El incidente del robo de melocotones del Rey Mono está lleno de dudas.
En Viaje al Oeste, ¿quién robó los melocotones del Jardín de los Melocotones Inmortales? A primera vista fue el Rey Mono quien lo hizo. De hecho, la Gran Festival de los Melocotones Inmortales está llena de sospechas.
Aunque parece obvio que él es el culpable, hay varios aspectos intrigantes en esta historia. Por ejemplo, dado que los monos adoran las frutas, ¿por qué el Emperador de Jade permitiría que un mono viviera cerca del Jardín de los Melocotones?
El Rey de los Monos se inclinó, respetuoso, y expresó su más sincero agradecimiento por la gracia recibida. El Emperador de Jade se volvió entonces hacia los dos arquitectos imperiales, los funcionarios Chang y Lou, y les ordenó levantar la residencia oficial del Gran Sabio, Sosia del Cielo, en la parte derecha del Jardín de los Melocotones Inmortales. La mansión que erigieron constaba de dos grandes salones —uno llamado de la Paz y el Silencio, y el otro de la Serenidad de Espíritu—, atendidos por un auténtico enjambre de sirvientes y funcionarios.
— Viaje al Oeste, capítulo 4
Sin embargo, Sun Wukong resistió la tentación de robar los melocotones. Más tarde, de forma aún más escandalosa, el Emperador de Jade dejó que este mono gestionara directamente el Jardín de Melocotones.
—¿Qué recompensa habéis pensado darme, para hacerme venir tan precipitadamente a vuestra presencia, majestad? —preguntó, meloso, Wu-Kung.
—Nos hemos percatado —contestó el Emperador de Jade— de que, dado que no tenéis nada que hacer, vuestra vida se está tornando un tanto indolente, así que hemos decidido confiarte una pequeña responsabilidad. A partir de hoy te encargarás, a título puramente temporal, del cuidado del Jardín de los Melocotones Inmortales. Vigílalos día y noche y que tu diligencia no decaiga ni un solo segundo. Esto es lo que todos esperamos de ti.
— Viaje al Oeste, capítulo 5
¿Qué tan grande es esta tentación? Es desafiar los instintos del animal. Además, este melocotón no es una fruta ordinaria. Tiene el milagroso efecto de prolongar la vida.
Tras gozar de tan espléndido espectáculo durante largo rato, el Gran Sabio se volvió hacia el espíritu y le preguntó:
—¿Sabes el número exacto de árboles que hay aquí?
—Tres mil seiscientos —contestó el espíritu—. En la parte delantera hay un total de mil doscientos árboles, pero sus flores son muy pequeñas y sus frutos no se hallan aún en sazón. Como vos bien sabéis, estos melocotones maduran una vez cada tres mil años y quien tiene la fortuna de probarlos se convierte al instante en un inmortal iluminado por el Tao; sus miembros se tornan hermosos y su cuerpo se fortalece. En la parte central hay otros mil doscientos árboles de flores más grandes y frutos más almibarados, que maduran una vez cada seis mil años. Quien los prueba asciende a los cielos con el vapor de la escarcha y jamás envejece. En la parte de atrás, por último, crecen otros mil doscientos árboles de frutos surcados por mil venillas de color púrpura y el hueso de un atractivo color amarillo pálido. Éstos son can especiales que sólo maduran una vez cada nueve mil años y quien los come puede alcanzar sin ninguna dificultad la edad del cielo, de la tierra, del sol y de la luna.
— Viaje al Oeste, capítulo 5
Por lo tanto, el Rey Mono robó los melocotones.
Un día comprobó, entusiasmado, que más de la mitad de los melocotones de los árboles más viejos habían madurado y sintió la irreprimible tentación de arrancar uno y probar su sabor. Pero el espíritu del jardín y sus propios servidores jamás se separaban de él y consideró impropio hacerlo delante de ellos. Urdió, por tanto, un plan y, volviéndose hacia sus seguidores, les preguntó:
—¿Por qué no me esperáis fuera y me dejáis descansar aquí un poco?
Los inmortales accedieron a su petición y abandonaron el jardín. Con increíble celeridad el Rey de los Monos se despojó de sus vestiduras y trepó a lo alto del árbol más grande que pudo encontrar. Escogió los melocotones maduros de mayor tamaño y se puso a comerlos tranquilamente, sentado en una rama. Sólo cuando se hubo saciado del todo, saltó de nuevo al suelo, se puso las ropas y ordenó a su legión de acompañantes que regresaran con él a su lujosa mansión. Al cabo de dos o tres días, repitió la operación, hartándose otra vez de fruta.
— Viaje al Oeste, capítulo 5
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