Después de derrotar al demonio,se dirigió a la ladera oriental de la montaña. Antes de llegar a ella, empezó a oír con claridad los gritos y los lamentos del monje Tang. Zhu Bajie y Bonzo Sha dividiendo el equipaje en dos partes iguales.
Se dijo el Rey Mono, suspirando:
“No necesito pensar mucho para saber lo que ha ocurrido. Bajie ha debido de decir al maestro que he ido a parar al estómago de un demonio y eso le ha hecho ponerse a llorar mi muerte. Bajie está repartiendo el equipaje, porque ha decidido regresar por donde ha venido, renunciando a poner fin a nuestro viaje. ¡Maldita sea!”
Se bajó inmediatamente de la nube y añadió en voz alta:
“¡Maestro!”
Al oírlo, Bonzo Sha exclamó, furioso contra Bajie:
“¡Maldito embustero! El hermano sigue vivo y tú afirmaste que estaba muerto, para hacerte con la mitad de lo poco que poseemos. ¿Es que no le oyes hablar?”
Se defendió Bajie, sorprendido:
“¡Pero yo vi con toda claridad cómo se lo tragaba el monstruo! ¡Está claro que su espíritu ha regresado!”
“¡Maldito tonto!” exclamó Sun Wukong, dirigiéndose hacia Bajie y propinándole un golpe en la cara que le hizo caer patas arriba.
“¿Es este todo el daño que puede hacerte un espíritu?”
“¡Pero aquel demonio te devoró! ¿Cómo es posible que aún sigas vivo?” repitió Bajie, sin entender nada.
Respondió el Rey Mono:
“No soy tan inútil como tú. He sometido a ese monstruo. Por cierto, han ido a preparar una silla para transportar al maestro al otro lado de la cordillera.”
Al oír eso, Tripitaka dio un salto de alegría e, inclinándose ante Wukong, exclamó, agradecido:
“¡Cuántos problemas te he causado! Si llego a haber prestado atención a las palabras de Wuneng, nuestra aventura habría concluido de mala manera.”
Seguidos de todo su ejército de diablillos, los tres demonios regresaron a la caverna.
Dijo el segundo monstruo dirigiéndose al demonio de mayor edad:
“Hermano, al principio pensé que Sun Wukong era alguien con nueve cabezas y ocho rabos, pero ahora sé que no es más que un mono de baja estatura. Estoy seguro de que si tú y yo nos hubiéramos enfrentado con él, le habríamos derrotado sin ninguna dificultad. Tenemos tantos miles de diablillos a nuestro servicio, que habría bastado con que todos hubieran escupido a la vez para ahogarle. En vez de eso, no deberías habértelo tragado y le dejaste entrar en tu estómago, haciéndote sufrir todo lo que le dio la gana con sus increíbles artes mágicas.”
Añadió el segundo monstruo:
“Hace un momento dije una mentira y prometí llevar al monje Tang al otro lado de la cordillera. Por supuesto, semejante promesa no era más que una estratagema para hacerle salir de tu cuerpo y salvarte la vida. Yo, por lo menos, no estoy dispuesto a servir de escolta a ningún monje.”
“¿Quieres decirme qué es lo que te ha movido a echarte atrás?” le preguntó el demonio de más edad.
Respondió el segundo monstruo:
“Pon a mi disposición un destacamento de tres mil diablillos y te prometo que ese mono caerá en mis manos.”
Respondió el demonio de mayor edad:
“Tienes permiso para llevarte, no a tres mil, sino a todo el ejército. Captúrale y habrá recompensas para todos.”
Sin pérdida de tiempo el segundo monstruo reunió a tres mil diablillos y los distribuyó a lo largo del camino principal. Envió a continuación por delante a un mensajero con un estandarte azul, que iba gritando a grandes voces:
“¡Sal a guerrear inmediatamente con nuestro segundo soberano, Sun Wukong!”
Al oírlo, Bajie soltó la carcajada y se burló del Rey Mono, diciendo:
“Como muy bien afirma el proverbio: ningún mentiroso puede engañar a sus vecinos. ¿Quieres explicarnos qué clase de cuento era todo eso de que habías derrotado a los demonios y que estaban preparando todo lo necesario para transportar al maestro a la otra parte de la cordillera? ¿Es que no oyes que te están retando?”
Contestó Wukong:
“Te aseguro que el mayor de esos monstruos probó el sabor de la derrota. Por fuerza tiene que tratarse del segundo monstruo, que no logra hacerse a la idea de ser nuestro subalterno. Eso explica la llegada de ese emisario. Es preciso que tengas presente una cosa: esos tres demonios son hermanos y se tratan entre sí con una cortesía exquisita. Somos también tres hermanos. Yo ya he derrotado al mayor monstruo. Ahora que está aquí el segundo, lo menos que podías hacer es enfrentarte con él. ¿Es eso mucho pedirte?”
Bravuconeó Bajie:
“Que conste que no le tengo ningún miedo. Estoy dispuesto a enfrentarme con él cuando sea.”
“Entonces no sé a qué esperas.” replicó Wukong, burlón.
Respondió Bajie, sonriendo:
“Está bien. Iré. Pero ¿te importaría prestarme una de tus famosas cuerdas?”
Replicó Wukong:
“¿Para qué la quieres? Tú no tienes poder para meterte en su estómago y llegar sin problemas hasta el corazón. ¿De qué sirve una cuerda, si no se la puede atar a nada?”
Explicó Bajie:
“Lo que quiero es atármela a la cintura para estar más seguro. El Bonzo Sha y tú podéis haceros cargo de uno de los extremos, mientras yo estoy peleando. Si veis que voy ganando, la dejáis suelta y así podré atrapar a esa bestia. Si, por el contrario, comprendéis que voy perdiendo, tiráis rápidamente con todas vuestras fuerzas y eso evitará que me eche mano.”
Se dijo el Rey Mono, divertido:
“Creo que vamos a pasárnoslo en grande con este Idiota.”
Y le ató una cuerda alrededor de la cintura, como él quería.
Envalentonado, Bajie cogió el rastrillo y corrió montaña arriba, gritando:
“¡Ven en seguida a pelear con tu querido abuelito Zhu!”
“¡Acaba de llegar un monje con el hocico muy largo y unas orejas enormes!” anunció sin pérdida de tiempo a su señor el diablillo del estandarte azul.
El segundo demonio levantó el campo a toda prisa. No dijo ni una sola palabra, al ver a Bajie, pero agarró la lanza con fuerza y asestó un golpe tremendo contra el rostro de su adversario.
Bajie no retrocedió ni un palmo y, levantando el rastrillo por encima de su cabeza, se lanzó de lleno a la refriega.
Apenas llevaban luchados siete u ocho asaltos, cuando Bajie empezó a sentir que le flaqueaban las fuerzas. Comprendiendo que no podía resistir mucho más tiempo, se volvió hacia Wukong y gritó:
“¡Las cosas se están poniendo mal! ¡Tirad de la cuerda en seguida!”
Al oírlo, en vez de tirar de la cuerda, el Rey Mono la dejó aún más suelta. Para entonces Bajie había iniciado ya la huida y, más que ayudarle, la soga se le enredaba de continuo entre las piernas. Al principio no hizo más que tropezar, pero no pasó mucho tiempo antes de que diera con el morro en el suelo.
En cuanto llegó a su altura, el demonio estiró su trompa y atrapó sin ninguna dificultad al infortunado Bajie. Cargado con él, el monstruo regresó, triunfante, a la caverna, seguido de todos los diablillos, que no dejaban de entonar canciones de triunfo.
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