Tripitaka y sus tres discípulos de nuevo se lanzaron a la aventura del camino, felices de poder abandonar finalmente el Pequeño Paraíso Occidental.
Tras aproximadamente un mes de marcha la primavera tocó a su fin. Todos los árboles habían florecido, pero las tormentas eran cada vez más frecuentes y los repentinos chaparrones dificultaban el avance de los caminantes.
Un día la lluvia les salió al paso, cuando estaba empezando a hacerse de noche, y Tripitaka exclamó, desalentado, tirando de las riendas al caballo:
“¿Dónde podremos encontrar cobijo? ¡Cada vez resulta más penoso avanzar!”
Mientras hablaban, apareció ante ellos una pequeña aldea y Wukong dijo, muy excitado:
“¿No hablábamos de pernoctar? ¡He ahí el lugar en el que vamos a hacerlo!”
“¿En dónde?” preguntó, extrañado, el maestro, que no había visto nada.
Contestó Wukong, señalándola con el dedo:
“En esa casa que hay debajo de aquellos árboles. Nos llegaremos hasta ella y pediremos cobijo por esta noche. En cuanto amanezca, seguiremos caminando.”
El maestro espoleó al caballo y se llegó hasta la entrada de la alquería. Las puertas estaban cerradas. Como eran de madera, Tripitaka las golpeó suavemente con el puño, al tiempo que gritaba:
“¡Abrid! ¡Abrid!”
No tardó en aparecer en la puerta un anciano con un bastón en las manos, sandalias de esparto en los pies, un paño negro alrededor de la cabeza y una túnica totalmente blanca cubriéndole el cuerpo.
“¿Se puede saber quién está haciendo tanto ruido?” preguntó malhumorado.
Juntando las manos a la altura del pecho e inclinándose con respeto, respondió Tripitaka:
“Este humilde monje de las Tierras del Este, que va hacia el Paraíso Occidental en busca de escrituras. Al pasar por esta respetable comarca, empezó a hacerse de noche y andamos buscando un lugar en el que pernoctar. Os estaríamos eternamente agradecidos, si os dignarais darnos alojamiento.”
Contestó el anciano:
“No te discuto que vayas hacia donde has dicho. Lo que sí puedo asegurarte es que jamás lograrás llegar allí. La distancia que nos separa es enorme y tendrás que enfrentarte a demasiadas dificultades. Eso sin contar con que atravesar esta comarca te va a resultar penoso en extremo.”
“¿Qué queréis decir con eso?” preguntó Tripitaka, preocupado.
Explicó el anciano:
“Más de treinta millas al oeste de este pueblo existe la Montaña de los Siete Extremos que tiene más de ochocientas millas de longitud. Como esta región está prácticamente deshabitada y ningún viajero ha cruzado jamás esa montaña.”
Tripitaka se quedó tan desconsolado, al escuchar tales nuevas, que no supo qué decir.
Sólo el Rey Mono perdió la paciencia y exclamó, malhumorado:
“¡Se nota que carecéis del menor sentido de la oportunidad! Venimos a pediros alojamiento, después de recorrer un larguísimo camino, y lo único que se os ocurre es contarnos esas cosas, para desalentarnos. Si no tienes sitio en tu casa para dejarnos pasar la noche, dínoslo claramente y nos acurrucaremos contra los troncos de estos árboles.”
Apuntando al Rey Mono con el bastón, el anciano gritó, ofendido:
“¡Mira quién viene a darme lecciones a mi propia casa! ¡Una especie de espíritu con el rostro demacrado, la frente plana, la nariz chata, la mandíbula saliente y la cara cubierta totalmente de pelos! ¿Cómo te atreves a tratar con tan poca consideración a un anciano tan entrado en años como yo?”
Contestó el Rey Mono, tratando de aplacarle con una sonrisa:
“Está visto que, aunque tenéis ojos, no los usáis como debierais. Es un grave error juzgar a la gente por el aspecto que ofrecen. Por muy feo que pueda parecer, te aseguro que pocas personas hay que tengan tan buenas cualidades como yo.”
“¿De dónde sois y cuáles son esas cualidades extraordinarias que decís poseer?” preguntó el anciano.
Respondió Wukong, sonriendo:
“Provengo del Continente de Purvavideha y me he dedicado durante muchísimo tiempo a la meditación en la Montaña de las Flores y Frutos. Poseo un conocimiento muy perfecto de las artes marciales, que aprendí con el Patriarca del Corazón y la Mente. Eso me ha capacitado para domesticar las bestias y los dragones. No hay quien me iguale capturando monstruos y demonios.”
Exclamó el anciano, inclinándose con inesperado respeto:
“Por favor, honrad mi humilde mansión con vuestra presencia.”
En cuanto entraron en una de ellas, el anciano pidió a sus huéspedes que tomaran asiento y ordenó que les sirvieran té y algo de comer.
Nada más terminar de comer, Bajie tiró de la manga a Sun Wukong y le susurró al oído:
“¿Por qué nos habrá dado este anciano un banquete tan opíparo, cuando al principio se negaba a dejarnos pasar?”
Wukong contestó:
“Tampoco hay que exagerar tanto. ¿Qué pueden sumar, en definitiva, todas estas viandas? De todas formas, aún no ha llegado lo mejor. Ya verás como mañana nos ofrece un convite con mucho más platos y frutas.”
Le respondió Bajie:
“¡Debería darte vergüenza! Está claro que, si se ha portado tan bien con nosotros, ha sido debido a la ampulosa presentación que hiciste de ti mismo. ¿Por qué habría de seguir mostrándose generoso con nosotros a la hora de la partida? Lo más seguro es que nos despida con el estómago vacío.”
Trató de tranquilizarle el Rey Mono:
“No te preocupes por eso. Ya me encargaré yo de que no ocurra tal cosa.”
Wukong aprovechó la ocasión para preguntarle, inclinando, respetuoso, la cabeza:
“¿Cómo os apellidáis?”
“Li” contestó el anciano escuetamente.
Volvió a preguntar Wukong:
“¿Tendríais la amabilidad, señor Li, de explicarnos por qué nos habéis dado un banquete tan espléndido?”
Respondió el anciano, poniéndose de pie:
“Al oíros decir que no había nadie mejor que vos a la hora de capturar monstruos, pensé que, quizás, quisierais ayudarnos a capturar uno que nos hace la vida imposible. Si lográis derrotarle, tened la seguridad de que os recompensaremos con largueza.”
Dijo el Rey Mono:
“Vuestra comarca parece muy próspera y tranquila. Eso explica que vivan tantas familias reunidas en una región tan apartada como ésta. ¿Queréis explicarme qué clase de monstruo es ese que os tiene aterrados?”
Contestó el anciano:
“A decir verdad, durante mucho tiempo pocos lugares ha habido tan tranquilos como este. Todo empezó a cambiar hace aproximadamente tres años, cuando en el mes de junio se levantó, de pronto, un viento tan huracanado como jamás se había visto por estas latitudes. Al principio pensamos que el tiempo había cambiado inesperadamente.”
Hizo una pequeña pausa y añadió el anciano:
“¿Cómo íbamos a sospechar que dentro de aquel huracán viajaba un monstruo, que, en un abrir y cerrar de ojos, devoró todo el ganado que estaba paciendo en los campos? Su hambre era tan insaciable, que, en cuanto hubo acabado con los bueyes y vacas, la arremetió contra los pollos y los gansos, llegando, incluso, a devorar a todos los hombres y mujeres que encontró a su paso. Desde entonces no ha dejado de hacernos continuas visitas, mermando cruelmente nuestras posesiones y nuestras familias. Si es verdad que tenéis el poder suficiente para acabar con los monstruos, libradnos de éste y os prometo que jamás olvidaremos lo que hayáis hecho por nosotros.”
Concluyó el Rey Mono:
“No os preocupéis más. Os ayudaré a capturar a esa bestia.”
Cuando más embebidos estaban en la conversación, se oyó de pronto un viento tan huracanado, que todos se echaron a temblar de miedo.
Exclamó el anciano:
“¡Qué mala suerte tiene este pequeño monje! Apenas acaba de mentarla y ya está aquí esa bestia.”
El anciano Li abrió de par en par la puerta que daba al patio de su casa y urgió al monje Tang y a los demás que se pusieran inmediatamente a cubierto, diciendo:
“¡Entrad a toda prisa! ¡Acaba de llegar el monstruo!”
El Rey Mono les gritó a Bajie y Bonzo Sha:
“Es preciso que descubramos cuanto antes qué clase de monstruo es ese.”
Al poco rato amainó de repente la fuerza del aire y a media altura apareció algo que daba la impresión de ser dos lámparas encendidas.
Bajie levantó la vista hacia el cielo, al tiempo que sacudía ligeramente el cuerpo para desprenderse del polvo. Al ver las dos lucecitas, soltó la carcajada y exclamó:
“¡Esto sí que es curioso! ¿Cómo iba a salir a los caminos con esas dos lámparas?”
Contestó el Bonzo Sha:
“Estás muy equivocado. Eso no son lámparas, sino sus ojos.”
“¡Santo cielo!” exclamó Bajie.
“¿Cómo será su boca, si tiene tan separados los ojos?”
Les aconsejó el Rey Mono:
“No tengáis ningún miedo. Quedaos aquí, protegiendo al maestro, mientras me acerco a esa bestia y le hago unas cuantas preguntas, para ver si averiguo quién es.”
El Rey Mono dio un salto tremendo y se elevó hacia lo alto. Sin soltar en ningún momento la barra de hierro, gritó con voz potente:
“¿Adónde vas tan deprisa? ¿No ves que estoy aquí?”
Al percatarse de su presencia, el monstruo se puso de pie y empezó a lanzar contra el aire tremendos lanzazos. El Rey Mono no se arredro. Al contrario, adoptó una postura de lucha y preguntó:
“¿De dónde eres y cuáles son los poderes que te asisten?”
El monstruo no respondió. Todo lo que hizo fue barrer el espacio con su lanza. Wukong repitió la pregunta, pero su respuesta fue exactamente la misma. El monstruo parecía obsesionado con lanzar golpes a derecha e izquierda.
Exclamó el Rey Mono, soltando la carcajada:
“¿Así que estás sordo y mudo? ¡Peor para ti! ¡No huyas y prueba el sabor de mi barra!”
Dijo Bajie al Bonzo Sha, impaciente:
“Tú quédate aquí, mientras yo voy a echar una mano a nuestro hermano. No está bien que se lleve él toda la gloria.”
Se elevó hacia las nubes y descargó sobre el monstruo un golpe tremendo con su rastrillo.
“¡Este monstruo es un auténtico maestro en el manejo de la lanza!” exclamó Bajie, admirado.
“Tiene muñecas muy flexibles.” admitió el Rey Mono.
“Sin embargo, lo más sorprendente es que no sabe hablar. Lo más seguro es que no haya conseguido todavía la naturaleza humana. Tras pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de que se haya influenciado totalmente por el Yin. De esa forma, al amanecer, cuando el Yang se hace cada vez más potente, sus fuerzas decrecen de una forma alarmante y se ve obligado a huir. Ese es el momento que debemos aprovechar nosotros para cortarle la retirada y evitar que escape.”
“¡Estoy de acuerdo contigo!” contestó Bajie.
La lucha se prolongó aún durante mucho tiempo. Poco a poco comenzó a clarear por el este. Como había anticipado el Rey Mono, antes de que apareciera, majestuoso, el primer rayo de sol, el monstruo se dio media vuelta y huyó a toda prisa.
Bajie y Wukong volaron tras él. Al poco rato llegaron a la Montaña de los Siete Extremos.
Una vez transpuesta la montaña, el monstruo recobró la forma que le era habitual. Se trataba de una enorme serpiente pitón de escamas rojizas.
Exclamó Bajie, asombrado:
“¡Qué serpiente más enorme! Seguro que se come quinientas personas y aún sigue teniendo hambre.”
“Con toda certeza, las lanzas que maneja con tanta maestría son, en realidad, los dos extremos de su lengua bífida.” dijo el Rey Mono.
La serpiente se escabulló a toda prisa hacia un agujero. Bajie consiguió agarrarla de la cola y gritó, entusiasmado, dejando el rastrillo a un lado:
“¡La tengo! ¡La tengo!”
Pero, aunque tiraba con todas sus fuerzas, no consiguió sacarla ni un centímetro más.
Le aconsejó el Rey Mono:
“Déjala. Es imposible sacar una serpiente de su escondite de la forma en que tú lo estás haciendo. Conozco un método mejor. Ya lo verás.”
A regañadientes, Bajie la dejó marchar y la serpiente se perdió totalmente en el interior del agujero.
Se lamentó, entonces Bajie:
“La tenía casi fuera. ¿Cómo vamos a sacarla ahora que se encuentra segura en su hura?”
Explicó el Rey Mono:
“Este agujero es demasiado pequeño para un cuerpo tan grande como el suyo. Jamás hubieras conseguido darle la vuelta. Eso explica que tiene que haber por aquí cerca otra salida. Encuéntrala y no la dejes usarla. Yo la atacaré por este lado.”
Bajie corrió hacia la otra vertiente de la montaña y no tardó en hallar, en efecto, un nuevo agujero.
Wukong asestó a la serpiente un golpe tan tremendo con su barra de hierro, que salió disparada por el otro extremo, lanzando alaridos de dolor. Lo hizo con tal rapidez que pilló de sorpresa al Bajie, el cual quedó tumbado en el suelo a consecuencia del coletazo que recibió en pleno rostro.
Wukong corrió hacia la salida. Exclamó el Rey Mono en tono burlón:
“¡Con razón te llaman el Idiota! ¡Vamos! ¡Salgamos en persecución de esa bestia!”
Tras dejar atrás un arroyo, vieron que la serpiente se había enroscado en el suelo, formando lo que parecía un pequeño montículo de arena.
Al acercarse a ella, abrió de repente su enorme boca y lanzó una dentellada a Bajie, que se dio en seguida la vuelta y huyó sobre sus pasos.
En su lugar, el Rey mono se acercó y terminó en el estómago del monstruo.
Al ver la facilidad con la que se lo había tragado, Bajie empezó a golpearse el pecho, al tiempo que gritaba, desesperado:
“¿Por qué has tenido que venir a morir a manos de una simple culebra?”
“No te preocupes” repitió el Rey Mono desde el estómago de la boa.
“Si miras con atención, verás cómo esta pitón se transforma en un puente.”
Elevó la barra y forzó a la boa a doblarse de tal forma, que, en efecto, parecía el típico arco que forman los puentes.
Dijo Bajie:
“Es la imagen exacta de un puente, pero dudo que alguien se atreva a pasar por encima de él.”
Contestó el Rey Mono, bajó la barra de hierro contra el vientre de la serpiente:
“En ese caso, voy a hacer que parezca un barco.”
Con el estómago pegado a la tierra y la cabeza levantada la boa parecía en verdad, una embarcación.
Comentó Bajie:
“Es cierto que me recuerda un barco, pero carece de mástil y dudo mucho que pueda navegar a impulsos del viento.”
El Rey Mono exclamó:
“Quítate de ahí y te demostraré que estás totalmente equivocado.”
El Rey Mono levantó con todas sus fuerzas la barra hacia arriba, que clavó en la espina dorsal de la bestia. La espalda del monstruo fue atravesada y la barra de hierro la atravesó, alcanzó una altura de quince o veinte metros que parece un mástil.
Incapaz de aguantar más el dolor, la serpiente trató de regresar por donde había venido, pero al cabo de más de veinte millas, se desplomó en el suelo y murió.
Bajie dejó a un lado el arma, agarró a la serpiente por la cola y la arrastró hacia atrás.
Li y del resto de los habitantes del pueblo de Tuo Luo, quienes dijeron al monje Tang, preocupados, en cuanto hubo amanecido:
“Vuestros dos discípulos han pasado peleando toda la noche y aún no han vuelto. No queremos alarmaros, pero lo más seguro es que hayan perdido la vida en el intento.”
Exclamó Tripitaka, convencido:
“No lo creo. De todas formas, no estaría de más que saliéramos a echar un vistazo.”
Al poco rato vieron al Rey Mono y a Bajie acercarse con una enorme serpiente pitón muerta. Al comprender lo ocurrido, todos los habitantes de la aldea, desde el más joven hasta el más viejo, lo mismo hombres que mujeres, se echaron rostro en tierra y empezaron a golpear el suelo con la frente.
Para demostrar gratitud, todas las familias se empeñaron en colmarlos de regalos y en ofrecerles un banquete tras otro. A pesar de sus deseos por proseguir cuanto antes la marcha, los peregrinos hubieron de quedarse en aquel lugar casi una semana.
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