Episodio 35. Tripitaka volvió a caer en una trampa

Por paranoia, monje Tang cometió la imprudencia de escuchar al Astuto y arrojar de su lado al Rey mono.

Una vez consumada la ruptura, montó en el caballo y continuó el viaje hacia el Oeste como si nada hubiera pasado. Bajie abría la marcha y la cerraba el Bonzo Sha, cargado con el equipaje. Tras dejar atrás la Montaña del Tigre Blanco, se toparon con un inmenso bosque plagado de cepas, enredaderas, pinos y cedros.

Comentó Tripitaka:

“Resultó que el sendero de la montaña era áspero y difícil de seguir, además de que había muchos árboles en el camino. Debemos extremar cuanto podamos la precaución, pues es muy posible que no tardemos en toparnos con demonios y monstruos.”

Bajie ordenó al Bonzo Sha que se encargara del caballo, mientras abría con el tridente un sendero que conducía directamente al interior del bosque. De esta forma, el monje Tang pudo continuar la marcha con menos dificultades.

Al poco tiempo, monje Tang detuvo el caballo y dijo:

“Me está entrando hambre, Bajie. ¿Crees que podrías encontrar por aquí un poco de comida vegetariana?”

“Maestro, por favor desmonte aquí y espere a que encuentre comida.” contestó Bajie.

El monje Tang bajó al punto del caballo, mientras el Bonzo Sha entregaba a Bajie la escudilla de pedir limosna.

“Ahora debo irme” anunció el cerdo.

“¿Se puede saber adónde?” preguntó, sobresaltado, Tripitaka.

Contestó Bajie:

“Eso no tiene ninguna importancia. Con tal de conseguir alimento para vos, soy capaz de hacer las cosas más inverosímiles. Estad tranquilo.”

No tardó en dejar atrás el bosque de pinos, pero siguió caminando unas diez millas en dirección oeste, sin que, desgraciadamente, se topara con ningún lugar habitado. Se trataba de un paraje frecuentado más por tigres y lobos que por personas. Cuando las fuerzas empezaron a faltarle y el cerdo se dijo:

“Cuando el Rey Mono se encontraba entre nosotros, siempre satisfacía todos los deseos del maestro. Ahora me toca a mí hacerlo, pero, como muy bien dice el proverbio: Uno sólo sabe el precio del arroz y la madera cuando se hace cargo de una familia; hasta que uno no cría a un niño, no se da cuenta de los sacrificios de sus padres. ¿Dónde podría mendigar yo un poco de comida?”

No había dado dos pasos, cuando tuvo sueño y volvió a decirse:

“Si vuelvo ahora y le digo al maestro que no he podido encontrar a nadie a quien pedir algo de comida, pensará que no he ido lo suficientemente lejos. Lo mejor será que deje pasar otra hora, antes de regresar a su lado. Me echaré una siestecita aquí mismo y asunto concluido.”

Bajie se echa una siestecita  - Viaje al Oeste
Bajie se echa una siestecita

El tiempo fue pasando inexorable y Monje Tang comenzó a sentirse incómodo. Se volvió hacia el Bonzo Sha y preguntarle:

“¿Por qué no ha regresado todavía Wu Neng?”

“Me extraña que no le entendáis. Bajie posee un estómago tan grande y no regresará hasta que no haya saciado del todo su hambre.” contestó el Bonzo Sha.

Tripitaka admitió:

“Tienes razón. Pero se está haciendo tarde y no es aconsejable pasar la noche aquí. Lo mejor que podemos hacer es buscar un sitio en el que guarecernos.”

Le aconsejó el Bonzo Sha:

“No os preocupéis. Sentaos aquí, mientras voy en su busca.”

El Bonzo Sha agarró su preciado báculo y abandonó el bosque en busca del cerdo.

El monje Tang se sintió solo. Para librarse de la depresión, puso el equipaje en un sitio y ató el caballo a un árbol, se dispuso a dar un paseo por el bosque.

Le llamó la atención la pujanza de la hierba y la belleza de las flores silvestres.

Había tratado de matar el aburrimiento y, de paso, dar con Bajie y el Bonzo Sha, pero existían muy pocos senderos en aquel bosque y el maestro terminó perdiéndose.

Se adentró cada vez más en el bosque. Entonces, en medio de todos los árboles, vio una pagoda.

“Quizá podamos quedarnos aquí esta noche.”

Se llegó hasta la puerta de la pagoda, que halló cubierta con una cortina hecha con pequeños trocitos de bambú. Entró en la pagoda. Dentro dormía un monstruo.

Tripitaka, monje Tang, se topa con el monstruo - Viaje al Oeste
Tripitaka se topa con el monstruo

En cuanto le vio, Tripitaka trató de volver a toda prisa sobre sus pasos. No había llegado a la puerta, cuando el monstruo, que poseía un natural muy despierto, abrió sus demoníacos ojos de pupilas de fuego y ordenó a sus subalternos:

“Id a ver quién está ahí fuera.”

Uno de los demonios asomó la cabeza por la puerta y vio que se trataba de un simple monje.

Informó a la bestia:

“Señor, es un mendicante de cabeza redonda. A juzgar por la finura de su piel parece muy tiernecito.”

Al oír eso, el monstruo soltó la carcajada y exclamó:

“Vamos, que, como afirma el proverbio: La comida acude por sí misma al plato, como las moscas que van a posarse a la cabeza de una serpiente. Id tras él y traédmele en seguida. “

Los diablillos salieron corriendo por la puerta como si fueran un enjambre de abejas y no tardaron en darle caza. Locos de contento, le llevaron a la pagoda y, entraron a informar a su señor.

“Siguiendo vuestros deseos hemos apresado al monje y le hemos traído hasta aquí.”

Monje tang fue capturado por los demonios - Viaje al Oeste
Monje tang fue capturado por los demonios

Le interrogó el monstruo sin ninguna contemplación:

“¿De dónde vienes y adónde vas, monje? Dínoslo en seguida, si no quieres sufrir un castigo ejemplar.”

Consciente de lo desesperado de su situación, dobló con respeto las manos y saludó a la bestia, y contestó:

“Soy un monje de la Gran Tang y me dirijo hacia el Paraíso Occidental en busca de las escrituras sagradas por expreso deseo de su emperador. Al pasar por esta venerable montaña y ver una pagoda tan digna de respeto, decidí presentar mi humilde consideración al sabio que la atiende. Lo que menos me esperaba es que fuera a molestaros con mi atrevimiento. Os ruego, por tanto, que perdonéis mi audacia. Puedo aseguraros que, cuando me halle de nuevo en las Tierras de Este, tras llevar a buen término la misión que me ha sido encomendada, vuestro ilustre nombre será recordado con respeto por todas las acciones venideras.”

Al oírlo, soltando la carcajada, exclamó el monstruo:

“Tú eres la clase de persona a la que precisamente estaba pensando comerme. Ha sido una suerte que hayas venido por tu propio pie. ¿Cómo te iba a haber dado caza, si no? Estaba predestinado, por lo que se ve, que habías de terminar tus días en mi boca. Por lo que, aunque quisiera dejarte marchar, no podría hacerlo.”

Se volvió después a sus súbditos y les ordenó:

“¡Atadle!”

El monstruo cogió entonces su pesada cimitarra y volvió a preguntar:

“¿Cuántas personas venían contigo, porque no irás a decirnos que emprendiste tú solo un viaje tan largo?”

Contestó Tripitaka, al verle echar mano de su cimitarra:

“Viajan conmigo dos discípulos, Bajie y Bonzo Sha. Han ido al bosque en busca de un poco de comida. He dejado el equipaje y un caballo blanco junto a los pinos.”

“¡Menuda suerte!” exclamó, complacido, el monstruo.

“Dos y tú tres, y, si contamos el caballo, cuatro. Más que suficiente para una comida.”

“¡Vayamos cuanto antes a por ellos!” dijeron, entusiasmados, los diablillos.

Les ordenó el monstruo:

“No, no salgáis ahora. Es mejor que cerréis la puerta. De buen seguro vendrán a nuestra puerta a buscar su maestro. Como muy bien reza el Proverbio: Los asuntos son más fáciles de resolver a la puerta de casa. Conviene, por tanto, no apresurarnos, porque tarde o temprano terminarán cayendo en nuestras manos.”


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