Después de reflexionar durante unos minutos, preguntó:
“¿Hay por aquí cerca algún monstruo que se haya convertido en espíritu?“
El guardián del monasterio respondió:
“Al sureste de aquí se levanta la Montaña del Viento Negro, en la que habita el Gran Rey Negro, con quien solía discutir de taoísmo nuestro Patriarca ya fallecido. Es el único monstruo que hay por aquí cerca.”
El Gran Sabio Sun, tras elevarse hacia lo alto, fue a parar a la Montaña del Viento Negro. De pronto oyó voces que parecían venir de un prado cercano.
Se escondió sin hacer ruido detrás de una roca y se puso a espiar con cuidado. Descubrió a tres monstruos sentados en el suelo: el del centro era un tipo muy moreno, el de la izquierda no podía negar que fuera taoísta, y el de la derecha se trataba, a todas luces, de un hombre de letras. Los tres mantenían una conversación muy animada.
El tipo moreno añadió:
“Ayer me topé con un tesoro, la túnica bordada de Buda. Es extremadamente elegante. Quiero dar un espléndido banquete para celebrarla, al que invitaré a todos nuestros amigos taoístas de las diferentes montañas. ¿Lo llamamos el Festival de la Túnica de Buda? ¿Qué os parece?”
“¡Fantástico, francamente fantástico!” exclamó el taoísta.
Incapaz de controlar el enfado, el Rey Mono se lanzó sobre los tres desconcertados amigos, gritando:
“¡Maldito monstruo! ¿Así que fuiste tú el que robaste el tesoro de mi maestro? ¡Vuélvemela cuanto antes! ¡No trates de huir, porque no te servirá de nada!”
El tipo moreno cambió al viento y logró escapar; el taoísta huyó cabalgando en una nube; sólo al literato le fue imposible la huida. El golpe le agarró de lleno y resultó muerto en el acto.
Wukong comprobó que no era más que el espíritu de una serpiente con manchitas blancas. Tras descuartizarla, se adentró en la montaña en busca del monstruo moreno.
El Rey Mono encontró una caverna con la puerta firmemente cerrada. Sun Wukong golpeó la puerta con su barra, gritando:
“¡Abre inmediatamente! ¡Saque inmediatamente la túnica! Si lo haces, os perdonaré a todos la vida.”
“¡Gran Rey! Ahí fuera hay un monje con la cara cubierta totalmente de pelos y exige la entrega inmediata de esa prenda.” informó el pequeño demonio a su señor.
El Rey del Viento Negro salió de la cueva con una lanza.
“¿Qué clase de monje eres tú para atreverte a ser tan insolente?”
El Rey Mono replicó:
“¡Déjate de decir tonterías! Menos hablar y devuélveme inmediatamente la túnica de mi maestro.”
El monstruo dijo, riéndose con desprecio:
“Admito que me llevé la túnica. ¿Y qué? ¿Qué piensas hacer para que te la devuelva?”
“¡Maldito monstruo! ¡No te escapes, que quiero que pruebes el sabor de mi barra!” exclamó el Rey Mono.
Más de diez veces cruzaron las armas sin que, a eso del mediodía, se destacara un claro vencedor. Valiéndose de la lanza para inmovilizar temporalmente la barra de hierro, el monstruo tomó un respiro y dijo:
“Dejemos de momento las armas a un lado y vayamos a tornar algo. Después continuaremos la batalla. ¿De acuerdo?”
“Maldita bestia!” exclamó Wukong.
“¿Y tú quieres ser un héroe? Debería darte vergüenza. Sólo llevas luchando medio día y ya quieres ponerte a comer. Piensa en mí, que estuve prisionero debajo de una montaña durante más de quinientos años y no probé ni una sola gota de agua en todo ese tiempo.”
El monstruo corrió hacia la caverna, cerrando oportunamente la puerta tras él, sin importarle las protestas del Rey Mono.
El Rey del Viento Negro, mientras tanto, llamó a sus sirvientes y les ordenó que prepararan el banquete, encargándose personalmente de escribir las invitaciones.
El caminante pensó por un momento, luego se dijo a sí mismo:
“Todo este asunto demuestra bien a las claras la irresponsabilidad de la Bodhisattva Guanyin. Es incomprensible que haya disfrutado de las ofrendas de las gentes de este lugar y, al mismo tiempo, haya permitido a un monstruo andar rondando por aquí cerca. Voy a ir, pues, a los Mares del Sur a tener con ella una pequeña conversación y a pedirle que venga aquí y exija del monstruo la inmediata devolución de vuestra túnica.”
No había acabado de decirlo, cuando desapareció de su vista. En un abrir y cerrar de ojos llegó a los Mares del Sur.
“¿Se puede saber qué has venido a hacer aquí?” le preguntó Guanyin.
Wukong dijo:
“Me he topado con una tremenda dificultad, que espero pueda solventar la Bodhisattva.”
Wukong continuó explicando:
“Hace dos días mi maestro llegó a uno de vuestros templos Zen. Ya sabéis, una de esas pagodas en las que la gente os ofrece sacrificios e incienso. Lo que no comprendo es por qué habéis permitido a un Espíritu Oso vivir por allí cerca. El resultado es que ha robado la túnica a mi maestro y, aunque he tratado de recuperarla varias veces, todos mis esfuerzos han resultado infructuosos. Así que espero que solucionéis vos el problema.”
La Bodhisattva afirmó:
“Ese monstruo posee muchos poderes mágicos. De hecho, es tan fuerte como tú. No mereces que te ayude pero lo voy a hacer por el monje Tang.”
Montaron en las nubes sagradas y no tardaron en llegar a la Montaña del Viento Negro.
Al poco rato vieron a un taoísta bajando por la ladera de la montaña con una bandeja de cristal, sobre la que podían apreciarse una píldora.
Wukong corrió hacia él, blandió la barra de hierro y la dejó caer con fuerza sobre la cabeza de aquel infeliz. El golpe le destruyó el cráneo y le produjo una terrible hemorragia en el cuello. El Peregrino se llegó hasta el taoísta y descubrió que se trataba de un lobo gris.
Entonces, Wukong propuso una estrategia al Bodhisattva.
La Bodhisattva al instante adoptó la figura del inmortal Lin Xuzi, el lobo gris que acababa de ser asesinado por el Rey Mono. La píldora en la que se transformó Wukong.
Al acercarse a la entrada de la caverna, fue reconocida por los demonios que montaban guardia y que gritaron, alborozados, al verla:
“¡Acaba de llegar el inmortal Lin Xuzi!”
La Bodhisattva dijo:
“Sólo he venido a traeros una píldora mágica como regalo. Esta pequeña maravilla os hará vivir durante más de mil años.”
El monstruo se la llevó a la boca, la píldora mágica se deslizó garganta abajo. El Rey Mono no tardó en hacer de las suyas en el interior del cuerpo del Oso Negro. El monstruo cayó al suelo, incapaz de soportar el dolor.
La Bodhisattva recobró entonces la forma que le era habitual y arrebató al monstruo la túnica de Buda.
Acto seguido, el Peregrino salió de su cuerpo por las narices.
Pero, temiendo que pudiera valerse de alguna treta, la Bodhisattva le tiró a la cabeza una pequeña corona de hierro. En cuanto se hubo puesto de pie, el Oso Negro trató de hacerse con la lanza y atacar al Wukong. Al verlo, la Bodhisattva se elevó por el aire y recitó un conjuro. Al instante el Rey de Viento Negro sintió un dolor insoportable y, arrojando la lanza a un lado, se revolcó, desesperado, por el suelo.
El Rey Mono quiso rematarle allí mismo, pero la Bodhisattva le detuvo, diciendo:
“No le hagas daño, porque tengo pensado asignarle una misión.”
Wukong dijo, sonriendo:
“En verdad sois una diosa salvadora y llena de misericordia, incapaz de hacer el menor daño a cualquier ser viviente. Si conociera un conjuro como ése, lo recitaría por lo menos diez mil veces más. Así acabaría con todos los osos negros que hay por aquí.”
Ordenó la Bodhisattva al Rey Mono:
“Wukong, ya puedes marcharte. Procura no causar más problemas y ocúpate del monje Tang.”
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