Tras escapar a la amenaza de los abrojos y las espinas y al enmarañamiento de los espíritus de los árboles, continuaron su camino en dirección al Oeste.
Pronto tocó a su fin el invierno y la primavera volvió a dejarse sentir por doquier.
El maestro y sus discípulos preferían el lánguido aroma de las flores y el blando mullido de los prados.
No tardaron en divisar a lo lejos una montaña tan alta que parecía tocar el cielo.
Señalándola con la fusta, monje Tang preguntó:
“Wukong, ¿sabes qué altura tiene esa montaña? Jamás había visto nada igual. Es como si perforara el azulado techo de los cielos.”
Respondió el Rey Mono:
“Ahora que lo mencionáis, recuerdo un antiguo poema, que decía: El cielo todo lo cubre y ninguna montaña es capaz de igualar su altura. Pensándolo bien, esos versos debían de referirse a esa mole que tenemos delante. No creo que exista otra como ella. ¿Cómo es posible, de todas formas, que se adentre en los cielos?”
Replicó Bajie:
“Si eso es tan raro, ¿por qué dice la gente que el Monte Kun Lun es el sostén del cielo?”
Exclamó el Bonzo Sha, soltando la carcajada:
“Sigamos hacia delante. Cuando hayamos escalado esa montaña, sabremos realmente la altura que tiene.”
Wukong abrió un camino que los llevó directamente hasta la cumbre. Después de trasponerla, iniciaron un descenso en dirección oeste, que los condujo hasta una pequeña meseta bañada por una luz espiritual, que emitía destellos de muchos colores. En uno de sus extremos se levantaba un espléndido edificio, del que salían armoniosas campanas.
“¿Qué será aquel edificio?” preguntó Tripitaka.
Wukong levantó la cabeza y comprobó que se trataba de un lugar francamente excepcional.
El Rey Mono dijo al Monje Tang:
“Como habíais supuesto después de inspeccionar con atención tan extraordinario lugar, se trata de un monasterio. De todas formas, no sé por qué, pero junto al aura de santidad que rodea todos los centros donde se cultiva el Zen, me parece percibir cierta atmósfera de hostilidad. Lo más sorprendente es que me recuerda al Monasterio del Trueno, aunque el camino que conduce hasta él es completamente distinto. Creo que lo mejor será que no nos detengamos en este lugar. Percibo algo siniestro que puede volverse en cualquier momento contra nosotros.”
Preguntó el monje Tang, entusiasmado:
“¿Es posible que se trate de la Montaña del Espíritu? No estaría bien que jugaras con mi impaciencia y trataras de demorar adrede la conclusión de nuestro viaje.”
“¡Por supuesto que no!” exclamó en seguida el Rey Mono.
“He visitado unas cuantas veces la Montaña del Espíritu y puedo aseguraros que no es esta.”
Concluyó Bajie:
“En ese caso debe de ser la morada de alguna persona realmente virtuosa.”
Dijo Bonzo Sha:
“¿A qué viene tanta suspicacia? Querámoslo o no, el camino pasa justamente por delante de su puerta. ¿Qué importa que no sea el Monasterio del Trueno? Lo mejor que podemos hacer es echar un vistazo.”
El maestro espoleó al caballo y no tardó en llegar a las puertas del edificio. En el dintel de la entrada principal había una placa monumental con estas tres palabras: Monasterio del Trueno. La impresión fue tan fuerte, que por poco no se cae del caballo.
Monje Tang exclamó, ofendido:
“¡Maldito mono! Casi no me mato por tu culpa. ¿Por qué has tratado de engañarme, sabiendo positivamente que este era el Monasterio del Trueno?”
Suplicó el Rey Mono, tratando de calmarle con una sonrisa:
“No os enfadéis conmigo, por favor. Si miráis con más atención, veréis que en la puerta de dentro hay otra placa con cuatro caracteres, en lugar de los tres que se leen aquí.”
Sin poder contener la emoción, el maestro volvió la vista hacia donde se le indicaba y comprobó, en efecto, la placa con un carácter más, que decía: Pequeño Monasterio del Trueno.
Suspiró Tripitaka, desilusionado:
“¡Sólo es el Pequeño Monasterio del Trueno! Dentro debe de haber, de todas formas, algún patriarca budista. Me pregunto qué buda imparte sus enseñanzas en el interior de este monasterio. Entremos a ver cuáles son los que encierra este.”
Pero le aconsejó el Rey Mono:
“No deberíais hacerlo. Aunque no lo creáis, este lugar encierra más maldad que bondad. Si os topáis con algo desagradable, no me echéis a mí las culpas.”
Contestó monje Tang:
“Aunque aquí no viva un buda, habrá por lo menos una imagen suya. Recuerda que, al iniciar este viaje, prometí presentar mis respetos a todos los budas con los que me encontrara. ¿Cómo voy a echarte la culpa de lo que es exclusivamente responsabilidad mía?”
Se volvió a continuación hacia Bajie y le pidió que le sacara la túnica de los bordados y el gorro monacal. En cuanto hubo terminado de cambiarse y se dirigió hacia la puerta.
Nada más poner el pie en el monasterio, se oyó una voz que decía:
“Venís desde las Tierras del Este con el propósito de entrevistaros con nuestro buda. ¿Cómo podéis mostrar tan poco respeto, después de haber hecho un sacrificio tan grande?”
Al oírlo, Tripitaka se echó en seguida rostro en tierra, Bajie empezó a golpear el suelo con la frente y Bonzo Sha se postró de hinojos. Sólo el Rey Mono permaneció de pie con el caballo y el equipaje.
Tras expresar, de esa forma, su respetuosa sumisión, traspusieron una segunda puerta y entraron en el gran salón de Tathagata. En su exterior y debajo mismo del trono sagrado podía verse a los Quinientos Arhats, a los Tres Mil Protectores de la Fe, a los Cuatro Reyes Diamantinos, a las monjas mendicantes y a los upasakas, así como a las incontables legiones de monjes sabios.
Sobrecogidos por tan magnífico espectáculo, Monje Tang, Bajie y Bonzo Sha no daban un paso sin echarse, primero, rostro en tierra y tocar el suelo con la frente.
Únicamente el Rey Mono siguió de pie, viendo cómo sus hermanos se iban acercando, poco a poco, al estrado del espíritu. De lo alto del trono de loto surgió una voz furiosa, que dijo:
“¿Cómo te atreves a no postrarte ante Tathagata, Sun Wukong?”
Pero el Rey Mono no se dejó intimidar. Miró directamente a los ojos del que había hablado y descubrió que se trataba de un buda falso. Dejando a un lado al caballo y el equipaje, agarró con las dos manos la barra de hierro y gritó con una furia incontenible:
“¡Malditas bestias! ¡Sois vosotras las que deberíais mostraros más respetuosas con el nombre de Buda y no profanar la inalcanzable santidad de Tathagata! ¡No huyáis y probad el sabor de mi barra!”
Sin esperar respuesta alguna, se lanzó a la refriega. En ese mismo momento se oyó un sonido metálico y cayeron sobre el Rey Mono dos címbalos de oro, que formaron una especie de caja hermética de la que no podía salir.
Bajie y Bonzo Sha trataron de coger sus armas, pero se les echaron encima aquellos falsos arhats, protectores y monjes sabios. Hasta Tripitaka fue atrapado y cubierto de cadenas, como si fuera un criminal.
Quedó claro, entonces, que el que se había hecho pasar por Buda era un monstruo, y todos los demás, los diablillos a sus órdenes. En cuanto hubieron capturado a los viajeros, se manifestaron tal cuales eran y los encerraron, sin ninguna consideración, en la parte posterior del monasterio.
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