El auténtico Wukong se elevó por las nubes y se puso a contemplar lo que hacían los taoístas.
“El maestro se encuentra en una situación francamente desesperada. Si le meten en esa sartén, indudablemente morirá. No me queda otro remedio que tratar de salvarle cuanto antes.”
A toda prisa bajó de la nube y se dirigió al salón principal. El Rey Mono dijo:
“Desata a mi maestro y prometo que te daré otro árbol. ¿De acuerdo?”
“Si realmente tienes poder para hacer revivir el árbol, me sellaré contigo un pacto de hermandad.” respondió el Gran Inmortal.
Wukong sugirió:
“Suelta a mis hermanos en religión y te aseguro que tendrás tu árbol nuevo.”
El Gran Inmortal consideró que no tenían forma de escapar y a accedió a sus deseos, mandando liberar al instante al monje Tang, a Bajie y al Bonzo Sha.
El Rey de los Monos dio un acrobático salto y, tras abandonar el templo de las Cinco Villas, se dirigió hacia el Gran Océano Oriental.
Dados sus poderes, no tardó en divisar la Montaña Potalaka. Descendió de la nube y se encaminó directamente a lo alto de la montaña.
La Bodhisattva se percató en seguida de la llegada del Rey Mono y pidió al Gran Guardián de la Montaña que saliera a darle la bienvenida. No tardaron en llegar hasta donde la Bodhisattva.
La Bodhisattva Guanyin preguntó:
“¿Dónde está ahora Tripitaka?”
Wukong contestó:
“En la Montaña de la Longevidad que se halla enclavada en el continente de Aparagodaniya.”
Guanyin comentó:
“Allí se levanta el Templo de las Cinco Villas, donde tiene establecida su morada el Gran Inmortal Zhen Yuan. ¿Os habéis topado con él?”
El Peregrino exclamó, golpeando el suelo con la frente:
“Todo ha sido culpa mía. Yo no sabía nada sobre ese inmortal y cometí la imprudencia de ofenderle arrancando de cuajo su árbol. Por eso se niega a dejar marchar a mi maestro, convirtiéndole en prisionero suyo.”
Le regañó la Bodhisattva:
“El Árbol del Fruto de Ginseng poseía una naturaleza espiritual. ¿Por qué tuviste que destrozar su árbol?”
“Yo no sabía que fuera tan valioso” replicó Wukong.
“Cuando llegamos al templo, el Gran Inmortal había ido y salieron a recibirnos dos jóvenes inmortales. Fue Zhu Wuneng el que descubrió lo de los frutos del ginseng y se empeñó en probar uno. Yo me encargué de robar tres, que repartí galantemente entre mis hermanos. Cuando los jóvenes lo descubrieron, nos insultaron sin ningún respeto, hasta que no pude aguantar más su insolencia y eché abajo el árbol.”
La Bodhisattva se volvió hacia sus discípulos y les ordenó:
“Quedaos aquí cuidando el bosquecillo. No tardaré mucho en volver.”
Se elevó por los aires con el jarrón sagrado en las manos. Con el jarrón en la mano, mientras el Gran Sabio la seguía, se dirigió directamente al Templo de las Cinco Villas.
Cuando vio llegar al Bodhisattva, se apresuró a saludarlo.
Preguntó el Gran Inmortal, inclinándose, una vez más, ante la Bodhisattva:
“¿Cómo os habéis tomado la molestia de venir hasta aquí? El asunto que nos traemos entre manos es demasiado trivial para que vos le prestéis vuestra valiosísima atención.”
Explicó la Bodhisattva:
“El monje Tang es discípulo mío. Si Sun Wukong os ha ofendido, es lógico que yo responda por él y os devuelva vuestro incomparable árbol.”
El Gran Inmortal condujo al Bodhisattva al huerto. La Bodhisattva vio que el árbol se había caído, sus raíces al aire, sus hojas ya secas y sus ramas tronchadas.
Guanyin metió entonces la ramita de sauce en el jarrón, y usándola a manera de brocha, sacó el rocío, y lo esparció sobre el árbol seco, mientras recitaba un conjuro.
No pasó mucho tiempo antes de que el verdor volviera a enseñorearse de todas sus hojas y ramas. En las más altas podía apreciarse con toda claridad los frutos de ginseng. El árbol del ginseng ha resucitado.
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