Wukong y Bajie se adentraron en la cordillera, escalando picos y dejando atrás riscos.
Después de andar durante mucho tiempo, vieron aparecer una caverna.
El Rey Mono cogió la barra de hierro y corrió hacia la puerta de la caverna, en cuyo dintel había sido grabada la siguiente inscripción: Caverna del Viento Amarillo. Pico del Viento Amarillo.
Wukong gritó:
“Monstruo! ¡Deja salir inmediatamente a mi maestro, si no quieres que arrase tu guarida y destruya para siempre tu morada!“
Cuando lo oyeron los demonios que guardaban la puerta, corrieron a informar a su señor, diciendo:
“Gran señor, ahí fuera, a la puerta misma de la caverna, hay un monje con apariencia de un dios del trueno y una barra muy gruesa de hierro en las manos, exigiendo la inmediata puesta en libertad de su maestro.“
El Señor de la Caverna se volvió hacia el Tigre de la Vanguardia y le dijo:
“¿Qué podemos hace?“
Le aconsejó el Tigre de la Vanguardia:
“Estad tranquilo y no os alarméis. Me gustaría salir al frente de cincuenta soldados y arrestar a ese tal Rey Mono. Os aseguro que hoy mismo os le serviremos a la mesa.”
Aclaró el Tigre:
“Atrapé a tu maestro con el fin de servírselo con un poco de arroz a mi señor. Si fueras un poco listo y supieras lo que conviene, ahora mismo abandonarías el campo. Si no, te echaré mano y también tú acabarás sobre la mesa del Gran Rey. Será como un regalo extra.”
Al oírlo, el Rey Mono se puso furioso, levantó la barra de hierro y gritó:
“¿Qué poderes tienes tú, para atreverte a hablarme de la forma en que lo has hecho? ¡No huyas y haz frente a mi barra!”
Fue una batalla feroz. Pero el Tigre empezó a sentir que las fuerzas le abandonaban y huyó.
Al oír los gritos, el Cerdo Bajie se dio media vuelta y vio al Rey Mono persiguiendo al Tigre derrotado. A toda prisa Bajie dejó libre el caballo, alzó el tridente cuanto pudo y se lo clavó al monstruo en la cabeza. ¡Qué mala suerte la del Tigre! El tridente del Bajie le hizo nueve agujeros terribles, por los que fluyó tal cantidad de sangre fresca que al monstruo se le secó el cerebro y la cabeza.
Los cincuenta demonios que acompañaban al Tigre de la Vanguardia corrieron al interior de la Cueva gritando:
“El monje, cara de mono, ha dado muerte al Tigre de la Vanguardia y ha arrastrado su cadáver afuera.”
El rey demonio salió inmediatamente,y preguntó con voz potente:
“¿Dónde está el Peregrino Sun?”
“Aquí. ¿Es que no me ves?” contestó Wukong con un pie sobre el cuerpo del tigre muerto y la barra de hierro en las manos.
“¡Deja inmediatamente en libertad a mi maestro!”
El monstruo le miró con más detenimiento y, al ver la poca estatura del Rey Mono, medía, de hecho, menos de cuatro pies y sus mejillas hundidas, soltó la carcajada y dijo:
“Te tenía por un héroe invencible y ahora veo que no eres más que un espíritu enfermo, al que no le queda más que el esqueleto.”
“¡Qué poco observador eres!” exclamó el Rey Mono, sonriendo.
“Es posible que sea más bien bajito, pero te aseguro que, si osas descargar sobre mi cabeza un solo golpe de tu tridente, me convertiré en un ser de más de seis pies de alto.”
Concluyó el monstruo:
“En ese caso, tendrás que endurecerte bastante la cabeza.”
Y le largó un tremendo mandoble.
El Gran Sabio no se arredró. Su cintura se estiró y adquirió una altura de diez pies, seis mas de los que poseía segundos antes.
Una feroz batalla comenzó de inmediato.
El monstruo y el Rey Mono se enfrentaron durante más de treinta asaltos, pero el resultado de la batalla permanecía tan incierto. Buscando una rápida victoria, Wukong decidió hacer uso del truco conocido como “el cuerpo detrás del cuerpo“. Para ello, se arrancó unos cuantos pelos, los trituró con los dientes y gritó, al tiempo que los escupía con fuerza:
“¡Transformaos!”
Al punto se convirtieron en más de cien Peregrinos con sus correspondientes barras de hierro, que rodearon al demonio con rapidez. Sobresaltado, el monstruo hubo de acudir también a sus profundos conocimientos de magia. Se volvió hacia el sudoeste, abrió tres veces la boca y sopló al suelo con todas sus fuerzas. Al instante se levantó un viento huracanado amarillento.
Tan violento huracán barrió a todos los pequeños monos, y les mandó dando tumbos por el aire como si fueran ruecas. Todos perdieron la capacidad de luchar.
Wukong se vio forzado, de esta forma, a admitir la derrota y abandonó apresuradamente el campo.
Al día siguiente, el Rey Mono volvió a la entrada de la cueva. Hizo un signo mágico recitó su correspondiente conjuro y, con una leve sacudida del cuerpo se convirtió en un mosquito diminuto y delicado. Voló a la cueva.
El monstruo estaba sentado en un lugar destacado, entró corriendo un demonio, que informó, muy alterado:
“Estaba patrullando la montaña, cuando, de pronto, me topé con un monje que tenía un morro muy largo y unas orejas enormes. Estaba sentado en el bosque, no lejos de aquí. Pero no vi por ninguna parte al mono.”
Concluyó el monstruo:
“Eso quiere decir que, bien el huracán mató al Peregrino Sun, o bien ha ido en busca de ayuda.”
Comentó uno de los demonios:
“¿Qué haremos, si logra traer consigo a un grupo de guerreros celestes?”
Se burló el monstruo:
“No te preocupes. Únicamente el bodhisattva Lingji puede hacer frente a mi viento. Los demás son incapaces de hacernos el menor daño.”
Wukong se alegró sobremanera de escuchar semejante confesión. Inmediatamente salió volando de la caverna. De un salto el Rey Mono montó en una nube y se dirigió hacia el sur. No tardó, llegó al Sumeru, una montaña muy alta.
El Bodhisattva Lingji se estiró las ropas antes de dar la bienvenida al Wukong.
El Rey Mono dijo:
“La vida de mi maestro corre un grave peligro en la Montaña del Viento Amarillo. Ése es el motivo por el que me he atrevido a venir a pedir tu ayuda para derrotar a el monstruo que le tiene encarcelado.
“Una petición muy justa” reconoció el Bodhisattva.
“El mismo Tathagata me ha ordenado vigilar el Monstruo del Viento Amarillo. Para ello me ha entregado una perla capaz de detener toda clase de vientos y un bastón conocido como del dragón volador.”
Después de hablar, el Bodhisattva tomó el Bastón del Dragón Volador y se elevó por las nubes en compañía del Gran Sabio. En un abrir y cerrar de ojos llegaron a la Montaña del Viento Amarillo y el Bodhisattva le dijo al Rey Mono:
“Creo que lo mejor será que me quede aquí arriba, mientras tú vas a retarle. Me tiene tanto miedo que, si me ve, no se atreverá a salir. Es esencial sacarle de su guarida para que yo pueda ejercer mi poder.”
Wukong aceptó la sugerencia y descendió al punto de la nube. Cogió la barra de hierro y destrozó con ella la puerta de la cueva, mientras gritaba acalorado:
“¡Devuélveme inmediatamente a mi maestro, monstruo maldito!”
De nuevo Gran Rey Viento Amarillo se puso la armadura y echó mano del tridente.
Apenas habían luchado un par de asaltos, cuando el demonio movió la cabeza hacia el sudoeste y llenó los pulmones de aire. En ese mismo momento el Bodhisattva arrojó desde lo alto el Bastón del Dragón Volador y recitó el conjuro. Al instante se convirtió en un dragón de oro de ocho zarpas, con las que agarró al monstruo por la cabeza y le lanzo dos o tres veces seguidas contra las rocas del acantilado. La bestia adquirió entonces la forma que le era habitual y se transformó en un visón de pelaje rojizo.
Wukong levantó la barra de hierro con ánimo de rematarle, pero el Bodhisattva Lingji se lo impidió, gritando:
“No le hagas ningún daño. Lo llevaré a Buda para que sea castigado.”
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