El monje Tang y sus dos discípulos cruzaron la Montaña del Viento Amarillo y continuaron hacia el oeste.
Los viajeros no tardaron en toparse con un inmenso río de turbulentas aguas. En la orilla había una placa de piedra. Los tres se acercaron a ella y descubrieron que decía simplemente: El Río de la Corriente de Arena.
Mientras leían la inscripción, se agitaron de pronto las aguas del río y, levantando olas tan altas como las montañas, surgió de su seno un monstruo de salvaje y horripilante apariencia.
Como un ciclón, la bestia se volvió hacia la orilla y se lanzó contra el monje Tang. Afortunadamente Wukong le agarró por los hombros y, de un salto, le llevó a un lugar más elevado y seguro. Bajie, por su parte, dejó a un lado el equipaje y, echando mano del tridente, descargó un golpe terrible sobre su adversario.
Durante más de veinte asaltos cruzaron sus armas, sin que ninguno de los dos pudiera arrogarse una clara ventaja.
Al ver a Wukong adelantarse para participar en la batalla, el monstruo se dio la vuelta bruscamente y se sumergió en el río.
“¡No deberías haber venido! El monstruo se encontraba ya al límite de sus fuerzas. Otros cuatro o cinco asaltos más y le hubiera derrotado. Lo asustaste. ¿Quieres explicarme qué vamos a hacer ahora?”
“¿Habéis capturado ya al monstruo?” preguntó Tripitaka.
Contestó el Peregrino:
“Me temo que no. No resistió nuestro ataque y se refugió en la turbulencia de las olas de este malhadado río.”
Entonces, el Rey Mono le propuso al cerdo Bajie:
“Creo que lo mejor será que ve al agua a pelear con él, finge que estás derrotado. Es esencial sacarle del agua para que yo pueda ayudarte.”
“Excelente idea” exclamó Bajie.
“Allá voy.”
El monstruo, mientras tanto, se había retirado a su mansión submarina. Cuando oyó que alguien sacudía con manifiesta pericia las aguas, levantó la vista y vio acercarse a Bajie con el tridente. Cogió a toda prisa el báculo y salió a su encuentro, gritando:
“¿Adónde crees que vas, monje entrometido?”
Los dos se lanzaron entonces a la lucha, pisoteando las aguas y saltando ágilmente de ola en ola.
El combate se prolongó durante más de dos horas sin que se vislumbrara un claro vencedor.
Bajie pareció de pronto perder terreno y, fingiéndose derrotado, se dio media vuelta y huyó hacia la costa oriental. El monstruo salió en seguida en su persecución.
Cuando estaba a punto de alcanzar la orilla del río, el Rey Mono cogió la barra de hierro y propinó al monstruo un golpe tremendo en la cabeza. La bestia se negó a enfrentarse a él y decidió buscar refugio en las aguas.
“¡Maldito Mono!” gritó Bajie, furioso.
“¿Cómo puedes ser tan impulsivo? ¿Es que eres incapaz de tener un poco de paciencia? Si hubieras esperado a que le hubiera llevado un poco más arriba, le habríamos cortado el camino de vuelta al agua y le habríamos echado mano sin ninguna dificultad. ¿Cómo crees que vamos a hacerle salir otra vez de su escondite?”
A la mañana siguiente Tripitaka preguntó a Wukong:
“¿Qué vamos a hacer hoy?”
El Rey Mono contestó:
“Me temo que no mucho. En lo que a Bajie respecta, tendrá que meterse otra vez en el agua.”
Bajie se llegó hasta la orilla del río. Abrió un sendero por las aguas y se dirigió a la mansión del monstruo, como había hecho la vez anterior. La bestia acababa de despertarse, cuando oyó el chapoteo del agua. Se volvió a toda prisa y vio a el cerdo acercarse con el tridente. Dio un salto y gritó:
“Detente inmediatamente, prueba mi báculo.”
La batalla duró más de treinta encuentros, pero ninguno de los luchadores se mostró superior al otro. El cerdo Bajie volvió entonces a fingirse otra vez derrotado y huyó arrastrando el tridente. Pateando las olas, el monstruo corrió tras él, pero se detuvo a la misma orilla del río.
“¡Maldita bestia!” gritó Bajie.
“¿Por qué no vienes aquí? Se lucha mucho mejor en terreno firme.”
El monstruo replicó:
“No. Estás tratando de llevarme hasta ahí, para que tu compañero me corte la retirada. ¿Crees que no me he dado cuenta de tu juego? Si quieres proseguir el combate, tendrás que volver al agua.”
El monstruo se había vuelto muy perspicaz y se negó a llegarse hasta la orilla.
Wukong y Bajie llegándose hasta el terreno alto en el que estaba descansando el monje Tang, le informaron de todo lo ocurrido.
Tripitaka preguntó, con los ojos anegados en lágrimas:
“¿Cómo vamos a cruzar este río, si es tan difícil capturar al monstruo?”
“No os preocupéis, maestro” dijo el Rey Mono.
“He pensado en algo más práctico. Esperadme aquí, mientras voy a los Mares del Sur.”
De un salto, el Rey Mono se elevó hacia las nubes y enfiló el camino de los Mares del Sur.
Le preguntó la Bodhisattva:
“¿Por qué no estás con el monje Tang? ¿Puede saberse qué es lo que te ha hecho venir hasta aquí?”
Wukong contestó:
“Bodhisattva, tras dejar atrás la Cordillera del Viento Amarillo, llegamos al Río de Arena, una enorme masa de agua de aproximadamente ochocientas millas de anchura, que el monje Tang es incapaz de vadear. Por si esto fuera poco, en el río habita un monstruo que es un auténtico maestro en las artes marciales. Wu Neng se ha enfrentado con él tres veces dentro del agua, pero no ha logrado derrotarle, algo realmente digno de lamentar, ya que esa bestia parece haberse empeñado en no dejarnos llegar hasta la otra orilla. Eso es precisamente lo que me ha movido a venir a visitaros y pediros vuestra ayuda.”
La Bodhisattva Guanyin explicó:
“Da la casualidad de que el monstruo del Río de Arena es nada más y nada menos que la reencarnación del Oficial-que-levanta-la-cortina, uno de mis servidores, a quien convencí, no sin mucha dificultad, para que acompañara a los buscadores de escrituras en su largo camino hacia el Oeste. Si le hubierais dicho que erais vosotros los Peregrinos procedentes de las Tierras del Este, no sólo no os habría impedido la marcha, sino que os la habría facilitado.”
La Bodhisattva explicó:
“Da la casualidad de que, ya convencí al monstruo para acompañar a los buscadores de escrituras. Si le hubierais dicho que erais vosotros los Peregrinos procedentes de las Tierras del Este, no sólo no os habría impedido la marcha, sino que os la habría facilitado.”
El Bodhisattva llamó en seguida a Hui An Moksa que acompañara a Wukong a reclutar al monstruo en el agua.
Los viajeros no tardaron en llegar al Río de la Corriente de Arena donde se apearon de las nubes.
Moksa montó en una nube y se desplazó por la superficie del Río de Arena, gritando con fuerte voz:
“¡Wu Jing, el buscador de escrituras lleva aquí mucho tiempo! ¿Cómo es que aún no le has prestado la ayuda que prometiste?”
Temeroso del Rey de los Monos, el monstruo se había refugiado en el fondo del río y no se atrevía a salir de su guarida. Cuando oyó que le llamaban por su nombre religioso, supo en seguida que se trataba de la Bodhisattva Guanyin y se le quitó de pronto todo el miedo. De un salto salió de las aguas y se alegró sobremanera de ver allí a Moksa.
Preguntó Wujing:
“¿Dónde está el viajero de las escrituras?”
“Es aquel que está sentado en la orilla este.” respondió Moksa con el dedo.
El monstruo dejó el báculo a un lado y se llegó hasta la orilla y, arrodillándose ante Tripitaka, dijo:
“Maestro. Lo siento, no quise ofenderte. Os pido disculpéis mi ceguera.”
Wu Jing se volvió hacia Bajie y el Rey Mono y les presentó sus respetos.
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