Mitología china, novelas, clásicos literarios

Episodio 123. Hacer la medicina

“¿Qué remedio vais a recetarle, ahora que habéis diagnosticado certeramente su enfermedad?” preguntó el médico imperial.

Respondió el Rey Mono:

“No es necesario que escriba ninguna receta. De todas formas, precisaré de todas las medicinas que podáis ofrecerme.”

Protestó el médico imperial:

“¿Para qué las queréis? Según los clásicos, existen ochocientos ocho tipos de medicinas para hacer frente a las cuatrocientas cuatro clases de enfermedades que puede padecer un ser humano. Es claro que una persona no puede tenerlas todas al mismo tiempo.”

Sun Wukong, el Rey Mono, y el médico imperial de Reino Morado - Viaje al Oeste
Sun Wukong, el Rey Mono, y el médico imperial de Reino Morado

Replicó el Rey Mono:

“También afirmaban los antiguos que las medicinas no son tales por estar incluidas en una receta y que deben usarse según uno lo crea conveniente. Eso es, precisamente, lo que intento hacer yo, usando un poco de esta, otro poco de aquélla y otro de la de más allá.”

El médico imperial no se atrevió a seguir discutiendo y, saliendo del palacio, fue a ordenar a sus subalternos que recorrieran todas las farmacias de la ciudad y adquirieran en cada una de ellas tres kilos de cuantas medicinas encontraran, tanto naturales como elaboradas. Tan enorme cantidad de remedios debía ser entregada al Rey Mono sin la menor demora.

Dijo el Rey Mono:

“Me temo que no es éste el lugar más apropiado para realizar las mezclas. Si no os importa, me gustaría que las llevarais, junto con el resto del instrumental, al Pabellón de los Traductores. Mis hermanos se harán cargo de todo.”

Sun Wukong volvió a entrar, mientras tanto, al palacio imperial a pedir al maestro que regresara con él al pabellón a ayudarle a preparar la medicina.

Apenas acababa de levantarse del asiento, cuando llegó una orden del emperador pidiendo al Maestro de la Ley que se quedara a pasar la noche en el Pabellón de la Cultura. En el documento se afirmaba, igualmente, que, en cuanto su majestad hubiera tomado la medicina y hubiera recobrado la salud, todos serían recompensados con generosidad y les sería sellado el documento de viaje, para que pudieran proseguir tranquilamente su camino.

Al leerlo, Tripitaka exclamó, vivamente preocupado:

“¿Qué vamos a hacer? Esto quiere decir que me toma como rehén. Si sana, nos dejará partir colmados de honores, pero, si su salud no mejora, me arrastrará consigo a la muerte. Toma todas las precauciones que puedas y prepara una droga que sea efectiva. De lo contrario, ya sabes lo que me espera.”

Le aconsejó Wukong, sonriendo:

“No os preocupéis. Disfrutad todo lo que podáis. Os aseguro que tengo poder para arrancar al rey de las garras de la enfermedad.”

Despidiéndose de Tripitaka y de los otros funcionarios, Wukong se dirigió directamente a la mansión de los dignatarios extranjeros. Al verle, Bajie exclamó, sonriendo:

“¡Ahora te conozco bien!”

“¿Qué quieres decir con eso?” preguntó Wukong.

Respondió Bajie:

“Que has comprendido a tiempo que ese asunto de ir en busca de las escrituras no va a llevarnos a ninguna parte y, al ver lo próspera que es esta comarca, has decidido abrir una farmacia. No está nada mal tu plan, teniendo en cuenta que careces totalmente de dinero para iniciar un negocio.”

Le reprendió Wukong:

“¡Deja de decir tonterías, por favor! Cuando hayamos curado al rey, con mucho gusto abandonaré esta ciudad y me lanzaré de nuevo a los caminos. ¿Qué te ha hecho pensar que estoy decidido a abrir una farmacia?”

Replicó Bajie:

“¿Para qué quieres, si no, todas estas medicinas? Nadie compra, así como así, tres kilos de cada una de las ochocientas ocho clases que existen. Has hecho traer un total de dos mil cuatrocientos veinticuatro kilos. ¡No me digas que necesitas tantos para curar a una sola persona! ¡Tardará años en asimilar todo esto!”

Exclamó Sun Wukong, divertido:

“¡¿De verdad crees que necesito tantos remedios?! Si he hecho traer una cantidad tan abultada, ha sido con el fin de confundir a esos estúpidos médicos imperiales. No quiero que averigüen ni lo que he usado ni la cantidad de medicina que he echado.”

Era cerca de la medianoche, las calles estaban vacías y se respiraba paz y tranquilidad por todas partes.

Bajie preguntó a Wukong:

“¿Te importaría decirnos qué clase de medicina es esa que piensas preparar? Te aseguro que, si esperas un poco más, me voy a quedar dormido.”

“Coge una onza de Da-huang y muélela hasta que quede convertida en polvo” le ordenó Sun Wukong.

Comentó Bonzo Sha:

“El Da-huang posee un sabor amargo, una disposición fría, no sea venenoso. Teniendo en cuenta su carácter de laxante, opino que no deberíais utilizarlo para curar a su majestad, ya que una enfermedad tan larga como la que ha padecido por fuerza ha tenido que debilitar en demasía su cuerpo.”

Contestó Wukong, sonriendo:

“Te olvidas de una cosa. Este remedio le limpiará las vías respiratorias y podrá expectorar con más facilidad. Eso sin contar con que hará desaparecer el frío y el calor acumulados en su estómago. Tranquilízate. Sé bien lo que hago. Si no te importa, te agradecería que me trajeras otra onza de Ba-dou. Después de romperle la cáscara y de pelarlo, tira el aceitillo que tiene dentro y muélelo hasta que se convierta en polvo.”

Se apresuró a decir Bajie:

“El Ba-dou posee un sabor acre y una disposición caliente y venenosa. Tiene, al mismo tiempo, propiedades reblandecedoras, que le permiten arrancar el frío corporal de las partes más inaccesibles del organismo y acabar con los coágulos que cierran el camino a los fluidos orgánicos. Las propiedades medicinales son violentas. En mi opinión no debería usarse con ligereza.”

Replicó Wukong, sonriendo:

“Tampoco tú pareces comprender que no existe medicina más efectiva para poner fin a las congestiones y limpiar por completo las entrañas. Desde siempre se ha usado para rebajar las hinchazones pectorales y hacer remitir las inflamaciones de vientre. Haz rápidamente lo que te he dicho y no pierdas más el tiempo. Para que el remedio alcance toda su potencialidad, es preciso que lo mezcle con algún otro sabor más.”

En cuanto hubieron hecho lo que se les había encargado, preguntaron a coro:

“¿Qué docenas de materiales medicinales necesitas usar?”

“Ninguno.” contestó Wukong, retractándose de lo que acababa de decir momentos antes.

Repitió Bajie, asombrado:

“¿Cómo que ninguno? Existen más de ochocientos ocho clases y ¿sólo piensas usar una onza de esos dos, cuando dispones de tres kilos de todos los demás? Estás tan bromeando.”

Le aconsejó Wukong, cogiendo un frasquito de porcelana:

“Es mejor que no sigas hablando. Toma. Raspa con cuidado el fondo de la sartén y llena la mitad de esta botellita con el hollín que desprenda.”

“¿Para qué lo quieres?” exclamó Bajie.

“Para hacer la medicina, por supuesto.” contestó Wukong.

“Parece como si nunca hubieras visto un remedio hecho con hollín.” se burló Bonzo Sha.

Añadió Wukong:

“Es posible que no lo sepas, pero este tipo de hollín recibe el nombre de Escarcha de las cien hierbas y es capaz de aliviar más de un centenar de dolencias.”

Después de un rato, Wukong volvió a decirle a Bajie:

“Ahora vete y llena la mitad de la botellita con el orín de nuestro caballo.”

“¿Se puede saber para qué lo quieres?” preguntó, una vez más, Bajie.

“Para terminar de hacer las píldoras” contestó Sun Wukong.

Exclamó Bonzo Sha, soltando la carcajada:

“¡No hay quien pueda contigo! El orín de caballo posee un olor acre y muy fuerte. ¿Cómo vas a usarlo en la medicina? A lo largo de mi vida he visto píldoras hechas de vinagre, de caldo de arroz fermentado, de miel rebajada y hasta de agua simple y llana, pero jamás de orín de caballo. Huele tan mal que, en cuanto lo perciba el enfermo, su estómago no podrá resistirlo y devolverá todo lo que tenga dentro. Si, encima, añades Ba-dou y Da-huang, ten la seguridad de que se deshará por arriba y por abajo, como si fuera un trozo de hielo. A mí eso no me parece nada divertido.”

Replicó Wukong:

“¿No comprendéis que nuestro caballo es totalmente distinto de los que andan por ahí? No deberíais olvidar que, en realidad, se trata de un dragón originario del Océano Occidental. Si se apresta a orinar en ese frasco, tened la seguridad de que no habrá enfermedad humana que se le resista.”

Wukong, Bajie, y Bonzo Sha hacen la medicina y las píldoras - Viaje al Oeste
Wukong, Bajie, y Bonzo Sha hacen la medicina y las píldoras

Cuando todo esté listo, mezclaron la orina del caballo con las otras medicinas. A continuación, hicieron tres píldoras y, guardándolas en una cajita pequeña, se retiraron a descansar. Era tan tarde que ni siquiera se desvistieron.

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