Viendo que el Maestro no regresaba en mucho tiempo, Wukong saltó a lo alto de un árbol para ver desde lejos.
Al volverse en la dirección que había seguido el maestro, vio una luz muy brillante y, dejándose caer al suelo, exclamó, vivamente preocupado:
“¡No me gusta nada eso! El maestro tiene, en verdad, una suerte malísima. ¿Habéis visto lo que le ha ocurrido a la aldea?”
Bajie y Bonzo Sha volvieron hacia allá la cabeza y también ellos vieron preocupados la luz, blanca como la nieve y brillante como la plata.
Repitió Bajie:
“¡Qué mala suerte! El maestro ha debido de caer en manos de unos monstruos terribles. ¡Vamos a liberarle en seguida!”
Le regañó Wukong:
“¿A qué vienen esas voces? Aún no sabemos a ciencia cierta de qué se trata. Lo mejor será que vaya a echar un vistazo.”
“Ten cuidado.” le aconsejó Bonzo Sha.
Se llegó hasta el lugar que habían confundido con un grupo de casas. Allí descubrió una maraña de cuerdas de un espesor increíble, que recordaban, por la forma como estaban tejidas, una tela de araña. Al tacto resultaban, además, muy suaves y pegajosas. Sin saber explicarse qué podrían ser.
Sin pérdida de tiempo hizo un gesto mágico y recitó un conjuro para convocar el dios de aquel lugar.
Temblando de pies a cabeza y gritó, postrándose de hinojos junto al camino:
“¡Os presento mis respetos, Gran Sabio!”
Le urgió el Rey Mono:
“Levántate y no tengas tanto miedo, que, de momento, no pienso pegarte. Tómalo como un gran favor. Ahora, si no te importa, me gustaría saber cómo se llama este lugar.”
“¿De dónde venís, Gran Sabio?” inquirió, a su vez, el dios.
“De las Tierras del Este y me dirijo hacía el Poniente.” contestó el Peregrino.
“¿Has dejado atrás la gran cordillera?” volvió a preguntar el dios.
Explicó el Rey Mono:
“No. Todavía estamos allí arriba. ¿Es que no ves el equipaje y el caballo?”
Aclaró el dios:
“Esa es la Cordillera de la Tela de Araña. En ella se encuentra la caverna del mismo nombre, en la que moran siete monstruos.”
“¿Esos monstruos de que hablas son masculinos o femeninos?” indagó el Rey Mono.
“Femeninos.” respondió el dios.
“¿Sabes qué tipo de poderes mágicos poseen?” insistió el Rey Mono.
Explicó el dios:
“A decir verdad, mi fuerza es muy pequeña y mi autoridad demasiado escasa para determinarlo con certeza.”
“Está bien. Puedes regresar a tu mansión. Ya me encargaré yo de atraparlas.” contestó el Rey Mono, al oírlo.
No pasó mucho tiempo antes de que oyera un sonido como de animales respirando. En menos tiempo del que normalmente se emplea para beber un vaso de té desapareció por completo la maraña de hilos y volvió a aparecer la silueta de la aldea.
Se oyó el sonido chirriante de una puerta al abrirse y aparecieron siete muchachas charlando y riendo animadamente.
Todas ellas caminaban agarradas de la mano. Sin dejar de bromear ni de reír, atravesaron el puente. Su belleza era, en verdad, extraordinaria.
De esa forma, no tardaron en llegar al estanque de agua caliente, el sitio reservado para el baño, que estaba protegido contra las miradas curiosas por un espléndido muro.
Sin pérdida de tiempo se quitaron los vestidos y, arrojándolos despreocupadamente sobre las perchas, se metieron al tiempo en el estanque.
Se dijo el Rey Mono:
“Si quisiera acabar con ellas, es fácil. Lo malo es que mi fama se vería seriamente afectada. Es mejor dejar este asunto a Bajie.”
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