Sun Wukong logró salvar la vida gracias al formidable salto que le llevó directamente hasta el Noveno Cielo.
En cuanto vio que los diablillos abandonaban el campo con los estandartes arriados, comprendió que sus compañeros habían vuelto a ser capturados.
Se dijo:
“Me pregunto qué clase de tejido será ese, para que dentro de él puedan caber tantas cosas. Ha atrapado, incluso, a todos los guerreros celestes. Ahora que recuerdo, en el Continente Austral de Jambudvipa, concretamente en el Monte Wu Dang, vive un tal Zhen Wu del Norte, que también es conocido por el nombre de Honorable Conquistador de Demonios. Iré a hacerle una visita y le pediré que me ayude a liberar al maestro.”
El Rey Mono no tuvo más remedio que montar en una nube y dirigirse hacia el Monte Wu Dang para solicitar la ayuda del Honorable Conquistador de Demonios.
Sin detener un solo segundo su vuelo, avistó, por fin, la maravillosa montaña sagrada del inmortal. Mientras descendía de la nube, miró a su alrededor y vio que se trataba de un lugar francamente extraordinario.
Gozando del maravilloso espectáculo que le ofrecía la montaña, Sun Wukong no tardó en llegar al Palacio de la Gran Armonía. Después de dejar atrás tres puertas, entró en un salón en el que había no menos de quinientos ministros, envueltos en una atmósfera de santidad, que le preguntaron con actitud solemne:
“¿Quién eres?”
Respondió Wukong en seguida:
“Sun Wukong, el Gran Sabio, Sosia del Cielo. Quisiera tener una entrevista con el patriarca.”
En cuanto los ministros le hubieron informado de tan inesperada visita, el inmortal en persona salió a dar la bienvenida al Rey Mono y le condujo al interior del Palacio de la Gran Armonía.
“Lamento importunaros con un asunto como éste, pero no había nadie más a quien poder acudir” confesó Wukong.
“¿De qué se trata?” preguntó el patriarca.
Contestó Sun Wukong:
“Me he comprometido a acompañar al monje Tang hasta el Paraíso Occidental, con el fin de conseguir las escrituras sagradas. Al pasar por el Pequeño Monasterio del Trueno, el monstruo de las Cejas Amarillas tomó la personalidad del Patriarca Budista y capturó a mi maestro, que se había arrodillado, respetuoso, ante él. Yo mismo caí en su trampa y fui encerrado en el interior de dos címbalos de oro, de los que me sacaron las Constelaciones, que acudieron, solícitas, en nuestro auxilio. Tras reducir a añicos tan extraña prisión, luché bravamente contra él, pero sacó una tira de tejido mágico y atrapó con ella a los dioses, a los guardianes, a mi maestro y a mis dos hermanos. Por eso, he decidido acudir a vos. Sé que, sin vuestra ayuda, jamás lograré liberar definitivamente a mi maestro y a los otros dioses.”
Respondió el patriarca:
“Si lo hago, el Emperador de Jade lo tomará como una descortesía, pero, si no lo hago, parecerá como si no me preocupara ya de los asuntos humanos. De todas formas, no puedo coger mis armas sin una orden de las Regiones Superiores. Creo que te bastará con la ayuda de mis dos generales, la Tortuga y la Serpiente, y de los Cinco Dragones Celestes. Con ellos capturarás a ese monstruo y librarás a tu maestro de esa terrible prueba que está padeciendo.”
Tras dar las gracias al patriarca, Sun Wukong regresó a toda prisa al Occidente, acompañado por la Serpiente, la Tortuga y los dragones, todos ellos armados hasta los dientes.
No tardaron en llegar al Pequeño Monasterio del Trueno, donde incitaron al monstruo, para que saliera a pelear contra ellos. En aquel mismo momento el Rey de las Cejas Amarillas estaba reunido con sus capitanes en una de las torres, comentando, sorprendido:
“Es extraño que el Rey Mono no haya dado señales de vida durante estos dos últimos días. Me pregunto adónde habrá ido en busca de ayuda.”
No había acabado de decirlo, cuando se presentó uno de los diablillos encargados de proteger la puerta y dijo, muy excitado:
“Acaba de llegar el Peregrino con unos tipos que se parecen mucho a un dragón, a una serpiente y a una tortuga.”
Exclamó el monstruo:
“¿De dónde habrá sacado ese mono a unos luchadores tan extraños? ¿Sabes de qué lugar proceden?”
Antes de que el diablillo pudiera responder, se puso la armadura y salió del monasterio, gritando:
“¿Qué clase de dragones sois vosotros para atreveros a venir a romper la paz de un inmortal?”
Contestaron al mismo tiempo los cinco dragones y los dos generales, furiosos:
“¡Maldita bestia! Por si no lo sabes, te diremos que estamos a las órdenes del Honorable Conquistador de Demonios, que tiene su morada en el Palacio de la Gran Armonía, en el Monte Wu Dang. Él mismo nos ha hecho venir a detenerte, si no dejas inmediatamente en libertad al monje Tang y a las Constelaciones. Si lo haces, conservarás la vida; de lo contrario, convertiremos en picadillo a todos tus súbditos, allanaremos tu montaña y reduciremos a cenizas estos edificios, de los que tan orgullosos te muestras.”
Bramó el monstruo, furioso:
“¡Bestias inmundas! ¿Qué clase de magia poseéis, para atreveros a hablarme de esta forma? ¡No huyáis y probad el sabor de mi maza!”
Los cinco dragones y los dos generales se lanzaron al ataque, blandiendo sus espadas, sus cimitarras y sus lanzas y levantando una espesa nube de polvo y barro.
El Rey Mono se les unió en seguida con su barra de hierro.
Más de media hora llevaban peleando el Rey Mono, los cinco dragones y los dos generales, cuando el monstruo sacó la tira de tejido blanco. Al verla, Wukong gritó, alarmado:
“¡Cuidado!”
En ese mismo instante se escuchó una especie de zumbido muy intenso.
Comprendiendo que no había nada que hacer, el Rey Mono se elevó hasta el Noveno Cielo, logrando escapar ileso. Los dragones, la tortuga y la serpiente quedaron atrapados entre los pliegues del tejido, sin saber explicarse lo que realmente había ocurrido.
El monstruo regresó con ellos al monasterio, donde fueron atados con cuerdas y arrojados a una mazmorra que había hecho construir bajo tierra.
Wukong se dejó caer sobre la ladera de la montaña y se dijo, desalentado:
“¡No hay manera de acabar con ese monstruo!”
Poco a poco se le fueron cerrando los ojos y durante un momento pareció como si se hubiera quedado dormido. Pero casi inmediatamente se oyó una voz, que decía:
“¡No te duermas, Gran Sabio! ¡Levántate y vete a ayudar al maestro! Si no lo haces, es posible que muera muy pronto.”
Wukong abrió perezosamente los ojos y, al ver que se trataba del Centinela del Día.
Dijo el centinela, sonriendo:
“¿A qué viene preocuparte tanto? Conozco un ejército que puede derrotar a este monstruo, si consigues traerlo hasta aquí. Se encuentra estacionado en el mismo Continente Austral de Jambudvipa, concretamente en la ciudad de Pin Cheng, en el Monte Xu Yi, también conocido por el nombre de Su Zhou. En ella tiene establecida su morada el Bodhisattva Consejero Real, que posee unos poderes mágicos francamente extraordinarios. Entre sus discípulos se encuentra un tal Príncipe Zhang. Tiene a sus órdenes a cuatro guerreros celestes, que hace tiempo consiguieron doblegar a la Madre del Agua. Estoy seguro de que, si vas a pedirle su ayuda, podrás liberar finalmente al maestro.”
De un salto, el Rey Mono montó en una nube y se dirigió directamente al Monte Xu Yi, adónde llegó al cabo de poco menos de un día de viaje.
El Bodhisattva Consejero Real había sido informado ya de su llegada y salió a darle la bienvenida, acompañado por el Príncipe Zhang.
Después de saludarle con la solemnidad que la situación requería, Wukong hizo un relato detallado de las penurias que encontró en el Pequeño Monasterio del Trueno.
Concluyó el Consejero Real:
“El asunto que acabas de exponerme está relacionado íntimamente, como tú mismo has afirmado, con el futuro de la religión budista. Debería ir, pues, yo mismo a solventarlo. Desgraciadamente estamos al principio del verano, una época en la que suele desbordarse el río Huai, y hace muy poco que he dominado al Gran Simio del Agua, una criatura que parece volverse loca, en cuanto entra en contacto con el elemento que le da el nombre. Es muy posible, por tanto, que, si abandono el palacio, se vuelva a levantar en armas y, como tú sabes muy bien, nadie, salvo yo, es capaz de hacerle frente. Lo más prudente será, por consiguiente, que pida a mi discípulo y a los otros cuatro guerreros celestiales que vayan contigo y te ayuden a capturar a ese monstruo del que hablas.”
Tras darle las gracias, Sun Wukong montó en una nube y se dirigió hacia el Pequeño Monasterio del Trueno, acompañado por el Príncipe Zhang y los cuatro soldados celestes.
En cuanto llegaron a su destino, retaron al monstruo y los diablillos que guardaban la puerta corrieron a informar a su señor. La bestia no tardó en aparecer, rodeada de toda su cohorte de demonios.
“¿A quién has ido a buscar esta vez, mono estúpido?” bramó, despectivo.
Gritó el Príncipe Zhang, mandando avanzar a los cuatro guerreros:
“¡Maldito monstruo sin entrañas! Se nota que tus ojos carecen de pupilas. Por eso no nos reconoces. Soy el discípulo del Bodhisattva Consejero Real, Gran Sabio de Su Zhou, y éstos que me acompañan, los cuatro guerreros celestes que mi señor ha puesto a mis órdenes para capturarte.”
Exclamó el monstruo, soltando una hiriente carcajada:
“¿Quieres explicarme qué clase de poderes tiene un muchacho tan insignificante como tú, para atreverse a venir a insultarme ante mi propia puerta? ¿Por qué has tenido que prestar oído a las falsas razones del Rey Mono y venir a morir ante la puerta de este monasterio?”
Enfurecido por tales razones, el Príncipe Zhang descargó un terrible lanzazo contra el rostro de su oponente. Los cuatro guerreros se lanzaron, igualmente, al ataque, mientras el Rey Mono blandía su terrible barra de hierro. El monstruo no retrocedió ante tantos adversarios. Al contrario, con inigualable bravura se enfrentó a todos ellos, devolviendo los golpes con su temible maza de los dientes de lobo.
Tan terrible lucha se prolongó durante horas, pero ninguno de los bandos pudo conseguir una ventaja apreciable. El monstruo decidió, entonces, recurrir a su trozo de tela blanca. Al vérselo sacar, el Rey Mono gritó, alarmado:
“¡Cuidado! ¡Haceos a un lado!”
Antes de que pudieran reaccionar, se oyó una especie de silbido muy penetrante y fueron atrapados por el tejido, como si fueran vulgares insectos. Sólo logró escapar el Rey Mono.
Como había ocurrido la vez anterior, el monstruo cargó con ellos, como si de un fardo se tratara, y regresó, triunfante, al monasterio, atándolos con sogas y encerrándolos en una de sus mazmorras.
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