SuaveG – The Gentle Path

Episodio 152. Quien obra con justicia recibe en pago violencia

Monje Tang estaba tan aterrorizado con lo que acababa de oír, que los huesos se le ablandaron.

Preguntó Bajie, acercándose a Tripitaka:

“¿Qué os ocurre, maestro? Vos sois de los que siempre cargan con el féretro de los demás y se pasan la vida llorando la muerte ajena. No estéis tan triste, por favor. Ese loco está atentando contra las vidas de sus súbditos, pero ¿qué puede importaros eso a vos? Echaos a dormir y dejad a un lado los problemas de los demás.”

Le increpó Tripitaka, sin poder contener las lágrimas:

“¡Qué corazón más duro tienes! Los que hemos renunciado a la familia tenemos la obligación de hacer todo el bien que podamos. Por mucho que nos cueste, no podemos cerrar los ojos a las desgracias ajenas. ¿Cómo puede un soberano cometer tales actos de barbarie con su propio pueblo? Jamás había oído decir esa estupidez de que el corazón de los demás es capaz de alargar nuestra propia vida. ¿Cómo no quieres que me lamente por la suerte de esos desgraciados?”

Le aconsejó Bonzo Sha:

“Tratad de controlaros, maestro. ¿Por qué no descansáis tranquilamente y esperáis a mañana? Cuando vayamos a sellar los documentos, podemos discutir de todo este asunto con el rey. Si se niega a escucharnos, le haremos ver la clase de suegro cruel que se ha echado a la cara. Lo más seguro es que se trate de un monstruo que se ha inventado toda esta historia con el fin de probar corazones humanos. No me cabe la menor duda de que es así.”

Dijo Wukong:

“Estoy de acuerdo contigo, Wujing. Lo que debéis hacer ahora, maestro, es tratar de descansar. Cuando vayáis mañana a palacio, yo os acompañaré y estudiaré atentamente a ese suegro sin entrañas. Lo primero que voy a hacer va a ser sacar de la ciudad a todos esos niños de las jaulas para gansos. Así mañana no tendrá a nadie al que arrancar el corazón.”

Preguntó Tripitaka:

“¿Cómo vas a sacar a todos esos niños de la ciudad?”

Wukong se puso inmediatamente de pie y dijo a Bajie y Bonzo Sha:

“Quedaos aquí cuidando del maestro. Cuando oigáis un viento huracanado, tened la certeza de que los niños están abandonando la ciudad.”

Para entonces el Rey Mono había salido ya de la habitación y, elevándose por los aires, hizo un gesto con los dedos y recitó las palabras mágicas:

“¡Que Om purifique el reino del dharma!”

Con eso bastó para que acudieran en tropel a su presencia el dios de la ciudad, el de toda la región, el del suelo y los demás inmortales, entre los que no faltaban los Guardianes de los Cinco Puntos Cardinales ni los Protectores de los Monasterios. Tras inclinarse respetuosamente ante él, le preguntaron:

Rey Mono y los inmortales - Viaje al Oeste
Rey Mono y los inmortales

“¿Qué asunto tan urgente es ése, Gran Sabio, para arrancarnos de nuestro descanso en mitad de la noche?”

Contestó el Rey Mono:


“Todo se debe a que el soberano del Reino de Bhiksu ha prestado atención a los cuentos de cierto monstruo, que le ha hecho creer que, tomando un caldo hecho a base de corazones de niños, podrá alcanzar la longevidad. Eso ha impresionado de tal manera a mi maestro, que me he visto obligado a prometerle que iba, a la vez, a salvar sus vidas y a atrapar a esa bestia. Por eso precisamente os he hecho venir. Es preciso que, haciendo uso de vuestros poderes mágicos, saquéis inmediatamente de la ciudad a todos los niños que se encuentran encerrados en las jaulas para gansos. Escondedlos en un valle apartado o en el corazón de un bosque seguro y dadles de comer un poco de fruta, para que no se mueran de hambre. Tenéis que poner especial atención en que no les ocurra nada, evitando en lo posible que se asusten o lloren. Cuando haya acabado con ese monstruo y haya hecho ver al rey lo equivocado de su conducta, los volveréis a traer, sanos y salvos, a la ciudad.”

Una vez comprendidas sus órdenes, los dioses descendieron de las nubes y se dispusieron a poner en práctica sus extraordinarios poderes mágicos. La ciudad se vio envuelta en una espesa neblina, que arrastraba un viento extremadamente frío. Las estrellas dejaron de titilar sus mensajes de luz y la luna perdió su deslumbrante resplandor.

Era aproximadamente la hora de la tercera vigilia, cuando los dioses terminaron de transportar la última jaula para gansos.

En cuanto amaneció, se vistió a toda prisa y dijo a Wukong:

“Desearía asistir a la audiencia pública de la mañana. Es preciso que nos sellen cuanto antes los documentos de viaje.”

Dijo el Rey Mono:

“No podéis ir solo a palacio. Os seguiré en secreto. No me dejaré ver. Pero no os preocupéis, porque siempre estaré presto a echaros una mano.”

El Guardián en persona se encargó de conducir al Monje Tang al interior del palacio.

Después de los saludos rituales a los pies del trono, se le permitió tomar asiento al lado mismo de su majestad. Monje Tang agradeció tan inesperada muestra de confianza con el respeto que de él se esperaba.

El Rey del Reino de Bhiksu y Monje Tang - Viaje al Oeste
El Rey del Reino de Bhiksu y Monje Tang

Se dio cuenta entonces de que el rey presentaba un aspecto tan enfermizo, que parecía como si ya estuviera muerto. Las fuerzas le habían abandonado de tal manera que, si tras largos esfuerzos conseguía levantar la mano, no podía después saludar con ella. Cuando hablaba, su voz sonaba débil y resultaba extremadamente difícil captar todas sus palabras. Cuando Monje Tang le entregó el documento de viaje, se quedó mirándole durante mucho rato con una mirada extraviada y totalmente inexpresiva. Aunque era claro que no había entendido ni una sola palabra, estampó finalmente su sello y se lo devolvió al Monje Tang.

Cuando se disponía a preguntarle sobre su decisión de ir en busca de las escrituras, se presentó un funcionario imperial y anunció con voz potente:

“Acaba de llegar vuestro suegro, señor.”

Apoyándose en un eunuco, el rey se levantó en seguida de su trono de dragón y corrió a dar la bienvenida al recién llegado.

La precipitación con la que actuó pilló de sorpresa a Monje Tang, que inmediatamente se puso de pie y se hizo a un lado.

Él, sin embargo, ni siquiera se molestó en saludar al rey. Al cruzarse con él, siguió subiendo las escaleras con la frente bien alta, mientras el soberano se inclinaba, obsequioso, y exclamaba, emocionado:

“¡Qué inmerecido honor poder gozar de la sagrada presencia de nuestro respetable suegro desde tan pronto!”

Sin que nadie le invitara a hacerlo, se sentó en la parte izquierda del trono del dragón.

Tripitaka se inclinó ante él y a saludarle, diciendo:

“Recibid los respetos de este humilde monje, suegro imperial.”

Sin dignarse ni siquiera mirarle, el taoísta se volvió hacia el rey y le preguntó:

“¿De dónde ha salido este monje?”

Contestó el rey:

“Es un enviado del Gran Emperador de los Tang, en las Tierras del Este, con la misión de conseguir escrituras sagradas en el Paraíso Occidental. Ha venido a que le selle el documento de viaje.”

El rey pidió al encargado de las celebraciones y fiestas imperiales que preparara un banquete vegetariano, para que el monje venido desde tan lejos pudiera reponer sus fuerzas, antes de proseguir su camino hacia el Oeste.

Agradecido por tanta consideración, Tripitaka se despidió de su majestad y se dispuso a abandonar el palacio.

En aquel mismo momento el Comandante de los Cinco Destacamentos Militares dio un paso al frente e informó a su señor, diciendo:

“Ayer por la noche, majestad, se levantó un viento huracanado y frío en extremo que se llevó, sin dejar rastro, a todos los niños que vivían en las cercas para gansos que hay delante de todas las casas.”

Muerto, a la vez, de ira y de miedo, el rey se volvió hacia el suegro imperial y afirmó:

“Eso quiere decir que el Cielo ha decretado mi fin.”

El Rey del Reino de Bhiksu y el suegro imperial - Viaje al Oeste
El Rey del Reino de Bhiksu y el suegro imperial

Contestó el suegro imperial, sonriendo:

“No tenéis por qué preocuparos. El hecho de que esos niños hayan sido arrebatados hacia lo alto no significa que el Cielo quiera acortar vuestra vida, sino todo lo contrario.”

“¿Cómo podéis decir semejante cosa?” replicó el rey.

Respondió el suegro imperial:

“Al entrar en la corte, caí en la cuenta de que existe un excipiente que supera con mucho al caldo hecho con los corazones de esos mil ciento once niños. “

Sin terminar de creer lo que estaba oyendo, el rey exigió una explicación más detallada y el taoísta añadió:

“Me he percatado de que ese monje enviado por el señor de las Tierras del Este que lleva diez reencarnaciones por lo menos dedicado a la práctica de la virtud. Eso explica que su cuerpo sea perfecto en extremo. De hecho, jamás ha malgastado ni una gota de su yang original, por lo que supera en varios cientos de miles de veces la efectividad de los corazones de todos esos niños. Si pudierais hacer un caldo con el suyo y tomar con él el remedio que os he recetado, tened la seguridad de que llegaréis a los diez mil años de edad.”

Wukong remontó a toda prisa el vuelo y regresó como una exhalación al lado de sus hermanos, gritando, alterado:

“¡Qué gran desgracia, maestro! ¡La desdicha se ha volcado de nuevo sobre vos!”

Preguntó Bajie:

“¿De qué desgracia estás hablando? ¿Es que no puedes explicarlo más tranquilo? Con alarmar al maestro no se consigue nada.”

Explicó Wukong:

“Después de despedirse del rey, yo me quedé en el palacio con el fin de averiguar algo más sobre ese suegro imperial, que, ciertamente, es un monstruo. Al poco rato se presentó el Comandante de los Cinco Destacamentos Militares e informó a su señor que un viento huracanado se había llevado a todos los niños. El rey se mostró abatido ante semejante noticia. El taoísta trató de tranquilizarle, diciendo que debería alegrarse, pues, más que una maldición, aquello era una auténtica bendición de los Cielos. Le hizo ver que el corazón del maestro posee tales propiedades medicinales, que es capaz de prolongar la vida de quien lo coma hasta los diez mil años de edad. El rey ha creído a pies juntillas en sus palabras y ha enviado a un destacamento a este palacio para arrestar al maestro.”

Le reprendió Bajie:

“¿Ves lo que adelantas compadeciéndote de todo el mundo? ¿De qué te ha servido salvar a esos niños, si con ello has traído la desgracia sobre nuestras cabezas?”

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