Después de hacer un signo mágico con las manos y de recitar el correspondiente conjuro, el Rey Mono sacudió ligeramente el cuerpo y al instante se convirtió en un halcón hambriento.
El halcón sacudió ligeramente las alas y se dirigió hacia el pabellón. Al pasar por encima de las perchas, abrió sus aceradas garras y, con una facilidad pasmosa, se hizo con las siete túnicas que estaban allí colgadas. Después no tuvo más que girar un poco hacia la derecha para lanzarse, como una exhalación, hacia las montañas.
En cuanto hubo llegado al sitio en el que se encontraban Bajie y Bonzo Sha, el Rey Mono recobró la forma que le era habitual.
Dijo el Rey Mono:
“Son las ropas de unos monstruos.”
“¿Cómo llevan tantas?” preguntó Bajie.
“Porque en total son siete” aclaró el Rey Mono.
“¡No me digas! ¿Cómo te has hecho con ellas? ¿Cómo les quitó por completo tantas ropas?” exclamó, una vez más, Bajie.
Explicó el Rey Mono:
“No hace falta que lo haga yo. Este lugar recibe el nombre de Cordillera de la Tela de Araña, en la que se halla enclavada esa caverna que, en un principio, confundimos con una aldea. En ella moran siete muchachas, que han atrapado al maestro. Tenían pensado comerse al maestro después del baño. Todos se han desnudado y se están bañando en el Arroyo de la Purificación. Sus pechos poseían la blancura de laplata y sus cuerpos, la inalcanzable perfección de los copos de nieve. Sus miembros aparecían cubiertos de esa tonalidad azul que hace tan atractivo el hielo, mientras que sus hombros daban la impresión de haber sido torneados por manos a la vez expertas y delicadas. Sus vientres eran todo lo suaves y flexibles que podía esperarse de semejantes bellezas, poniendo un contrapunto carnoso a la tersura de sus bien formadas espaldas. Tanto sus muslos como sus rodillas presentaban un torneado perfecto.”
El Rey Mono les aconsejó:
“Como no se atreven a ir por ahí desnudas, se han quedado metidas en el agua y nosotros podremos liberar al maestro sin ningún problema. Venga, daos prisa.”
Le regañó Bajie:
“Siempre haces lo mismo. ¿Por qué nunca acabas lo que empiezas? ¿No te parece que, antes de desatar al maestro, deberíamos destruir a esos siete monstruos que dices haber visto?”
“¿Qué es lo que propones, entonces?” inquirió el Rey Mono.
Contestó Bajie:
“Según lo veo yo, primero deberíamos acabar con esos monstruos y después desatar al maestro. No pretendo otra cosa que arrancar de raíz la hierba.”
Replicó el Rey Mono:
“No quiero hacer eso. Si quieres hacerlo tú, yo no tengo nada que objetar.”
Loco de contento, Bajie agarró el rastrillo y corrió hacia el estanque. Al abrir la puerta, vio a las siete muchachas metidas en el agua.
Gritó entonces Bajie, sin poderse contener:
“¡Bodhisattvas! ¿Por qué no me invitáis a tomar un baño con vosotras?”
Exclamaron ellas, furiosas:
“¡Qué clérigo más maleducado! Tú eres un hombre que ha renunciado a la familia, mientras que nosotras somos mujeres mundanas que no hemos hecho semejante locura.”
Contestó Bajie:
“Lo siento, pero hace demasiado calor y quiero refrescarme un poco. No comprendo qué hay de malo en que me bañe con vosotras.”
Bajie dejó a un lado el rastrillo y, quitándose la túnica de seda negra, se lanzó al agua.
Las muchachas se abalanzaron, furiosas, sobre él, dispuestas a pegarle una paliza.
Sacudiendo ligeramente el cuerpo, Bajie se convirtió en un pez. Desesperadas, las muchachas trataron de atraparle con las manos, pero, cuando ellas se zambullían hacia el este, él ya estaba en el oeste, y ¡vuelta a empezar el juego!
Sumamente rápido y escurridizo, Bajie se movía a toda velocidad entre sus piernas. Agotadas y jadeando, se dejaron caer en el suelo del estanque.
Bajie decidió salir entonces del agua y, tras recobrar la forma que le era habitual, volvió a ponerse la túnica y alcanzó el rastrillo.
Bramó con aires de triunfo:
“¿Os dais cuenta? ¡Es mi maestro y vosotras queréis coméroslo! ¡Estirad la cabeza, para que acabe con vuestra malvada existencia en un abrir y cerrar de ojos!”
Levantó el rastrillo por encima de su cabeza y, sin ninguna otra consideración, se lanzó contra las muchachas, dispuesto a acabar con ellas.
Comprendiendo que estaba próximo su fin, se olvidaron por completo de su timidez natural y, tapándose sus partes con la mano, saltaron fuera del agua. En cuanto hubieron alcanzado el pabellón, empezaron a echar hilos por el ombligo.
Antes de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Bajie quedó encerrado dentro de un enorme capullo de seda. Al levantar la cabeza, comprobó, alarmado, que el cielo y el sol habían desaparecido y trató de huir a toda prisa. Pero no pudo ni siquiera dar un paso. Se lo impedía una maraña de cuerdas que cubrían el suelo y le enroscaban todo el cuerpo. Lo único que pudo hacer fue tumbarse y gemir, desconsolado.
En cuanto vieron que ya no se movía, las muchachas dejaron de prestarle atención. Dando saltos, abandonaron el recinto en el que estaba enclavado el estanque y se dirigieron corriendo hacia la caverna, protegidas por las telas de araña.
Se metieron a toda prisa en la caverna. Rápidamente se pusieron unos vestidos que guardaban en unos arcones de piedra y, salieron por la puerta de atrás.
Por suerte, Wukong y el Bonzo Sha llegaron a tiempo para rescatar a Bajie.
Los tres peregrinos corrían por el puente en dirección a la caverna, donde encontraron al maestro colgado de una viga y llorando desconsoladamente.
“¿Adónde han ido los monstruos?” preguntó Sun Wukong, después de cortar las cuerdas y de bajar al Monje Tang.
“Salieron por la puerta trasera. “ contestó el monje Tang.
“Será conveniente que echemos un vistazo.” sugirió Wukong.
Sin soltar las armas para nada, recorrieron de arriba abajo el jardín de la parte de atrás de la caverna, pero no encontraron ni rastro de las muchachas.
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