SuaveG – The Gentle Path

Episodio 143. Ojo por ojo, diente por diente

El demonio dejó de hablar y de respirar. Pensando que había muerto.

Pero el demonio recobró sorprendentemente el aliento y gritó, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban:

“¡Tened compasión de mí, Bodhisattva Gran Sabio, Sosia del Cielo! Todo ha sido culpa mía. Os suplico, Gran Sabio, que os mostréis misericordioso conmigo. Consideradme como una simple hormiga que lo único que desea es seguir viviendo. Si accedéis a mis ruegos, os prometo que yo mismo transportaré a vuestro maestro a la otra parte de la cordillera.”

Wukong decidió acceder a las súplicas del monstruo y levantando la voz, dijo:

“Está bien. Te perdono la vida. Pero ¿quieres explicarme de qué manera vas a recompensar a mi maestro?”

Respondió el demonio, azorado:

“Aquí no tenemos plata, ni oro, ni perlas, ni jade, ni cornalina, ni coral, ni ámbar, ni caparazones de tortuga, ni piedras preciosas que ofreceros. Pero tanto yo como mis hermanos nos comprometemos formalmente a llevar a vuestro maestro por las montañas sentado en una silla de mano hecha de madera de vid aromática.”

Respondió el Rey Mono:

“Si estáis dispuestos a hacer eso, no exijo nada más. Ahora, si no os importa, abrid la boca, para que pueda salir.”

El demonio así lo hizo, pero el menor de sus hermanos se acercó a él y le susurró con cuidado al oído:

“Cuando esté a punto de abandonar tu cuerpo, muérdele con todas tus fuerzas. Después mastícale bien y vuélvetelo a tragar. Así no podrá hacerte sufrir más.”

Sun Wukong lo oyó todo y, en vez de asomar la cabeza, lo que hizo fue poner por delante la barra de los extremos de oro. El monstruo pensó que se trataba de una parte de su cuerpo y le arreó un terrible mordisco. Se oyó un ruido desagradable en extremo y el mejor de sus incisivos quedó reducido a polvo.

Rey mono en boca del Demonio León
Rey mono en boca del Demonio León

El Rey Mono retiró, entonces, la barra de hierro y dijo:

“¡No hay quien pueda contigo! Acabo de perdonarte la vida y, en vez de agradecérmelo, lo único que se te ocurre es matarme a mordiscos. Tú lo has querido. Ahora no pienso salir. Voy a torturarte, hasta que caigas muerto.”

Se quejó el demonio a su tercer hermano:

“¿Ves lo que has hecho? Hubiera sido mejor dejarle salir, como yo quería. Si no te hubiera echo caso, ahora no me dolerían los dientes y estaría totalmente a salvo.”

Cuando vio que todas las culpas recaían sobre él, el tercer demonio decidió recurrir a la táctica de incitación y, levantando la voz, dijo:

“Sun Wukong, hemos oído hablar tanto de tus hazañas, que me resuenan ya en el oído como el eco de un trueno. Todo el mundo habla de cómo hicisteis alarde de vuestros poderes delante mismo de la Puerta Sur de los Cielos, de cómo sembrasteis la confusión en el Salón de la Niebla Divina y de cómo no habéis dejado de dominar monstruos y derrotar demonios a lo largo del camino que conduce al Paraíso Occidental. Pero yo más bien creo que no sois más que un mono vulgar y corriente, un luchador de pequeña monta.”

Inquirió el Rey Mono:

“¿Qué quieres decir con eso?”

Contestó el tercer demonio:

“Como muy bien afirma el proverbio: los valientes no se esconden y, así, su fama llega hasta el último rincón de la tierra. Tú, por el contrario, te has escondido en el estómago de una persona y te niegas a salir a pelear contra mí. Dime tú a ver si no es eso propio de un luchador de poca altura.”

Reflexionó Wukong:

“Aunque es fácil matar a este monstruo de esta manera, pero eso pondrá en entredicho mi fama. ¡Está bien!”

Añadió en voz alta:

“Abre la boca y saldré a pelear con tu hermano. Opino, de todas formas, que vuestra caverna es demasiado pequeña para batirnos. Si no te importa, me gustaría hacerlo en un espacio más amplio.”

Al oírlo, el tercer demonio convocó a todos los diablillos disponibles y consiguió reunir un ejército de más de treinta mil guerreros armados hasta los dientes. Los condujo a la explanada que había delante de la puerta de la caverna y los dispuso en orden de batalla, ordenándoles que se lanzaran sobre el Rey Mono, tan pronto como le vieran aparecer.

El segundo demonio, por su parte, ayudó al de más edad a salir a campo abierto, porque aún se sentía débil en extremo.

Dijo, tan pronto como se encontraron al aire libre:

“Si eres un auténtico héroe, abandona tu escondite, de una vez, y lucha. Hay un espléndido campo de batalla.”

No hacía falta que se lo dijeran. Al Rey Mono le bastó con escuchar los gritos y las voces para saber que se encontraba fuera de la caverna.

Se dijo:

“La situación no puede ser más complicada. Si me niego a salir, no cumpliré lo prometido y eso es algo que jamás he hecho. Si, por otra parte, lo hago, lo más probable es que caiga en una trampa de ese monstruo con cara de hombre y corazón de bestia. No es la primera vez, de hecho, que trata de engañarme. Sin ir más lejos, no hace ni diez minutos se comprometió a transportar a mi maestro en un palanquín a través de las montañas, cuando, en realidad, lo único que pretendía era morderme. Ahora, incluso, ha desplegado ante mí todas sus tropa. En fin, creo que lo mejor será que salga a luchar con él, pero, al mismo tiempo, haré sentir mi presencia en su estómago.”

Rápidamente se arrancó un pelo de la cola y, tras exhalar sobre él una bocanada de aire sagrado, gritó:

“¡Transfórmate!”

Al instante se convirtió en una cuerda del grosor de un pelo, pero con una longitud que rondaba los ciento veinte metros.

Lo asombroso, de todas formas, era que podía hacerse aún mayor, en cuanto entrara en contacto con el aire. Ató uno de los extremos al corazón del demonio, pero dejó el nudo lo suficientemente flojo como para no hacerle daño de momento. Tomó en una mano el otro extremo y se dijo, sonriendo:

“Aunque no quiera, tendrá que llevar al maestro al otro lado de la montaña. Si se niega a hacerlo o se levanta en armas contra mí, ni siquiera me molestaré en responder a sus ataques. Todo lo que tengo que hacer es tirar un poco de la cuerda, para que lo pase peor que cuando estaba dentro de su estómago.”

Redujo a continuación el tamaño del cuerpo y empezó a ascender por las vías respiratorias del monstruo. Al llegar a la garganta, vio que había abierto de par en par su enorme boca cuadrada. Desde allí sus interminables filas de dientes parecían espadas sumamente afiladas.

Se dijo, preocupado:

“Esto no me gusta nada. Si salgo por la boca y se me ocurre después tirar de la cuerda, en cuanto sienta el dolor, la corta con esas sierras que tiene y asunto terminado. Lo mejor será que salga por otro sitio.”

Se ajustó la cuerda alrededor de la muñeca y continuó ascendiendo por la garganta, hasta que llegó a las fosas nasales. Le hizo unas cuantas cosquillas y el monstruo lanzó un tremendo estornudo, que arrojó al Rey Mono fuera de su cuerpo.

El Rey mono salió de la nariz del Demonio León
El Rey mono salió de la nariz del Demonio León

En cuanto se encontró al aire libre, giró ligeramente la cintura y al instante adquirió una altura de más de diez metros, sosteniendo en una mano la cuerda y en la otra la barra de hierro.

Al demonio de mayor edad no se le ocurrió otra cosa que tomar su cimitarra y lanzar un tremendo mandoble contra el rostro de su adversario.

Wukong paró el golpe con la barra de hierro en el instante mismo en que los otros dos demonios, blandiendo respectivamente una lanza y un hacha de doble filo, se lanzaron contra él, dispuestos a hacerle picadillo.

No le quedó, pues, más remedio que abandonar el campo. Soltando cuerda, Wukong se elevó por la cumbre.

En un principio no tenía pensado hacerlo, pero después cayó en la cuenta de que, si los diablillos conseguían rodearle, no podría seguir adelante con su plan.

Cuando se hubo encontrado en terreno firme, agarró la cuerda con las dos manos y tiró de ella con fuerza. El demonio cayó fulminado por un insoportable dolor en el corazón. Para aliviar su malestar, el monstruo se elevó también por los aires, pero el Rey Mono volvió a tirar de la cuerda. Al ver lo que estaba sucediendo, los diablillos gritaron, alarmados:

“¡No le acoséis más, señores! ¡Dejadle marchar, de una vez! Este mono no tiene ni idea de las fiestas. Aún no ha llegado la de la Día de Barrido de Tumbas y ya está jugando con una cometa.”

Los otros dos monstruos estaban tan aterrados, que saltaron de las nubes y corrieron a agarrar la cuerda.

Dijeron, postrándose de hinojos:

“Creíamos que erais un inmortal compasivo y magnánimo, Gran Sabio. Ahora sabemos que no sois más que un escurridizo truhán. Estábamos dispuestos a medirnos con vos en justa lid. ¿Cómo habéis podido atar esta cuerda alrededor del corazón de nuestro hermano?”

Gritó Sun Wukong, soltando la carcajada:

“¡Maldita banda de monstruos! ¿Cómo podéis ser tan embusteros? La primera vez tratasteis de morderme, cuando me pedisteis que saliera. Esta habéis desplegado a todo vuestro ejército, lanzando contra mí a esos miles de soldados experimentados. ¿Os parece justo lanzar todos vuestros batallones contra una sola persona? ¡No tenéis ningún derecho a invocar la magnanimidad! Aunque no os guste, voy a arrastraros hasta donde se encuentra mi maestro.”

“¡Tened piedad de mí, Gran Sabio!” suplicó el demonio de mayor edad, echándose rostro en tierra y empezando a golpear el suelo con la frente, cosa que hicieron también sus otros hermanos.

“Si me Perdonáis la vida, prometo llevar a vuestro maestro al otro lado de la cordillera.”

Exclamó el Rey Mono, sonriendo:

“¡A qué viene todo esto! Sabes que, si quieres seguir viviendo, lo único que tienes que hacer es cortar la cuerda con un cuchillo.”

Replicó el demonio:

“Si lo hago, todavía me quedará un cabo atado alrededor del corazón. Además, me roza la garganta y me produce unas ganas tremendas de devolver.”

Concluyó el Rey Mono:

“En ese caso, abre la boca y me meteré en seguida a desatártela.”

Gritó el demonio, asustado:

“¡No, no! Lo más probable es que te niegues a salir y eso será todavía peor.”

Reconoció el Rey Mono:

“Puedo desatar esa cuerda sin necesidad de entrar en tu cuerpo. Si lo hago, ¿estás dispuesto a cumplir tu promesa y a transportar a mi maestro al otro lado de la cordillera?”

Contestó el demonio:

“Prometo que lo haré sin la menor dilación. Esta vez no trataré de engañaros. ¡Os lo juro!”

En cuanto estuvo seguro de que el demonio decía la verdad, el Rey Mono sacudió ligeramente el cuerpo y recuperó el pelo de la cola. El dolor de corazón remitió al instante.

Los tres demonios se llegaron entonces hasta donde estaba el Rey Mono y, después de darle las gracias, dijeron:

“Mientras vamos a por la silla para transportar a vuestro maestro, vos deberíais adelantaros a decirle que vaya recogiendo sus cosas.”

Los diablillos depusieron al punto sus armas y regresaron a la caverna.

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