A pesar de lo avanzado de su enfermedad, a la mañana siguiente el rey volvió a presentarse en la corte.
Tras conducir al monje Tang al salón de audiencias, ordenó a los oficiales de su guardia personal que se dirigieran al Pabellón de los Traductores y pidieran con la mayor cortesía al Honorable Sun que les hiciera entrega del remedio que había de poner fin a su mal. Sin pérdida de tiempo los soldados abandonaron la corte y se llegaron hasta el palacio en el que moraba Sun Wukong.
Echándose rostro en tierra, explicaron:
“Nuestro señor, nos ha ordenado venir en busca de la maravillosa medicina que ha de curar su enfermedad.”
Wukong pidió a Bajie que sacara la cajita y, tras destaparla con cuidado, se la entregó a los oficiales que mandaban el destacamento.
Preguntó uno de ellos:
“¿Qué nombre recibe esta pócima? Disculpadnos, pero hemos de decírselo a nuestro señor, antes de que se la lleve a los labios.”
“Se llama el Elixir del Oro Negro.” contestó Wukong.
“¿Con qué clase de acomodador medicinal tendrá que tomarse esto?” volvió a preguntar el oficial.
Contestó Wukong:
“Que tome la medicina con un poco de agua sin fuente ni origen.”
“Eso es fácil de conseguir.” dijo otro de los oficiales, sonriendo.
“¿Estás seguro?” objetó el Rey Mono.
Explicó el mismo oficial:
“Según la gente que mora en esta región para conseguir un poco de agua sin fuente ni origen, es preciso coger un recipiente, llenarlo hasta el mismo borde y llevarlo hasta casa, sin dejar caer una gota ni mirar hacia el pozo o el río del que se ha sacado. Así, la persona que está enferma puede beberlo y verse libre de la enfermedad que la aqueja.”
Objetó el Rey Mono:
“Todos los pozos y ríos manan en última instancia de una fuente. Lo que yo entiendo por agua sin fuente ni origen es la que cae de los cielos y se recoge antes de que haya tocado el suelo.”
Concluyó el oficial:
“Bien, esa es aún fácil de conseguir. Todo lo que tenemos que hacer es esperar a que llueva.”
Tras dar con sumo respeto las gracias a Sun Wukong, regresaron a presencia del rey, que les preguntó vivamente interesado:
“¿Qué clase de píldoras son ésas?”
Contestó el oficial:
“El respetable monje nos ha dicho que esta medicina recibe el nombre de Elixir del Oro Negro y que ha de tomarse con agua sin fuente ni origen.”
Excitado, el rey ordenó a uno de sus servidores que fuera inmediatamente a por un poco de esa agua, pero el oficial le aconsejó que no lo hiciera, diciendo:
“Según nuestro sabio benefactor, esa clase de agua no se encuentra ni en los ríos ni en los pozos, sino que es la que cae de los cielos antes de que llegue a tocar el suelo.”
Al oír tan inesperada explicación, el rey se volvió hacia sus funcionarios y les ordenó que publicaran avisos para encontrar a un hombre que pudiera pedir lluvia por arte de magia.
Sun Wukong permaneció en el Pabellón de los Traductores y que, volviéndose hacia Zhu Bajie, dijo:
“Les he dicho que la medicina sólo podía tomarse con agua de lluvia, pero dudo que vaya a llover tan pronto como todos quisiéramos. Se nota que ese rey es una persona muy digna y de una virtud extraordinaria, por lo que no me parece acertado hacerle esperar en vano. ¿Qué te parece si entre tú y yo le ayudamos a conseguir un poco de lluvia?”
“¿Cómo podemos hacerlo?” preguntó Bajie, sorprendido.
Respondió Wukong:
“Muy fácil. Ponte a mi izquierda y que Bonzo Sha se coloque a mi derecha, así haréis el papel de estrellas auxiliares, mientras yo me encargo de traer la lluvia.”
Wukong empezó a recitar un conjuro. Al poco rato apareció por el este una nube muy oscura, que vino a detenerse justamente encima de sus cabezas. En ese mismo instante se oyó una voz, que decía:
“Gran Sabio, acaba de venir a visitaros Ao Guang, el Rey Dragón del Océano Oriental.”
Contestó el Rey Mono:
“Tened la seguridad de que no os hubiera molestado, si no hubiera sido absolutamente necesario. Si os he hecho venir, ha sido porque el señor de estas tierras precisa de un poco de agua sin fuente ni origen para poder tomar su medicina.”
Sin pérdida de tiempo, el dragón hizo descender su nube sobre el palacio imperial.
Protegido por su impenetrable oscuridad, escupió un poco de saliva, que se convirtió al instante en lluvia.
Al verlo, todos los funcionarios reales gritaron, entusiasmados:
“¡Viva nuestro señor y que su felicidad sea eterna! ¡El cielo acaba de abrirse y la lluvia ha empezado a caer sobre nosotros!”
Ordenó el rey, entusiasmado:
“¡Salid a recogerla cuanto antes! Que todos los que habitan dentro y fuera de este palacio, sin distinción de posición ni edad, tomen lo primero que encuentren a mano y vayan a coger toda el agua que puedan.”
El rey llevó al interior del palacio el Elixir del Oro Negro y los tres frascos llenos de lluvia. Se metió una de las píldoras en la boca y la tragó con la ayuda del agua que contenía uno de ellos. Lo mismo hizo con la segunda y con la tercera.
No había terminado de dar buena cuenta de ellas, cuanto el estómago empezó a darle vueltas y a lanzar ruidos extraños, que le mantuvieron pegado al orinal durante mucho rato. Fueron cuatro o cinco las veces que tuvo que volver a sentarse, porque se deshacía como si fuera una fuente, en cuanto trataba de ponerse en pie. Pronto pudo, sin embargo, tumbarse en el lecho y pidió que le sirvieran un poco de sopa de arroz.
Poco a poco fue recobrando las energías, su sangre recuperó el equilibrio perdido y su espíritu volvió a ser tan vivo y avisado como antes. Se levantó en seguida del lecho y, poniéndose todos sus atributos imperiales, se dirigió a toda prisa hacia el salón del trono.
Ordenó a sus sirvientes:
“Redactad a toda prisa una invitación que diga: con el rostro en tierra os suplicamos que acudáis a nuestra llamada. Hacédsela llegar a los tres distinguidos discípulos del Maestro de la Ley. Abrid a continuación las puertas del Salón Oriental y preparad un banquete de acción de gracias.”
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