Episodio 38. Guardar el secreto

Una vez que hubo capturado al Bonzo Sha, el Monstruo de la Túnica Amarilla se negó a torturarle o a matarle.

Bonzo Sha es capturado por el Monstruo de la Túnica Amarilla - Viaje al Oeste
Bonzo Sha es capturado por el Monstruo de la Túnica Amarilla

El monstruo no se alegró por haber capturado a Bonzo Sha, porque Sha no era rival para él; al mismo tiempo, la huida de Ba Jie no lo decepcionó en absoluto, ya que tampoco creía que Ba Jie tuviera la capacidad de vencerlo. Ahora, la preocupación del monstruo es: ¿por qué monje Tang paga el bien con mal? Otro problema es, ¿por qué de repente todos saben el secreto de que la princesa está prisionera por mí?

El monstruo se dijo a sí mismo:

“El monje Tang es miembro de una noble nación, que, por fuerza, ha de poseer un sentido muy desarrollado de la justicia. No acabo de comprender cómo ha podido enviar a sus discípulos a capturarme después de haberle perdonado la vida. No encaja con su modo de ser.”

Luego Monstruo de la Túnica Amarilla dijo de nuevo:

“El rey sabe que la princesa está aquí. ¿Pero cómo?”

Pensó por un momento, añadió el monstruo:

“Primero, la princesa intercedió por el monje Tang, pidiéndome que lo liberara; luego, el monje Tang envió a sus dos discípulos a rescatar a la princesa. Todo parece haber sido planeado de antemano por la princesa y el monje Tang.”

Exclamó el monstruo, de pronto:

“¡Qué mal! ¡La princesa me engañó!”

Después de acicalarse se disponía a dar un paseo, cuando vio acercarse al monstruo con los ojos saliéndole de las órbitas, el ceño totalmente fruncido y los dientes rechinándole de rabia.

La mujer estaba acostumbrada a repentinos cambios de humor y no se asustó. Al contrario, sonrió dulcemente y le preguntó:

“¿Se puede saber qué es lo que os preocupa de esa manera?”

Gritó el monstruo:

“¡Maldita puta! ¿Es que no tienes en ninguna estima las relaciones humanas? Te encantaba vestirte de seda y cubrirte de adornos de oro. Si deseabas algo, me faltaba tiempo para traértelo, como si fuera esclavo tuyo. Todo me parecía poco con tal de hacerte feliz. ¿Por qué sigues pensando todavía en tus padres, sin valorar en nada a tu actual familia?”

Al oír eso, la princesa se dejó caer en tierra y, presa del pánico, preguntó con entrecortada voz:

“¿Por qué habláis así? Parece como si hubierais decidido separaros de mí.”

Replicó el monstruo:

“La única que ha pensado eso has sido tú. Capturé al monje Tang y me lo iba a comer. ¿Por qué prometiste liberarle antes, incluso, de que hubieras tratado el asunto conmigo? ¡Yo sé bien por qué lo hiciste! Escribiste en secreto una carta a tus padres y le pediste que hiciera de mensajero. De lo contrario, ¿cómo explicas que se hayan presentado esos dos monjes ante mi puerta, exigiéndome que te deje regresar a tu hogar de soltera? ¡No puedes negarlo! ¿Lo hiciste o no?”

Contestó la princesa:

“Estáis muy equivocado en lo que decís. ¿Queréis decirme cuándo he enviado yo carta alguna sin vuestro consentimiento?”

Afirmó el monstruo:

“No va a servirte de nada tratar de engañarme, porque acabo de capturar a alguien que va a testificar en contra tuya.”

“¿De quién habláis?” preguntó la princesa, visiblemente alterada.

El Monstruo de la Túnica Amarilla respondió:

“Del Bonzo Sha, el discípulo segundo del monje Tang.”

Cuando se enfrentan a una situación desesperada y a la amenaza de la muerte, las personas a menudo no están dispuestas a aceptar su destino e intentarán por todos los medios luchar y esforzarse por conseguir un rayo de esperanza.

La princesa continuara insistiendo en su inocencia, diciendo:

“Calmaos y vayamos a interrogarle, como parece ser vuestro deseo. Si se demuestra la existencia de la carta que decís, me prestaré de buen grado a ser muerta a palos. Pero, si jamás ha existido ese escrito del que habláis, ¿no cometeréis una gran injusticia condenándome a muerte?”

El monstruo aceptó sin más dilación esa propuesta. Alargó su mano azulada del tamaño de un bieldo y, agarrando a la princesa del pelo, la arrastró hasta la parte delantera de la caverna. Al llegar frente al prisionero, la tiró sin ningún miramiento al suelo y, con la cimitarra en la mano, interrogó al Bonzo Sha, diciendo:

“¿Por qué habéis venido, tú y tu compañero, a retarme a la puerta de mi propia casa? ¿Os envió el padre de esta mujer, enterado de su paradero por la carta que ella misma le remitió por medio vuestro?”

Al ver lo furioso que estaba el monstruo, que hasta quería matar a su esposa, el Bonzo Sha pensó:

“Es cierto que envió una carta, pero también salvó a mi maestro y ése es un favor que nadie podrá devolverle jamás. Si admito que lo hizo, esa bestia le dará muerte sin pensarlo dos veces y, en vez de una recompensa, recibirá un castigo ejemplar. En fin, llevo yo qué sé la de tiempo siguiendo a mi maestro y todavía no he hecho nada que valga realmente la pena. Ahora que estoy prisionero y cargado de cadenas es una buena ocasión para devolverle una ínfima parte de todo lo que hecho por mí.”

Levantó, pues, la voz y reprendió al monstruo, diciendo:

“¿Cómo puedes ser tan bruto? ¿Quieres decirme qué había en esa carta que, según tú, escribió tu mujer, para que ahora desees quitarle la vida? Yo jamás he visto ese documento del que hablas. El motivo de haber venido a exigirte la liberación de la princesa es, de hecho, otro. Cuando mi maestro se encontraba en la misma situación que yo ahora, tuvo oportunidad de verla varias veces. Cuando llegamos al Reino del Elefante Sagrado y le solicitamos al rey permiso para transitar por sus dominios, nos hizo muchas preguntas sobre la princesa e incluso nos mostró un retrato suyo. Todo su afán era saber si la habíamos visto o no. Nuestro maestro describió entonces a la dama que había visto en este mismo palacio y el rey supo enseguida que se trataba de su hija. Nos ordenó que viniéramos aquí a capturarte y a liberar a la princesa, a la que debíamos conducir sin dilación alguna a su palacio. Te juro que esto fue lo que ocurrió. La carta que dijiste no existe en absoluto. Si quieres matar a alguien, mátame a mí y no hagas daño a un inocente que nada tiene que ver en todo este asunto.”

Al ver con cuánta determinación había hablado el Bonzo Sha, el monstruo arrojó a un lado la cimitarra y levantó a la princesa del suelo con sus dos manos, diciendo:

“Me temo que me he mostrado muy rudo contigo. Por fuerza he tenido que ofenderte más de la cuenta. Te suplico, por tanto, que me perdones.”

La ayudó a arreglarse el cabello y a poner en orden sus vestido con inesperadas muestras de afecto y ternura. Se disculpó lo mejor que pudo.

Al ver lo sumiso que se mostraba el monstruo, le suplicó la princesa:

“Si en algo valoras nuestro amor, haz que le aflojen un poco las cuerdas al Bonzo Sha.”

El monstruo ordenó al instante desatar al monje y encerrarle en una mazmorra.

Como muy bien afirmaban los antiguos: La consideración hacia los demás es, en realidad, consideración hacia uno mismo.


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