En cuanto se hubo hecho con la cuerda de oro, el Rey Mono abandonó la caverna de un salto.
Recobrando la forma que le era habitual, gritó:
“Monstruos!”
Le reprendió uno de los diablillos que hacían guardia a la puerta:
“¿Se puede saber quién eres y por qué osas gritar de esa forma?”
Contestó Wukong:
“Entra a informar cuanto antes a tus señores que está aquí el Kongwu Sun.”
El diablillo obedeció al instante y el monstruo primero exclamo, desconcertado:
“¿Cómo es posible? El Sun Wukong está ya en poder nuestro. ¿Cómo puede haber otro ahí fuera?”
Sugirió el monstruo segundo:
“No debemos tenerle miedo. Al fin y al cabo, todavía no hemos perdido ninguno de los tesoros. Voy a por la calabaza y le atraparé en un abrir y cerrar de ojos.”
“Ten cuidado” le aconsejó el monstruo primero.
El segundo monstruo se llegó hasta la puerta, donde se encontró con alguien que parecía ser la imagen exacta del Sun Wukong. La única diferencia estribaba en que, a primera vista, resultaba un poco más bajito.
Le preguntó con arrogancia:
“¿De dónde sales tú?”
Contestó el Rey Mono:
“Soy el hermano del Sun Wukong. En cuanto me he enterado de que le habías capturado, he venido corriendo a pedirte cuentas.”
El monstruo confesó:
“Yo mismo me he encargado de echarle mano. Para tu información, te diré que está encerrado en el interior de la caverna. No pienso medir mis armas contigo. Si te llamo por tu nombre, ¿te atreves a responderme?”
Contestó el Rey Mono:
“Yo no te tengo ningún miedo. En caso de que mil veces pronuncies mi nombre, otras tantas responderé a tu llamada.”
El monstruo se elevó entonces por los aires y, poniendo la calabaza boca abajo, gritó:
“¡Kongwu Sun!”
Wukong no se atrevió a responderle, porque en seguida cayó en la cuenta de sus intenciones y se dijo:
“Si hago lo que me pide, la calabaza me absorberá en su interior.”
“¿Se puede saber por qué no me respondes?” preguntó, ansioso, el monstruo.
Contestó el Rey Mono:
“Soy un poco duro de oído y no logro escuchar con claridad lo que dices. Lámame más fuerte, por favor.”
“¡Kongwu Sun!” volvió a gritar con todas sus fuerzas el monstruo.
Wukong comenzó a hacer cálculos con los dedos, al tiempo que se decía:
“Mirándolo bien, ésa no es mi auténtica identidad. Es claro que esa calabaza tiene poder para absorber a la gente, si se le dice la verdad, pero ¿ocurrirá lo mismo si se recurre a la mentira?”
Pronto pudo comprobar, para desgracia suya, que sus cálculos habían resultado erróneos. En cuanto abrió la boca, la calabaza le tragó y no pudo salir de ella. A aquel tesoro le traía simplemente sin cuidado que la respuesta fuera verdadera o falsa. En cuanto alguien respondía a la pregunta que se le hacía, le tragaba.
El monstruo segundo entró en seguida en la cueva y dijo:
“Acabo de capturarle.”
Exclamó el monstruo primero:
“¿A quién acabas de capturar?”
Contestó el monstruo segundo:
“Al Kongwu Sun. Está ya metidito aquí dentro.”
El monstruo primero dijo, satisfecho:
“Toma asiento, por favor, y no muevas de momento la calabaza. La sacudiremos después y levantaremos la tapa, en cuanto se oiga el traqueteo del agua dentro de ella.”
Eso movió a Wukong a idear un nuevo plan y a gritar de pronto con todas sus fuerzas:
“¡Cielo santo, han desaparecido mis pantorrillas!”
Pero el monstruo estaba demasiado ocupado con la bebida y no volvió a acordarse para nada de la calabaza.
El Rey Mono se vio en la necesidad de gritar de nuevo:
“¡Madre querida, se me está disolviendo la cadera!”
Esta vez su táctica surgió efecto. Oyó decir al monstruo primero:
“En cuanto se le diluya la cintura, estará todo terminado y podremos levantar la tapa a ver lo que ha pasado.”
Wukong se arrancó un pelo y gritó:
“¡Transfórmate!”
Al instante se convirtió en medio cuerpo pegado al fondo de la calabaza, al tiempo que él mismo se metamorfoseaba en un insecto diminuto y se colocaba estratégicamente junto a la boca.
Tan pronto como el monstruo segundo levantó la tapadera, Wukong salió volando, tomando al poco rato la figura de Dragón del Océano.
Mientras el monstruo primero miraba en el interior de la calabaza, él permaneció a un lado.
La bestia vio el parte superior del cuerpo del mono disolviéndose penosamente en su fondo y, sin detenerse a pensar si era verdadero o no lo que veía, ordenó visiblemente nervioso, a su hermano:
“¡Vuelve a taparlo en seguida! Ese infeliz no se ha disuelto todavía del todo.”
El monstruo segundo obedeció al instante, sin percatarse de que el Gran Sabio estaba precisamente a su lado, burlándose abiertamente le él.
“¡Qué ciego estás! Ni siquiera eres capaz de verme junto a ti.” se dijo el Rey Mono.
El monstruo primero cogió una jarra de vino, llenó un vaso y se lo ofreció a su hermano con las dos manos.
El monstruo segundo se sintió halagado por el honor que se le hacía y no se atrevió a rehusar la copa. Por eso, entregó la calabaza que tenía en la mano al pequeño demonio, Dragón del Océano, que estaba a su lado, para que recibiera la copa con las dos manos, sin perderle el respeto.
Lo que no sabía es que el diablillo fuera, en realidad, el Rey Mono, que no dejaba de estudiar con cuidado todas sus reacciones.
Cuando los dos demonios no miraban, se la metió a toda prisa por una manga, se arrancó un pelo y lo convirtió en una copia exacta del tesoro.
Después de un rato, el monstruo se lo arrancó de las manos del diablillo, sin examinarlo y siguió bebiendo.
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