llamado Vergüenza de las Cien Flores. Hace trece años, en la noche del Festival del Medio Otoño, estaba contemplando la belleza de la luna, cuando ese monstruo me raptó y me trajo aquí a lomos de un viento huracanado. Desde entonces me he visto obligada a compartir su lecho y a traer al mundo a todos sus hijos, sin poder comunicar a la corte mi paradero ni volver a ver a mis padres una sola vez. Pero, ¿de dónde sois y cómo os echó mano?”
El monje Tang respondó:
“He sido enviado al Paraíso Occidental en busca de las escrituras sagradas. Al cruzar estas montañas, decidí dar un paseo y vine a parar aquí. Si aún no me ha devorado, ha sido porque ha determinado cazar también a mis discípulos y cocernos a todos juntos al vapor.”
Le aconsejó la princesa, sonriendo:
“No os preocupéis. Voy a hacer cuanto pueda por ayudaros a escapar. El Reino del Elefante Sagrado no está muy lejos de aquí y, además, os pilla de camino. Lo único que os pido a cambio es que entreguéis una carta a mis padres. A pesar de ser una bestia, mi marido me quiere de verdad y os dejará marchar, si yo se lo digo.”
Concluyó el monje Tang:
“En ese caso, con mucho gusto haré de mensajero vuestro. Todo pago es poco con tal de salvar la vida.”
La princesa trató de abrirse camino entre los monstruos que se habían congregado delante de la puerta principal. Gritó con todas sus fuerzas:
“¡Señor de la Túnica Amarilla!”
El monstruo estaba enfrascado en un duro combate con Bajie y Bonzo Sha, pero, en cuanto oyó los gritos de la princesa, descendió a toda prisa de las nubes. Dejó a un lado la cimitarra, agarró la princesa y le preguntó:
“¿Se puede saber qué es lo que quieres?”
Contestó la mujer:
“Hace un momento, vi en sueños a el dios con una armadura de oro. Cuando era joven y aún residía en el palacio, prometí a los dioses que, si encontraba un buen marido, daría de comer a todos los monjes con los que me topara a lo largo de mis días. He de reconocer que he encontrado tanta felicidad a vuestro lado que me he olvidado por completo de esa promesa. Me sentí tan intranquila que decidí venir inmediatamente a relatároslo. Al hacerlo, me topé con un monje atado al poste de las ejecuciones, con lo que mi sobresalto se hizo aún mayor. Os ruego que os mostréis clemente con él y le dejéis marchar por donde ha venido, perdónalo como si cumplieras mi promesa original para mí.”
Exclamó el monstruo, más tranquilo:
“Pensé que se trataba de algo más serio. Está bien. Le dejaré marchar. Cuando quiera comer hombres, puedo encontrar en otra parte a los que me dé la gana.”
Agarró después la cimitarra con las dos manos y gritó:
“¡Eh, tú, Zhu Bajie, baja aquí un momento! Aunque no te tengo el menor miedo, no voy a seguir luchando contigo. Es más, acabo de poner en libertad a tu maestro, porque mi esposa me lo ha pedido. Así que, continua tranquilamente tu viaje hacia el Oeste. Pero recuerda que, si vuelves a pasar por mis dominios, no te perdonaré más la vida.”
Al oírlo el cerdo Bajie y el Bonzo Sha sintieron tal alivio que por un momento les pareció que acababan de dejar atrás las puertas del infierno.
Bajie abría la marcha y la cerraba, con el equipaje a las espaldas, el Bonzo Sha. A la caída de la tarde buscaron un lugar en el que pasar la noche, pero se pusieron en marcha cuando cantan las gallinas. Esto se repitió un día tras otro y, de esta forma, recorrieron no menos de doscientos noventa y nueve kilómetros. Un día levantaron la vista y vieron, por fin, a lo lejos una hermosa ciudad. No cabía la menor duda de que se trataba del Reino del Elefante Sagrado.
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