Tras haber liberado a la princesa del Reino de Elefante Sagrado y recibir todos los honores de su agradecido padre, caminaron sin parar durante días enteros, alimentándose cuando el hambre y la sed los atacaban, viajando de día y descansando cuando el sol se ponía.
No tardó en llegar la temporada de la Triple Primavera, una temporada en la que la brisa sacude las verdosas hojas de los sauces con la suavidad de la seda y todo parece estar cargado de poesía.
Mientras discípulos y maestro caminaban con lentitud, gozando de la serena belleza del paisaje, se toparon con una montaña altísima, que hizo exclamar al monje Tang:
“¡Extremad cuanto podáis la precaución! Temo que se esconde una gran cantidad de tigres, lobos y otras bestias en esa enorme montaña que tenemos ante nosotros.”
Mientras el maestro luchaba por mantenerse a lomos de su cabalgadura, levantó la vista y vio a un leñador unos cuantos pasos más adelante.
El leñador estaba cortando troncos junto al camino, cuando, al ver acercarse al monje Tang, dejó el hacha a un lado y exclamó:
“Deteneos un momento, maestro, tengo algo importante que deciros. Esta cordillera posee una longitud que supera con mucho los seiscientos millas y es conocida por doquier por el nombre de la Montaña Altísima. En ella se abre una caverna llamada de la Flor de Loto, donde habitan dos monstruos que se han empeñado en devorar al monje Tang.”
Al oír eso, Tripitaka sintió que le abandonaban las fuerzas y el espíritu se le salía del cuerpo. Estaba tan alterado que apenas podía mantenerse sobre el lomo del caballo. Se volvió inmediatamente hacia sus discípulos y les preguntó:
“¿Habéis oído lo que acaba de decir el leñador sobre esos monstruos que nos aguardan un poco más adelante? ¿Quién se atreve a indagar más pormenores?”
Estaban a punto de acercarse al leñador, pero, al pasar junto a él, se desvaneció de pronto y el maestro preguntó, sobresaltado:
“¿Cómo es posible que la persona haya desaparecido tan de repente?”
Bajie se quejó:
“¡Qué mala suerte la nuestra! ¡Hasta a plena luz del día nos topamos ya con los espíritus!”
Wukong se dijo:
“Si el maestro cae en poder de esos monstruos, tendré que emplearme a fondo y gastar yo qué sé la de energía. Creo que lo mejor será enviar a Bajie por delante a ver cómo se desenvuelven esos monstruos. Si sale vencedor del trance, toda la gloria será suya. Pero, si fracasa y cae en poder de esas bestias, ya dispondré después de tiempo para ponerle en libertad. Su desgracia me brindará la ocasión de mostrar mis poderes y eso aumentará aún más mi fama.”
Wukong propuso a Bajie, diciendo:
“¿Qué tal si vas a patrullar?“
“¿Y eso qué conlleva?” inquirió Bajie.
El Rey Mono respondió:
“Adentrarte en la montaña y tratar de descubrir cuántos monstruos se esconden en ella. De esa forma, podremos hacer planes para atravesarla sin problemas.”
Aliviado, Bajie reconoció:
“Eso para mí no es nada. Ahora mimo voy a salir de patrulla.”
Agarrando su túnica y el tridente, se dirigió, decidido, hacia el interior de la montaña.
Wukong le dijo al Monje Tang con una sonrisa socarrona:
“Os aseguro que Bajie ni patrullará esta montaña ni se enfrentará a monstruo alguno. Lo que hará será esconderse en algún lugar seguro y después volverá a contarnos alguna historia absurda que él mismo se haya inventado.”
“¿Cómo puedes afirmar semejante cosa?” le reconvino el maestro.
Contestó el Rey Mono:
“Algo me dice que es eso lo que hará. Si no me creéis, podéis ir tras él y comprobarlo por vos mismo. De todas formas, es mejor que lo haga yo. Si por casualidad se topa con algún monstruo, puedo ayudarle.”
Wukong se lanzó corriendo montaña arriba. Sacudió después ligeramente el cuerpo y se transformó en una pequeña avispa.
No tardó en ponerse a la altura de Bajie. Se posó después en su cuello. El Piggy Bajie ni siquiera se percató de que alguien había aterrizado en su cuerpo. Tras caminar durante siete u ocho kilómetros, dejó caer su pesado tridente, y empezó a maldecir su suerte, diciendo:
“Todos esperamos alcanzar la perfección y acumular méritos, consiguiendo las escrituras sagradas, pero soy sólo yo el que tiene que sacrificarse, saliendo a patrullar estas montañas. Si, en verdad, hay por aquí cerca unos monstruos terribles lo que teníamos que hacer era tratar de pasar totalmente desapercibidos. Pero no, ¡no es suficiente eso para ellos! Sin pedir mi opinión, me obligan a ir en busca de esas bestias. ¡Arreglados andan conmigo, porque ahora mismo voy a tumbarme a echar una siesta! Cuando me despierte, iré a contarles lo primero que se me ocurra y asunto concluido.”
En un recodo de la montaña, abrió un manto de hierba rojiza y inmediatamente se dejó caer en el suelo.
El Rey Mono voló hacia lo alto, dispuesto a estropearle sus planes. Volvió a sacudir ligeramente el cuerpo y al instante se convirtió en un pequeño pájaro carpintero.
Bajie estaba ya roncando y recibió en el morro un picotazo tan terrible que se puso inmediatamente de pie, gritó:
“¡Un monstruo! ¡Acaba de alcanzarme un monstruo con su lanza! ¡Santo cielo, cómo me duele el morro!”
Se lo frotó con una mano y descubrió que estaba sangrando. Pero, pese a la sangre que teñía aparatosamente sus manos, nada se movía a su alrededor. Todo parecía estar tan tranquilo como antes.
Volvió a exclamar:
“¡Qué raro! No se ve a ningún monstruo. Si no ha sido una bestia, ¿quién ha podido darme un lanzazo en la boca?”
En ese momento levantó la cabeza hacia arriba y descubrió a un pequeño pájaro carpintero revoloteando por encima de los árboles. Gritó, enfurecido:
“¡Maldita bestezuela! Vengas tú a incordiarme! ¡Ahora me lo explico! No me cabe duda de que está buscando insectos y por eso me ha dado ese picotazo. Será mejor, por tanto, que esconda cuando antes la jeta en el pecho.”
Y de nuevo se dejó caer en el suelo para seguir durmiendo.
Pero Wukong volvió a lanzarse contra él desde lo alto, propinándole un tremendo picotazo en la misma base de la oreja. Bajie dio un salto y exclamó, una vez más, furioso:
“¡Bestia maldita! Debe de tener el nido por aquí cerca y se ha debido de creer que he venido a robarle los huevos o los polluelos. Eso explica su manía de atacarme. Está bien, está bien. Me marcho.”
Cogió el tridente, tras abandonar la placidez del prado de hierba, y volvió lentamente sobre sus pasos.
Al ver que sus predicciones estaban a punto de cumplirse, Wukong voló apresuradamente de regreso hasta donde estaba su maestro. Allí volvió a tomar la forma que le era habitual.
Comentó el maestro:
“Así que ya has vuelto. ¿Cómo es que no viene Wu Neng contigo?”
Contestó el Rey Mono, luchando por ahogar la risa:
“Estará aquí dentro de muy poco. Se ha retrasado un poco inventando algunas mentiras.”
Dijo el maestro:
“¿Se puede saber de qué mentiras se trata? Espero que no sea ninguno de tus planes para ponerle en ridículo ante mí.”
Efectivamente, como Wukong predijo de antemano, Bajie empezó a decir mentiras en cuanto regresó.
Rompió sus mentiras y le regañó el Rey Mono:
“¡Vago asqueroso! Éste es un lugar muy especial. Si no lo fuera, no te hubiéramos enviado a patrullarlo, pero tú, en vez de hacerlo, te echaste a dormir tranquilamente una siesta. Si el pájaro carpintero no se hubiera cebado en tu morro, seguro que a estas horas todavía estarías roncando. Sin embargo, no te conformaste con eso, sino que, encima, te inventaste esa patraña que acabas de contarnos. ¿No te das cuenta de que has estado a punto de arruinar una empresa tan importante como la nuestra? Súbete la túnica, que voy a darte como recuerdo cinco azotes en las piernas.”
Contestó el maestro:
“Cuando Wukong me contó que habías urdido esa patraña, me negué de plano a creerle. Pero ahora que se ha descubierto la verdad, mereces que se te aplique un castigo ejemplar. De todas formas, estamos tratando de cruzar esta montaña y precisamos de toda la ayuda que podamos obtener. Así que, Wukong.”
Aañadió, dirigiéndose al Wukong:
“es aconsejable que de momento le perdones. Cuando hayamos atravesado estos parajes, le castiga. ¿De acuerdo?”
Wukong contestó:
“Si el maestro quiere que no te azote, no lo haré de momento. Pero debes partir de nuevo a patrullar la montaña y ten presente que, si vuelves a echarte una siesta o a complicar las cosas, no rebajaré ni uno solo de los golpes que pienso darte.”
Al Piggy Bajie no le quedó, pues, más remedio que ponerse de pie y hollar, una vez más, el camino. Esta vez, mientras caminaba, tenía la sensación de que el Wukong seguía cada uno de sus pasos, convertido en algo que él mismo desconocía. Cuando se topaba con algo nuevo, en seguida pensaba que se trataba del Rey Mono.
De esta forma, recorrió siete u ocho kilómetros, hasta encontrarse con un tigre tremendo, que corría pendiente arriba. Sin perder la compostura, levantó el tridente y preguntó con cierto fastidio:
“¿Por qué has tenido que seguirme para escuchar mis mentirillas? ¿Acaso no he prometido cumplir esta vez con mis obligaciones?”
Un poco más adelante un golpe de viento derribó un árbol ya seco, que fue rodando hacia donde él estaba. El cerdo se quejó:
“¿Por qué has hecho eso? ¿No dije que no iba a engañarte más? ¿Por qué has tenido que convertirte en un árbol y asustarme de la forma como lo has hecho?”
Continuó caminando y a los pocos pasos vio en el aire una picaza con el cuello blanco que graznaba con insistencia y volvió a exclamar:
“¿No te da vergüenza? Te dije que no iba a mentirte más. ¿Por qué te has convertido en una picaza vieja? Es incomprensible tu afán de escuchar a escondidas cuanto digo.”
Pero esta vez Wukong no le siguió. Todo era producto de su imaginación y sus sospechas.
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