Disfrutaba de su actual estado de vida. Tenía su propia casa en el Palacio Celestial, servido por sirvientes, tenía un buen trabajo y título.
A pesar de su elevada posición, el Gran Sabio no dejaba de ser un mono salvaje. Para él no tenía sentido alguno todas las normas de comportamiento en el Cielo.
Cuando tenía tiempo libre en el trabajo, de vez en cuando se subía a un árbol y robaba melocotones. Después de comer se subió a un árbol y echó una siesta. El tiempo pasó y Wukong disfrutó de su vida en el Cielo.
Era casi la fecha de la fiesta anual del melocotón. Al poco tiempo la Reina Madre decidió ofrecer un banquete con motivo del Gran Festival de los Melocotones Inmortales, que iba a celebrarse, como siempre, en el Palacio del Estanque de Jaspe. Muy excitada por la inminencia de la fecha, ordenó a sus doncellas de la Túnica Roja, Túnica Azul, Túnica Blanca, Túnica Negra, Túnica Púrpura, Túnica Amarilla y Túnica Verde coger un cesto cada una e ir al Jardín de los Melocotones Inmortales a recoger fruta para el festival.
Las Siete Doncellas se llegaron hasta la puerta de la huerta, dijeron:
“Venimos de parte de la Reina Madre a coger unos melocotones para la fiesta.”
Las hadas se adentraron en el bosquecillo a coger las frutas. Llenaron dos grandes cestos con los melocotones de los árboles plantados en la parte delantera y otros tres más con los que se encontraban en la del centro, pero, al ir a hacer otro tanto con los de la parte de atrás, encontraron que casi no tenían fruto. Sólo quedaban unos pocos melocotones tan verdes. Los melocotones maduros se los había comido tranquilamente el Rey Mono.
Wukong había estado durmiendo en una rama. Cuando oyó a las doncellas, se despertó.
“¿Quién está haciendo tanto ruido?”, preguntó saltando al suelo.
Las hadas se sobresaltaron.
“Sentimos despertarle, señor. Hemos venido a recoger melocotones para la Fiesta del Melocotón.”
“¿Sabéis si estoy invitado yo?” preguntó el Gran Sabio, sonriendo con delectación.
“La verdad es que no hemos oído mencionar vuestro nombre” respondieron las hadas.
“¡Yo soy el Gran Sabio, Sosia del Cielo!”
protestó Wukong, irritado.
“¿Cómo es posible que se hayan olvidado de mí en una ocasión tan señalada como ésa?”
“Bueno” contestaron las hadas.
“Nosotras sólo hemos contado a los comensales del año pasado. Este año no sabemos lo que ocurrirá. A lo mejor son los mismos o a lo mejor no.”
“Tenéis razón” contestó el Gran Sabio más calmado.
“Creedme que no os echo la culpa de nada a vosotras. Podéis quedaros aquí todo el tiempo que queráis, mientras yo voy a cerciorarme de si he sido invitado o no.”
Sin pérdida de tiempo el Gran Sabio salió del jardín, montó en su nube sagrada y tomó el camino del Estanque de Jaspe. No pasó mucho tiempo antes de que llegara a la Estanque de Jaspe.
Tras aparcar su nube, entró en aquélla con paso inseguro.
Todo yacía en un orden perfecto, aún no había llegado ninguna de las deidades invitadas. Pero sintió, de pronto, el tentador aroma del vino. Sentía la irresistible tentación de probarlo, pero había bastantes camareros alrededor. Desesperado, decidió valerse de la magia. Se arrancó, pues, unos cuantos pelos, se los metió en la boca y, después de triturarlos con paciencia, los escupió, al tiempo que decía:
“¡Transformaos!”
Al instante se convirtieron en un enjambre de insectos provocadores de sueño, que atacaron a los camareros. Todos ellos quedaron sumidos en un profundo sopor.
Sin pérdida de tiempo, el Gran Sabio cogió los manjares, se puso a beber con inimitable dedicación.
No tardó en emborracharse del todo, pero conservó la suficiente lucidez como para reprocharse lo que acababa de hacer.
Entre trastabilleos y tumbos, terminó perdiéndose. En vez de entrar en la Mansión del Sosia del Cielo, se metió en el Palacio Tushita, la residencia de Lao Tse.
El palacio estaba, de hecho, vacío. El Gran Sabio discurrió a sus anchas por la mansión hasta que, finalmente, llegó al laboratorio de alquimia. Tampoco allí encontró a nadie, pero no tardó en descubrir cinco calabazas huecas, en las que se echaba el elixir ya refinado. Vació las calabazas y comió lo que había en su interior.
“¡Muy mal, muy mal! Con mi inconsciencia me he hecho acreedor a un castigo. Si el Emperador de Jade se llega a enterar, me daré por contento de seguir con vida. Lo que debo hacer es huir cuanto antes y regresar sin pérdida de tiempo a las Regiones Inferiores de las que procedo. Allí, por lo menos, soy rey.”
Sin pensarlo dos veces, salió corriendo del Palacio Tushita y aceleró el descenso de su nube y no tardó en llegar a la Montaña de las Flores y Frutos.
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