Los dos diablillos se pelearon por tener la calabaza en sus manos y analizarla a sus anchas.
Cuando menos lo esperaban, levantaron la cabeza y vieron que el anciano taoísta había desaparecido.
Dijo entonces Demonio Taimado:
“Déjame la calabaza para practicar un poco cómo meter el Cielo dentro de ella.”
En cuanto la tuvo en sus manos, la lanzó hacia lo alto, pero volvió a caer en seguida, sin obtener el menor resultado.
Gusano Astuto exclamó, desconcertado:
“¿Por qué ahora no funciona? ¿Es posible que el Sun Wukong se haya disfrazado de inmortal para cambiarnos una calabaza auténtica por otra falsa?”
Le reconvino Demonio Taimado:
“¡No digas tonterías, anda! Sun Wukong se halla prisionero bajo el peso de tres montañas altísimas. ¿Cómo va a haberse escapado sin la ayuda de nadie? Déjame probar a mí. “
De nuevo volvió a lanzarla hacia lo alto, pero cayó pronto.
Gritaron los dos diablillos, desesperado:
“¡No funciona! ¡No funciona! ¡Tiene que ser un engaño!”
Los dos pequeños demonios se dieron cuenta de que habían sido engañados y regresaron corriendo para informar a sus señores.
El Rey Mono sacudió ligeramente el cuerpo y se convirtió en una mosca. De esta forma, pudo seguirlos sin ser visto.
El insecto siguió a los dos diablillos hasta que llegaron a la caverna.
Los dos diablillos comenzaron a golpear el suelo con la frente, sin atreverse a decir nada.
“¿Habéis capturado al Sun Wukong?” preguntó el monstruo segundo.
Los diablillos parecían haberse olvidado de todo menos de sacudir como locos la cabeza.
El monstruo repitió la pregunta, finalmente logró que dijeran:
“¡Suplicamos vuestro perdón, porque nos engañó un falso taoísta y se llevó los dos tesoros!”
El monstruo primero se puso furioso al oírlo, y exclamó con voz potente:
“¡Maldita sea! Eso es obra del Sun Wukong, que se hizo pasar por un inmortal con el fin de engañarlos. “
Comentó el monstruo segundo:
“Jamás pensé que ese mono pudiera ser tan insolente. Tengo que capturarle de nuevo.”
Inquirió el monstruo primero:
“¿Quieres explicarme cómo vas a echarle mano esta vez?”
Respondió el segundo:
“Muy sencillo. Aunque Sun Wukong se ha hecho con dos de nuestros tesoros, todavía nos quedan tres. Dos los tenemos aquí con nosotros. Ya sabes, la espada de las siete estrellas y el abanico de hojas de palma. El tercero, la cuerda de oro, se encuentra en la Caverna del Dragón Aplastado y que constituye la morada de nuestra anciana madre. Opino que deberíamos enviar a dos diablillos a invitarla a venir a comer un poco de carne del monje Tang. Podemos aprovechar la ocasión para pedirle que traiga la cuerda de oro con la que habremos de atar al Sun Wukong.”
“¿A quién te parece que debemos enviar esta vez?” preguntó, una vez más, el monstruo primero.
“¿Por qué no hacemos venir a Tigre de la Montaña y a Dragón del Océano, que, como bien sabes, me acompañan en todas mis correrías?” sugirió el segundo monstruo.
Los dos diablillos no tardaron en aparecer. Se echaron rostro en tierra y el monstruo se apresuró a advertirles:
“Debéis tener muchísimo cuidado.”
“Siempre lo tenemos, señor” contestaron ellos, respetuosos.
“¿Sabéis dónde está la mansión de nuestra madre?” preguntó el monstruo.
“Sí, señor” respondieron ellos.
Concluyó el monstruo:
“En ese caso, id a verla y decidle que está invitada a probar un poco de carne del monje Tang. Pedidle, así mismo, que traiga la cuerda de oro, para atrapar con ella al Sun Wukong.”
Los diablillos salieron disparados de la caverna. Nada más verlos abandonar la cueva, el Gran Sabio remontó el vuelo y se posó en el hombro de uno de ellos.
Caminaron quince o dieciséis millas de distancia, el Rey Mono levantó la cabeza y no muy lejos de donde se encontraban vio un bosque llamativamente oscuro. Eso le hizo comprender que no muy lejos de allí se encontraba la morada de algún viejo monstruo. Pensando que había llegado el momento de actuar, y descargó sobre ellos un tremendo golpe con su barra de hierro. Los dos desgraciados quedaron reducidos al instante a una masa informe de carne. Se arrancó después un pelo y, soplando sobre él una bocanada de aire mágico, gritó:
“¡Transfórmate!”
Al instante se convirtió en la imagen exacta de Tigre de la Montaña, al tiempo que él adquiría la de Dragón del Océano. Los dos falsos monstruos se dirigieron entonces a la Caverna del Dragón Aplastado.
“¿De dónde vienes?” preguntó la monstruo.
Wukong contestó:
“De la Caverna de la Flor de Loto, que se halla ubicada en la Montaña Altísima. Mis dos señores me han ordenado venir a invitaros a ir a probar un poco de carne del monje Tang. Al mismo tiempo, os suplican que llevéis con vos la cuerda de oro para capturar al Sun Wukong.”
“¡Qué piedad la de mis hijos!” exclamó, complacida, la monstruo y al instante ordenó traer su silla de manos.
La anciana ordenó:
“Volved al interior de la cueva y cerrad bien las puertas.”
Las diablesas obedecieron sin rechistar. Sólo quedaron dos para cargar con la litera.
Ordenó a Wukong la anciana:
“Id delante de mí. Necesito que alguien me vaya abriendo el camino.”
Al llegar aproximadamente a la mitad de la montaña, el Rey Mono sacó su barra de hierro y mató a los dos pequeños demonios.
La anciana sacó la cabeza para ver lo que pasaba y el Rey Mono volvió a descargar sobre ella todo el peso de su barra de hierro. La sangre manó a borbotones. Wukong la sacó arrastras de la silla de manos y vio que se trataba de un zorro de nueve colas.
Tras registrarla con cuidado, no tardó en descubrir entre sus ropas la cuerda de oro, que guardó a toda prisa entre las mangas.
Se dijo, satisfecho:
“Es posible que esos demonios sean muy poderosos, pero ya tengo en mi poder tres de sus más preciados tesoros.”
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