En mitad de la noche, Bajie montó en una nube y regresó a la casa de postas.
“¿No sabes la prueba a la que ha sido sometido nuestro maestro?” preguntó el caballo.
“No” contestó Bajie, intrigado.
“¡Claro que no!” exclamó el dragón con cierto resentimiento.
“El Bonzo Sha y tú os pusisteis a alardear de vuestros poderes ante el rey, pensando que podíais capturar vosotros solos al monstruo, y en realidad os convertisteis en sus víctimas. No os culpo por ello, porque sé lo fuerte y poderoso que es. Pero podíais habernos avisado por lo menos de vuestra derrota. ¿Qué importa que ello os hubiera supuesto la pérdida de vuestra recompensa? ¡Teníais que haber venido a decírnoslo! Ese maldito monstruo se hizo pasar por un atractivo y elegante literato e irrumpió en la corte, afirmando ser el yerno del rey. Pero eso no fue lo peor, porque convirtió a nuestro maestro en un tigre feroz, que hubo de ser encerrado en una jaula de hierro.”
“¿Es verdad todo eso?” preguntó Bajie, alarmado.
“¿Por qué iba yo a engañarte?” protestó el dragón.
El cerdo exclamó:
“El Bonzo Sha se halla en poder de ese monstruo y yo soy incapaz de derrotarle. Creo que ha llegado ya la hora de marcharnos cada cual por nuestro lado. No hay nada que podamos hacer para remediar esta situación.”
El dragón reflexionó en silencio durante unos segundos y dijo después con los ojos anegados en lágrimas:
“Creo que no deberías hablar tan pronto de marcharnos al lugar del que procedemos. Si de verdad deseas salvar al maestro, no tienes más que ir en busca de una persona y traerla aquí.”
“¿De quién se trata?” preguntó Bajie.
Respondió el dragón:
“De nuestro hermano mayor. Opino que deberías montar en una nube e ir cuanto antes a la Montaña de las Flores y Frutos. Es preciso que convenzas al Peregrino Sun de que venga aquí sin pérdida de tiempo. No cabe duda de que él posee un dharma lo suficientemente poderoso para dominar al monstruo y liberar a nuestro maestro. De esa forma, veremos vengada nuestra derrota.”
Bajie replicó:
“No, no. Es mejor que vaya otro. Ese mono y yo no nos llevamos muy bien que digamos, ¿sabes? Cuando dio muerte a la Dama de los Huesos Blancos en la Montaña del Tigre, se enemistó para siempre conmigo, porque aconsejé al maestro que recitara el conjuro que le produce esos terribles dolores de cabeza. Reconozco que obré muy a la ligera, pero la verdad es que en ningún momento pensé que iba a hacerme caso y, menos aún, que fuera a arrojar de su lado a nuestro hermano. Estoy seguro de que me odia con toda su alma y de que, diga lo que le diga, jamás se avendrá a regresar conmigo. Ya sabes lo fuerte y pesada que es su barra de hierro. Supón que nos ponemos a discutir. Si la vuelve contra mí y me arrea un porrazo con ella, mal me las veré para seguir con vida.”
Contestó el dragón:
“Sabes que jamás hará una cosa así. Mal que te pese, se trata de una persona recta y de nobles sentimientos. Cuando le veas, no le digas que el maestro está en peligro. Coméntale simplemente que no deja de pensar en él y haz todo lo que se te ocurra para hacerle volver. En cuanto venga y vea lo que está sucediendo, se pondrá furioso y retará a ese monstruo sin entrañas. Así, cuando le haya derrotado, salvará a nuestro maestro y podremos proseguir el viaje.”
El Cerdo concluyó:
“Está bien. Si no hago lo que dices, todo el mundo pensará que soy un irresponsable y un desagradecido. Así que iré en busca del Peregrino y, si no se niega a acompañarme, regresaré con él. Pero te advierto una cosa: si no accede a venir conmigo, no me esperes, porque yo tampoco pienso volver.”
Le urgió el dragón:
“Vete cuanto antes. Le conozco bien y sé que vendrá.”
El cerdo se elevó después por los aires y, tras montar en una nube, se dirigió hacia la Montaña de las Flores y Frutos.
Pronto, el cerdo Bajie llegó a la Montaña.
Al verlo, el Rey Mono pudo aguantar la risa y exclamó:
“¿Por qué no estás acompañando al monje Tang en su intento de hacerse con las escrituras? No me digas que también tú le has ofendido y por eso te ha apartado, como a mí, de su lado. ¿Te ha entregado alguna carta de despido? Si es así, me gustaría verla.”
Bajie replicó:
“¿Por qué habría de entregarme una carta de ese tipo, si ni le he ofendido ni me ha expulsado de su compañía?”
Insistió Wukong:
“En ese caso, ¿por qué estás aquí y no junto a él?”
El cerdo explicó:
“El maestro no ha dejado de pensar en ti ni un solo momento y me ha pedido que venga a rogarte que vuelvas a su lado.”
Rey Mono protestó:
“Eso no es verdad. Ni ha pensado en mí ni te ha pedido hacer lo que afirmas. El día que me expulsó de su compañía juró ante el Cielo que no lo haría jamás. ¿Cómo va a volverse atrás ahora? Además, aunque fuera cierto, no estoy dispuesto a humillarme de nuevo ante él.”
Mintió Bajie con vehemencia:
“¡Pero es cierto que te ha tenido presente en todo momento! ¡Jamás ha dejado de pensar en ti! Al poco de marcharte, el maestro iba montado en su caballo, dijo que tú respondías al instante a sus llamadas y que poseías una inteligencia tan despierta que para cualquier tipo de problema siempre disponías por lo menos de diez soluciones. No pasó después mucho tiempo antes de que me enviara a pedirte que regreses a su lado.”
Al oír eso, el Rey Mono saltó de la enorme roca en la que estaba sentado y, agarrando de las manos a Bajie, dijo:
“Después de todo es la primera vez que vienes aquí. ¿Qué te cuesta echar un vistazo a mi montaña?”
El sol estaba ya alto. Temiendo que no quedara mucho tiempo para salvar al monje Tang, el cerdo trató de meter prisa a su compañero, diciendo:
“Tenemos que darnos prisa. El maestro debe de estar esperándonos con cierta impaciencia.”
El Mono protestó:
“Deseo que te diviertas un poco más conmigo en la Caverna de la Cortina de Agua.”
Bajie respondió:
“Te lo agradezco de veras, declinando la invitación, pero el maestro debe de estar muy intranquilo por nuestra tardanza.”
Wukong concluyó:
“En ese caso, no voy a demorar más tu marcha. Nos despediremos aquí mismo.”
Bajie exclamó, muy intranquilo:
“¿Es que no piensas venir conmigo?”
“¿Adónde?” preguntó el Rey Mono.
“Éste es mi lugar. Ni el Cielo ni la Tierra tienen poder alguno sobre él. Aquí gozo de una libertad total. ¿Qué necesidad tengo de renunciar a todo esto para convertirme de nuevo en un monje sin futuro? Lo siento mucho, pero no pienso moverme de aquí. Me temo que tendrás que marcharte tan solo como has venido. Dile al monje Tang que no vuelva a pensar más en mí. Si no, que no me hubiera apartado de su lado de la forma como lo hizo.”
Confesó Bajie:
“Está es la verdad, hermano, después de dejarnos, seguimos adelante y no tardamos en llegar a un bosque de pinos muy oscuros. El maestro desmontó y me ordenó que fuera a mendigar un poco de comida vegetariana. Aunque anduve como un loco, fui incapaz de hallar una sola alquería. Lo peor fue que el paseo me cansó más de la cuenta y hube de tumbarme en la hierba a echar una pequeña siesta. Al ver que tardaba en regresar más de lo esperado, el Bonzo Sha salió en mi busca, dejando solo al maestro. Ya sabes qué clase de gente son nuestro maestro. Empezó a andar por el bosque sin rumbo alguno. Fue así como llegó ante una especie de pagoda tan luminosa que parecía estar cubierta de oro y piedras preciosas. Él creyó que se trataba de un monasterio y no tomó ningún tipo de precauciones. A decir verdad, resultaba difícil imaginar que aquélla fuera la morada de un monstruo llamado de la Túnica Amarilla, que le capturó sin ninguna dificultad. Cuando el Bonzo Sha y yo regresamos al punto en el que le habíamos dejado, sólo encontramos el equipaje y el caballo. Del maestro no había el menor rastro. Preocupados, le buscamos por todas partes, hasta que también nosotros fuimos a parar a la puerta de la caverna, donde nos enfrentamos con el monstruo. Mientras luchábamos, el maestro tuvo la suerte de toparse con una estrella salvadora, que resultó ser, nada más y nada menos, que la tercera princesa del Reino del Elefante Sagrado. Hacía muchos años que había sido secuestrada por la bestia, que la obligó a casarse con él. A toda prisa escribió una carta para los suyos y pidió al maestro que se la llevara personalmente. Por esa razón persuadió al monstruo para que renunciara a devorarnos y nos dejara marchar. Cuando llegamos al Reino del Elefante Sagrado, cumplimos lo mejor que pudimos el encargo de la princesa. Pero la cosa se complicó, al pedir el rey a nuestro maestro que apresara al monstruo. Tuvimos que encargarnos nosotros de cumplir los deseos de su majestad, retando a la bestia y enfrentándonos a ella en singular batalla. Sin embargo, sus poderes mágicos eran incalculables y el Bonzo Sha cayó presa de sus artes. Yo logré escapar a duras penas, escondiéndome oportunamente entre la hierba. Envalentonado, el monstruo se transformó en un literato de aspecto tan distinguido y atractivo que fue aceptado de inmediato en la corte, donde obtuvo el reconocimiento imperial. El maestro, por otra parte, fue convertido en un tigre tan fiero que hubo de ser inmediatamente encerrado en una jaula. Fue una suerte que aquella misma noche el caballo-dragón fuera en su busca. Por supuesto, no pudo llegar hasta donde él estaba, pero, al pasar por el Salón de la Paz de Plata, vio al monstruo emborrachándose y se transformó en una doncella. Le sirvió todo el vino que pudo, llegando incluso a bailar la danza de la espada con la intención de darle muerte en cuanto se descuidara. Las cosas, sin embargo, no salieron como había previsto y recibió un golpe terrible con un candelabro muy pesado. Fue el dragón el que me sugirió que viniera a buscarte. Dijo que eras una persona de sentimientos nobles a la que repugna el mal obrar, y que, en cuanto te enteraras de lo sucedido, acudirías sin duda alguna a liberar al maestro.”
“¡Qué estúpido eres!” le regañó Wukong.
“¿No te advertí la hora de despedirme que, si el maestro caía presa de un monstruo, debías decirle que yo era discípulo suyo? ¿Se puede saber por qué no lo hiciste?”
Antes de contestar, Bajie se dijo:
“Provocar a un guerrero es mucho más efectivo que hablar con él. Así que voy a tratar de irritarle un poco.”
Levantó después la voz y añadió:
“Hubiera sido mucho mejor no hablarle de ti, porque, en cuanto oyó tu nombre, se puso aún más fanfarrón.”
“¿Qué quieres decir?” preguntó el Rey Mono.
Bajie contestó:
“Cuando vi aparecer al monstruo, le dije:Deja tu orgullo a un lado y permite marchar a mi maestro, porque el mejor de sus discípulos es el Peregrino Sun. No necesito recordarte que sus poderes mágicos son inigualables y que, por lo tanto, puede dominar a cuantos monstruos se le pongan por delante. Si no haces lo que te digo, te hará picadillo antes de que hayas elegido el lugar de tumba». Pero, lejos de amedrentarse, el monstruo se puso todavía más furioso y replicó:¿Quién es ese Peregrino Sun? Te juro que, si aparece por aquí, le despellejaré vivo, le arrancaré los tendones y los huesos y después le comeré el corazón. Me trae sin cuidado que ese maldito mono esté gordo o delgado, porque, tras hacerle picadillo, pienso freírle en mi sartén.”
Al oír eso, el Peregrino se puso tan furioso que empezó a saltar como un loco y a arañarse las mejillas de rabia, mientras gritaba:
“¿Quién es ese monstruo que osa burlarse de esa forma de mí?”
Le aconsejó Bajie:
“Cálmate, por favor. Te he dicho ya antes que se trataba del Demonio de la Túnica Amarilla.”
El Rey Mono ordenó:
“Levántate, anda. Tengo que enfrentarme cuanto antes a esa bestia. No estaré tranquilo hasta que no le haya derrotado. ¿Cómo se atreve ese monstruo fanfarrón a burlarse de esa forma de mí? Sólo capturándole y reduciéndole a picadillo podré reparar mi honor ofendido. Regresaré aquí en cuanto lo haya hecho.”
Bajie respondió:
“Eso es exactamente lo que acabo de pedirte. Atrapa primero al monstruo y, cuando hayas lavado tu buen nombre, vuelve a tus dominios, si es eso lo que deseas.”
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