Al ver lo ocurrido, Tripitaka se volvió hacia Wukong y le regañó, diciendo:
“No me extrañaría que Wuneng quisiera aplastarte después la cabeza. No comprendo cómo, en vez de amistad y cariño, sólo existe entre vosotros resentimientos y odio. ¿Cómo has podido soltar la cuerda, cuando te estaba pidiendo que tiraras de ella? ¿Quieres decirme qué vamos a hacer ahora? Su situación no es muy halagüeña que digamos.”
Protestó el Rey Mono, soltando la carcajada:
“¡No entiendo por qué siempre os ponéis de su parte! Cuando caí en manos de esas bestias, no os preocupasteis tanto como ahora. Pero, en cuanto habéis visto a Bajie correr mi misma suerte, habéis puesto el grito en el cielo, echándome la culpa de todo lo ocurrido. Si no me he apresurado a ayudarle, ha sido para que sufra un poco y sepa que conseguir las escrituras no es una empresa tan fácil como había supuesto.”
Se defendió Tripitaka:
“¿Cómo se te ha ocurrido pensar que no estaba preocupado, cuando esos monstruos te atraparon? Si entonces me mostré más sereno, fue porque sé que puedes metamorfosearte en lo que te dé la gana y estaba seguro de que no te pasaría nada malo. Wuneng, por el contrario, es muy pesado y encuentra grandes dificultades en moverse con cierta soltura. No me cabe la menor duda de que de su cautiverio no puede surgir absolutamente nada bueno. ¿Por qué no vas a liberarle?”
Concluyó el Rey Mono:
“No os preocupéis más, maestro. Ahora mismo voy a ponerle en libertad.”
Wukong se dirigió a toda prisa montaña arriba. Pronto se arrepintió, sin embargo, de su decisión y se dijo en tono despectivo:
“En lo único que piensa ese Idiota es en hacerme todo el mal que pueda. Le voy a dejar un poco más en poder de esos monstruos, para que sepa lo que es bueno. Voy a seguirlos, para ver qué es lo que tienen pensado hacer con él. Que sufra un poco, antes de saborear la libertad.”
Recitó un conjuro, sacudió ligeramente el cuerpo y al instante se convirtió en un grillo muy pequeño. Se lanzó como una flecha hacia delante y fue a posarse exactamente en el arranque de una de las orejas de Bajie. De esa forma hizo todo el camino de regreso a la caverna de los demonios.
El segundo monstruo ordenó a su destacamento de tres mil diablillos, entre el batir de los tambores y el sonar de los clarines, que permanecieran a la entrada de la caverna, mientras él iba a informar personalmente a sus hermanos de todo lo ocurrido.
Anunció en tono orgulloso:
“Acabo de capturar a uno de esos monjes.”
Dijo el demonio de mayor edad:
“Tráelo aquí, para que pueda echarle un vistazo.”
El segundo monstruo estiró, entonces, la trompa y Bajie cayó al suelo medio mareado.
Añadió con cierto desprecio:
“¿Es éste el monje del que hablabas?”
Confirmó el segundo demonio:
“Efectivamente. Este es.”
“Pues no vale para nada.” comentó el de mayor edad.
Se apresuró a decir Bajie:
“En ese caso, no tendréis ningún inconveniente en dejarme partir. ¿Por qué no vais a capturar a alguien de más provecho que yo?”
Objetó el tercer demonio:
“Por muy inútil que sea se trata de Zhu Bajie, otro de los discípulos del monje Tang. Creo que lo mejor será que le atemos y le echemos a remojo en el pozo de atrás. Cuando esté bien empapado, le abriremos en canal, le salaremos y le dejaremos curar al sol. Tiene que estar exquisito con un poco de vino.”
El Rey Mono se elevó entonces por los aires y, echando un vistazo a su alrededor, vio a Bajie con la mitad del cuerpo metida en el agua. Tenía los pies y las manos vueltos hacia arriba. La estampa que ofrecía no podía ser más ridícula. Pero, lejos de reírse, Wukong se dijo en tono compasivo:
“¿Qué puedo hacer? Después de todo, es uno de los invitados al festín del cumpleaños de Buda. Hizo mal en querer dividir el equipaje y dar por terminada nuestra empresa. Además, siempre está picando al maestro para que recite el conjuro que me produce esos horrorosos dolores de cabeza. Por si eso fuera poco, el otro día oí comentar al Bonzo Sha que dispone de ahorros propios. No sé, de todas formas, si será verdad o no. En fin, no está de más que, de vez en cuando, se lleve un buen susto.”
Llegándose hasta el oído de Bajie, cambió de voz y llamó en tono lúgubre:
“¡Zhu Wuneng!”
Exclamó Bajie en un tono de voz apenas audible:
“¡Qué mala suerte! Ese es exactamente el nombre que me dio la Bodhisattva Guan Shi Yin, cuando abracé los principios de la fe, aunque, desde que sigo al monje Tang, todo el mundo me llama Bajie. ¿Cómo es posible que en un lugar como éste haya alguien enterado de que, en realidad, me llamo Wuneng?”
Extrañado, levantó la voz y preguntó:
“¿Quién osa dirigirse a mí con ese nombre?”
“Yo.” contestó el Rey Mono.
“¿Y quién eres tú?” insistió Bajie.
“Cazador de Almas.” respondió el Rey Mono.
“¿Quién te envía?” volvió a preguntar Bajie, cada vez mas preocupado.
Explicó el Rey Mono:
“El Rey Yama. ¿Quién otro podría ser?”
Suplicó Bajie, temblando:
“Regresad, por favor, a vuestro reino y pedid al Rey Yama que, en virtud de la amistad que le une a mi hermano Sun Wukong, me conceda un día más de vida. Mañana mismo acudiré a su llamada.”
Le regañó el Rey Mono:
“¿Cómo puedes decir semejantes tonterías? Como muy bien afirma el proverbio: ¿cómo va a demorarse hasta la cuarta vigilia aquel a quien el Rey Yama ha ordenado morir a la tercera? Date prisa y sígueme cuanto antes. Si no lo haces, me veré obligado a pasarte una cuerda por el cuello y a llevarte a rastras.”
Replicó Bajie:
“No os estoy pidiendo un gran favor. Miradme bien a la cara. ¿Creéis que voy a vivir mucho tiempo en la situación en la que me encuentro? Si quiero vivir un día más, no es porque tenga miedo a la muerte, sino porque, antes de expirar, desearía volver a reunirme con mi maestro y con mis hermanos, que no tardarán en ser atrapados por esos demonios y traídos hasta aquí como piezas de caza.”
Accedió el Rey Mono, sonriendo, divertido, para sí:
“De acuerdo. Hay por aquí otras treinta personas que debo llevar conmigo. Arrestaré a los otros y volveré a por ti mañana. Pero con una condición: que me entregues todo el dinero que tengas.”
Exclamó Bajie:
“¡Eso sí que es mala suerte! Los que hemos renunciado a la familia jamás llevamos dinero con nosotros.”
Concluyó el Rey Mono:
“Lo siento mucho, pero tendré que atarte y llevarte arrastrando.”
Suplicó Bajie, desesperado:
“¡No lo hagáis, por favor! Sé que esa cuerda de la que habláis se llama la soga que acaba con la vida y que, en cuanto se la pasáis a alguien por el cuello, exhala su último aliento. ¡Esperad… esperad un momento! Sí, sí. Es cierto. Tengo algo de dinero, pero me temo que no es mucho.”
“¿Dónde lo tienes guardado? ¡Sácalo inmediatamente!” exigió el Rey Mono.
Suplicó, una vez más, Bajie:
“¡Tened compasión de mí y no os mostréis tan impaciente! Desde que decidí hacerme monje, me he topado con algunas familias, que me han ido dando un poco más de dinero que a otros cuando vieron que mi apetito es prácticamente insaciable. De esa forma, he logrado reunir alrededor de media onza de plata. Podéis quedaros con todo, si queréis. Como veis, no es mi intención engañaros.”
En cuanto la tuvo en la mano, el Rey Mono no pudo aguantarse más y explotó de risa. Bajie reconoció en seguida la voz del Rey Mono y empezó a lanzar contra él una sarta de insultos.
Gritó, enfurecido:
“¡Maldito caballerizo! ¿Es que no te parece suficiente lo que estoy pasando, para que, encima, vengas a sacarme todo el dinero que tengo?”
Replicó el Rey Mono, sin poder contener la risa:
“¡Estúpido cebón! Yo qué sé la de penalidades que he pasado por proteger al maestro y puedo asegurarte que jamás le he sisado ni una sola moneda.”
Contraatacó Bajie:
“¡Debería darte vergüenza hablar de sisas! Se puede decir que he ahorrado todo ese dinero, quitándomelo de la boca. No podía soportar comprar comida, pero la guardé para comprar tela y así poder hacer un vestido digna. Devuélveme ese dinero, anda.”
Respondió el Rey Mono:
“No pienso hacerlo.”
Concluyó Bajie:
“En ese caso, tómalo como un rescate, pero no te olvides que tienes que liberarme.”
Contestó Wukong:
“¿A qué viene tanta prisa? Cada cosa a su tiempo. Sabes bien que yo siempre cumplo lo que prometo.”
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