Tras abandonar la última aldea, apenas habían viajado medio día, el equipo de buscadores llegó a una montaña muy alta y escarpada. Se levantó de pronto un viento huracanado y Tripitaka gritó alarmado:
“¡Está empezando a levantarse el viento, Wukong!”
“¿Y qué?” replicó Wukong.
“No me digáis que le tenéis miedo. Es la respiración del cielo y no cesa a lo largo de las cuatro estaciones ¿A qué viene tanto temor?”
Dijo el cerdo Bajie al Rey Mono, tirándole, preocupado, de la manga.
“Ese viento es demasiado fuerte. Lo mejor es que nos refugiemos en algún sitio hasta que haya amainado.”
“No sigas hablando y déjame agarrar y oler ese viento” le ordenó el Rey Mono.
El Rey mono evitó la cabeza del viento, lo agarró por la cola y la olfateó con cuidado.
“Teníais razón. Este viento no es nada bueno. Huele a tigre o a monstruo. En todo caso, no augura nada bueno.”
No había acabado de decirlo, cuando un tigre rayado saltó rápidamente debajo de la ladera.
Tripitaka se asustó tanto al verlo que se cayó del caballo. Piggy Bajie, por su parte, arrojó el equipaje a un lado y, agarrando el tridente, se lanzó contra la bestia, gritando:
“¡Maldito animal! ¿Se puede saber adónde vas?” le asestó un tremendo golpe en la cabeza.
El monstruo, acercándose al cerdo Bajie, le lanzó un tremendo zarpazo. Afortunadamente, Zhu Bajie se hizo a tiempo a un lado.
El Peregrino, mientras tanto, ayudó a levantar al monje Tang, diciendo:
“No tengáis miedo, maestro. Sentaos aquí y no os mováis. Voy a ayudar a Bajie a dominar a ese monstruo, así podremos reanudar el viaje lo antes posible.”
Consciente del peligro que corría, el monstruo recurrió al truco de la cigarra que cambia de caparazón y, dejándose caer pendiera abajo, volvió a transformarse en un tigre. El tigre se elevó cuan largo era sobre sus patas traseras y se hizo un agujero en el pecho con la zarpa izquierda. Agarró después la piel y la rasgó de arriba abajo, produciendo un ruido escalofriante. Totalmente desollado, el monstruo arrojó la piel de tigre sobre una roca. Se convirtió en un viento huracanado y corrió directo a la intersección, agarró al Monje Tang, que no paraba de recitar el Sutra del Corazón, y le arrastró monte arriba.
El Rey Mono y el cerdo Bajie no se arredraron por eso y aumentaron la velocidad de su carrera, dispuestos a terminar con él de una vez por todas.
Persiguieron al tigre hasta el fondo de la colina y vieron que se había caído y desplomado frente al acantilado.
Wukong cogió la barra y la lanzó con todas sus fuerzas contra el tigre, pero rebotó sobre la roca y volvió a sus manos. Lo mismo le ocurrió a Bajie con el tridente. De esta forma, descubrieron que lo que ellos creían monstruo no era más que una piel de tigre colocada con cuidado sobre una roca. Impotente, el Peregrino exclamó:
“¡Oh, no! ¡Nos han engañado! Ha abandonado la piel sobre una roca, pero él ha logrado escapar.”
El Rey Mono y el Piggy volvieron a toda prisa sobre sus pasos, pero no lograron dar con Tripitaka.
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