Originalmente, esta expresión proviene del lenguaje budista y se utiliza para describir la apariencia de los budas. Más tarde, se convirtió en una metáfora para habilidades extraordinarias en la antigua mitología china. En la novela Viaje al Oeste, era un tipo común de hechicerías, dos personajes que dominaban esta habilidad eran Sun Wukong (el Rey Mono) y Nezha(Nata).
Semejante baladronada sacó fuera de sí al joven Nata, que gritó, furioso:
—¡Que mi cuerpo se transforme!
Y al instante se convirtió en un terrible personaje de tres cabezas y seis brazos, con los que blandía otras tantas armas: una espada para matar monstruos, una cimitarra para descuartizar bestias, una cuerda para atar espíritus rebeldes, un látigo para domar demonios, una bola afiligranada y una rueda de fuego, con las que organizó un mortífero ataque frontal.
—¡Vaya! —exclamó Wu-Kung, sorprendido ante tan inesperado despliegue de efectivos—. Se ve que el muchachito conoce unos cuantos trucos. Pero no hay por qué alarmarse. También yo soy un experto mago —y gritó con todas sus fuerzas—: ¡Transformación!
En un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en una horrenda criatura de tres cabezas y seis brazos, que sostenían, amenazadores, las tres barras de hierro en las que se mutó el arma de los extremos de oro que en su día le regaló el Rey Dragón del Océano Oriental. No es extraño que el encuentro fuera tan feroz; la tierra se puso a temblar y las montañas se vieron sacudidas hasta en sus raíces. ¡Jamás se había visto una batalla como la que aquel día ofrecieron el Príncipe Nata y el Hermoso Rey Mono!
En Viaje al Oeste, además del Rey Mono y Nezha, hay otro demonio que conoce este hechizo. Se trata del rey toro de un solo cuerno, que es muy enérgico.
El Peregrino estudió con atención al monstruo y vio que era feroz en extremo. Su fealdad no le iba a la zaga. Poseía un único cuerno muy mellado, un par de ojos brillantes en extremo, una piel rugosa y áspera que formaba un pliegue horroroso en la zona de la cabeza, y una masa de carne oscura brillante debajo de las orejas. Por si esto fuera poco, su lengua era tan larga que podía muy bien lamerse con ella las narices, en su enorme boca albergaba unos dientes excesivamente amarillentos, su piel estaba cubierta de una extraña tonalidad azul, y sus tendones poseían la dureza y resistencia del acero. Parecía un rinoceronte o un buey, aunque ni podía iluminar las aguas ni arar los campos. A pesar de ser capaz de sacudir el Cielo y la Tierra con su fuerza, era totalmente inservible para la agricultura. En sus manos, azuladas y surcadas por una tupida red de tendones oscuros, sostenía con firmeza la lanza de acero. Con sólo verle y percatarse de su fiereza, se comprendía por qué era llamado el Gran Búfalo Unicornio.
— Viaje al Oeste, capítulo 50
Blandiendo su espada de descuartizar monstruos, el Príncipe se lanzó de lleno a la refriega. En el momento mismo en que los dos contendientes daban comienzo al combate, el Gran Sabio se elevó por encima de la montaña y gritó con todas sus fuerzas:
—¿Se puede saber dónde os habéis metido, señores del trueno? Bajad aquí inmediatamente y lanzad vuestros rayos contra ese demonio. Es preciso que ayudéis al Príncipe a dominarlo.
Cuando Tang y Chang, los dos señores del trueno, se disponían a atacar, montados en la luminosidad de sus nubes respectivas, vieron que el Príncipe echaba mano de la magia. Tras sacudir ligeramente el cuerpo, se convirtió en un ser con tres cabezas y seis brazos que blandían otras tantas clases de armas diferentes para hacer frente e la bestia.
Ésta, por su parte, se transformó igualmente en alguien con tres cabezas y seis brazos, que se valía de tres larguísimas lanzas para defenderse. Poniendo en juego todos sus poderes para dominar a las bestias, el Príncipe lanzó a lo alto sus seis armas. «¿Cuáles eran?», podrá preguntarse alguien. No eran ni más ni menos que una espada de descuartizar monstruos, una cimitarra de trinchar bestias, una cuerda de atar diablos, un garrote para domar demonios, una bola cubierta de bordados y una rueda de fuego.
—¡Transformaos! —gritó con todas sus fuerzas y al punto se multiplicaron por cientos y por miles.
Como si de una ventisca o de una lluvia de relámpagos se tratara, las armas cayeron, todas a una, sobre la cabeza del demonio. Pero éste ni siquiera se arredró. Con una de sus muchas manos sacó una escama blanca, la lanzó al aire y gritó:
—¡Ataca!
Al punto se escuchó un sonido tan silbante como el de una culebra y la escama se tragó, sin más, las seis armas. Desesperado, el Príncipe Nata hubo de huir derrotado con las manos totalmente vacías, mientras el demonio regresaba triunfante a su caverna.
— Viaje al Oeste, capítulo 51
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