¿Es el monstruo el yerno, o es el yerno monstruo?
En el Reino del Tíbet, hay una aldea llamada el pueblo del señor Gao. La mayoría de las personas que viven en este lugar se apellidan Gao. De ahí que tenga ese nombre.
El viejo señor Gao no tiene hijos y solo tiene tres hijas. La mayor se llama Orquídea Olorosa, la del medio, Orquídea de Jade, y la tercera, Orquídea Verde. Desde su más tierna infancia las dos primeras han estado prometidas con personas de esta misma aldea, pero el señor Gao esperaba que la tercera pudiera casarse con un hombre que accediera a vivir bajo este techo y diera a sus hijos el mismo apellido que su madre.
Desde antiguo este pueblo jamás ha tenido problemas con fantasmas, monstruos o demonios.
Hace tres años aproximadamente se presentó un joven de aspecto pasablemente atractivo. Al principio, se mostró muy cortés y diligente. Trabajó duro en los campos, arándolos, incluso, sin la ayuda de un carabao.
Cuando llegó el tiempo de la siega, recogió la cosecha sin servirse para nada de la hoz. Llegaba tarde a casa por las noches y se levantaba muy temprano. No es extraño que el viejo señor Gao aceptó casar a su hija con este joven.
El problema es que su aspecto comenzó a cambiar. Al principio era tipo moreno y robusto, pero después se volvió muy feo. Se parece, de hecho, a un cerdo con unas orejas muy grandes, un hocico llamativamente protuberante y un copete de cerdas muy fuertes detrás de la cabeza. No es extraño que tenga un apetito insaciable. En cada comida se toma entre tres y cinco arrobas de arroz.
Durante todo este tiempo señor Gao ha tratado de conseguir la anulación de ese matrimonio, cosa a la que el monstruo se ha negado con firmeza.
Es más, la bestia ha encerrado a la muchacha en la parte de atrás de su morada y no la ha permitido ver a su familia durante casi medio año.
La familia Gao encontró tres o cuatro monjes o taoístas uno tras otro. Ninguno ha podido dominar a la bestia.
El maestro y discípulo vagaron por la espesura durante una semana. Un día, cuando estaba empezando ya a oscurecer, llegaron al pueblo del señor Gao.
El viejo señor Gao se alegró mucho al oír que estos monjes podían capturar monstruos. En seguida ordenó que pusieran la mesa y les fuera servido un banquete vegetariano. La noche había caído ya, cuando hubieron terminado de comer.
“¿Qué armas necesitaréis?” preguntó el anciano entonces.
“Es mejor que lo tengamos todo preparado.”
“Tengo mis propias armas.” contestó Wukong.
“¿De verdad? Sólo veo que lleváis un bastón.” contestó el anciano, sorprendido.
El Peregrino se sacó la aguja de la oreja, la cogió con cuidado en las manos y, tras agitarla una sola vez cara al viento, se convirtió en una barra del grosor de un cuenco de arroz.
“¡Mirad esta barra!” ordenó al señor Gao.
Preguntó el señor Gao:
“¿Cuánta gente necesitaréis?”
“No necesito ninguno.” afirmó el Rey Mono.
“Lo único que quiero es que a mi maestro no le falte la compañía. Puedes llamar a alguien lo suficientemente virtuoso para que charle con él, mientras yo esté ausente.”
El anciano le condujo hasta la misma puerta y el Rey Mono añadió:
“Saca la llave.”
“Si tuviera la llave de aquí, no necesitaría vuestra ayuda. Creedme.” replicó el anciano.
Wukong exclamó:
“A pesar de tus años, eres incapaz de distinguir cuándo se habla en serio y cuándo no. Estaba tomándote el pelo y tú interpretaste al pie de la letra mis palabras.”
Inmediatamente se adelantó, tocó la cerradura y la puerta se abrió.
Al ver que se trataba de su padre, la hija se abrazó a él y empezó a sollozar.
“¡Deja de llorar!” le urgió el Rey Mono. Se volvió después hacia el señor Gao y añadió:
“Lleva a tu hija a la parte delantera y disfruta cuanto quieras de su compañía. Yo me voy a quedar aquí esperando.”
Wukong sacudía el cuerpo y, valiéndose del poder de su magia, se transformaba en la imagen exacta de la muchacha. Después se sentó a esperar al monstruo.
Al poco rato se levantó un viento tan fuerte que arrancaba las piedras y producía asfixiantes nubes de polvo. Cuando, por fin, amainó viento tan destructivo, apareció volando el monstruo más feo que imaginarse pueda.
Dijo Wukong mientras lloraba:
“Mis padres me han regañado hoy. Se han quejado de que una persona tan fea como tú es totalmente impresentable. “
Se defendió el monstruo:
“De eso ya discutimos cuando vine aquí por primera vez. Tu padre me aceptó sin poner un solo reproche. ¿Por qué me viene ahora con tanta queja?”
El Rey Mono añadió:
“Mis padres están tratando de hallar a alguien capaz de derrotarte.”
Dijo el monstruo, soltando la carcajada:
“No te preocupes por eso. ¿Cómo voy a tener miedo a los bonzos, taoístas y monjes? Ve a dormir, anda.”
Rey Mono replicó:
“Pero ellos me han dicho que piensan traer el Gran Sabio, Sosia del Cielo, que hace aproximadamente quinientos años causó un gran revuelo en el Palacio Celeste. Le han pedido que venga a capturarte.”
“Si es verdad lo que dices, ahora mismo me voy. No podemos seguir viviendo como marido y mujer.” concluyó el monstruo, alarmado.
Wukong apareció inmediatamente en su cuerpo original, gritó:
“¿Adónde vas tan deprisa, monstruo? Fíjate bien en quién soy.”
El monstruo se sintió aterrado, convirtiéndose en un viento huracanado, logró escapar del Rey Mono. Wukong se montó en una nube y trató de cortarles la retirada.
La lucha había comenzado a la hora de la segunda vigilia y se prolongó hasta el amanecer. En ese momento el monstruo no pudo aguantar más y huyó a toda prisa. Volvió a transformarse en un viento huracanado, que penetró en la caverna, de donde se negó a salir.
Se quejó el monstruo:
“Por cierto, recuerdo que en la época de tu rebelión contra el Cielo, morabas en la Cortina de Agua de la Montaña de las Flores y Frutos, que, según tengo entendido, se halla en el país de Ao Lai del Continente de Purvavideha. Se habló mucho de ti y después sobrevino un largo silencio. ¿Cómo es que, de pronto, te da por aparecer por aquí, empeñado en arrestarme a toda costa? ¿No puede ir mi marido allí y invitarte?”
El Rey Mono respondió:
“¡Por supuesto que no! Tu suegro ni siquiera sabía que existía. Todo comenzó con mi abandono del taoísmo y mi posterior conversión al budismo. Eso me llevó a aceptar como maestro a un hermano del Emperador de los Tang, llamado Tripitaka. A él debo precisamente que me encuentre hoy aquí, ya que nos dirigimos hacia el Paraíso Occidental en busca de las escrituras de Buda. Al pasar por el pueblo en el que vive tu suegro, decidimos pedir alojamiento y el señor Gao sacó a relucir la triste historia de su hija, suplicándonos que la liberáramos de tus garras y te arrestáramos sin demora.”
Después de escuchar estas palabras, el monstruo abrió inmediatamente la puerta y salió, diciendo:
“¿Dónde está ese Tang monje del que hablas? Llévame inmediatamente ante él, te lo suplico.”
“¿Para qué quieres verle?” preguntó el Rey Mono.
El monstruo explicó:
“También yo soy un converso. La Bodhisattva Guanyin me ordenó que esperara aquí a un hombre que habría de pasar en busca de las escrituras sagradas. Me aconsejó que si quería que me fueran perdonadas mis culpas y, así, alcanzar los frutos de la Verdad, debía convertirme en discípulo suyo y seguirle hasta el Paraíso Occidental.”
Más tarde, el Rey Mono llevó el monstruo al Monje Tang. El cerdo reconoció al maestro y recibió el nombre religioso de “Ocho Preceptos”. Despidiéndose del pueblo del señor Gao, los tres continuaron caminando hacia el oeste.
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